miércoles, 13 de mayo de 2015

El dolor y la muerte, es todo un arte

Este fanfiction es de género yaoi (BoyXBoy) si no te gusta no lo leas. Debo añadir que los personajes son totalmente originales y cualquier parecido con la realidad o con personas reales, es sólo mera casualidad. 

Advertencias; contiene yaoi, lemon, violencia, sadomasoquismo y violación, si aun asi quieres leerlo pues adelante.


RESUMEN:

En un mundo donde todo es blanco o negro, y la única forma de encontrar luz es después de la propia existencia, Alexander Owen quien perdió sus recuerdos, mantiene un trabajo como asesino a sueldo. “Si señala a un tipo con el dedo índice mientras me ofrece un buen fajo de billetes con la otra, ¿por qué debería negarme ante tal tributo?” en la vida, todo vale siempre que con ello se consiga dinero o placeres insospechados. En cierto modo, era un trabajo hecho a medida, le quedaba como un guante, parecía que había nacido para eso. Sin embargo, todos sus pensamientos y su trabajo, se ven zozobrando cuando le hacen un nuevo encargo. Darian Snyder, un prometedor joven universitario, de exuberante belleza debía ser su próximo objetivo. Pero ¿qué ocurrirá cuando se vea incapaz de acabar el trabajo?


PRÓLOGO:

La noche había cubierto con su apacible manto aquella ciudad de West Midlands, Inglaterra. Era reconocida como una de las ciudades más importantes, no sólo por sus cuidadas calles y por el turismo, sino también por la belleza de su arquitectónica. Todos los edificios de las calles principales estaban totalmente renovados o acababan de ser edificados, eso junto a la gran seguridad, permitían hacerlo un lugar ideal para vivir. Pero como en todos sitios, no todo es de color de rosa. Más situado al sur, estaba la zona baja, el peor sitio al que podías llegar a parar. En esos lugares, lo más bonito que podías encontrar, era un parque totalmente cubierto por cristales de botellas de whisky y condones, eso si no te topabas con alguna jeringuilla contaminada con un poco de suerte. Qué fácil resultaba morir en esos lares sin importar una mierda a alguien.

Las casas y las calles no albergaban el mismo encanto que la gran ciudad del norte, pero tenían un encanto “natural” que cautivaba a atraer toda la mugre y calaña de los alrededores. La luz era escasa, a excepción de alguna que otra farola situada a varias manzanas una de otra, muchas de ellas ya tenían las luces fundidas o habían sido reventadas con piedras por los críos de la zona.
Tal vez no era el mejor lugar para vivir, pero si para ocultarse de la sociedad o de la justicia, ya que difícilmente podrían moverse los agentes por allí, sin ser asaltados a mano armada por alguna mafia. Y aquella noche, como muchas otras, el silencio había sido quebrado por algún que otro disparo, algunos gritos de parte del vecindario y algo más.

En las cercanías, justo en uno de los lugares que bordeaban el pequeño afluente del río Támesis, se hallaba una esbelta figura con la mirada gacha. Sostenía cargando en uno de sus hombros, un saco de tamaño razonable. La luna menguante, permitía emitir un atisbo de brillo, que se reflejaba en los azulados cabellos de la figura.  A simple vista, se trataba de un joven de cabello oscuro, de no más de 26 años aparentemente. Su altura rondaba el metro ochenta y seis, y su complexión era delgada pero fuerte. De tez clara y de ojos con un tono grisáceo, mostraban un cautivador brillo a pesar de que existía poca luz. El rostro no podía decepcionar por tanto, ya que sus facciones eran delicadas, con la nariz bien recortada y la barbilla no muy marcada. Podía resultar atractivo sin lugar a dudas.
Sus ropajes eran oscuros, probablemente de color negro, aunque al mismo tiempo mostraban un sutil brillo, quizás estaría hecho de un material bastante similar al cuero. Le quedaba bien pegado al cuerpo, tanto pantalón como chaqueta. Esta última era tipo gabardina, y le quedaba más ancha debido a que la llevaba desabrochada.

El sujeto permaneció sin inmutarse, como si el tiempo se hubiese decidido mover a su antojo y se mantuviese a la espera de alguna orden que dijese “adelante, sigue avanzando”. Tras un buen rato, arrojó el saco a los brazos del río Támesis, llegando a ser arrastrado río abajo. La corriente lo llevaría tarde o temprano hacia el norte de la ciudad, y la atravesaría llamando la atención de algún que otro turista, o al menos eso era lo que se pretendía.

Sin más dilación, su tiempo había tocado a su fin, y ahora aquella sombra, giró sobre sí misma para encaminarse hacia un coche situado a unos escasos metros de allí. El coche no podía ser de otro color que negro esmaltado, muy adecuado hay que reconocer. El modelo era un BMV y al contrario que los coches que se podían encontrar por allí, estaba totalmente cuidado, limpio, impoluto y sin un solo arañazo, como si cada día acabase de salir del taller. El interior del automóvil estaba igual de limpio y cuidado, con los asientos de un material similar a la piel, o al menos daba esa apariencia, de un tono marrón claro. Tomó asiento en el lugar del conductor y tras girar la llave de contacto, el motor rugió con un apacible sonido, no había mejor música para sus oídos. Tan sólo condujo por aquellas solitarias calles, en dirección al noreste, donde le esperaba una cómoda cama donde podría terminar de descansar aquella noche. El trabajo que le había sido encomendado ya estaba saldado.



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En otro lugar, a unos cuantos kilómetros, en la zona norte de West Midlands, un joven acababa de arribar en casa. Entró con cuidado, prácticamente de puntillas para que sus padres no pudieran escuchar que su hijo menor, acababa de llegar a casa a altas horas de la mañana. A pesar de los esfuerzos por quitarse los zapatos y tratar de subir las escaleras haciendo el mínimo ruido posible, no fueron lo bastante eficaces para escapar al oído y vista de su madre que aguardaba esperándolo en el cómodo sillón del salón, justo al lado del pasillo principal.

- Darian, quedamos en que llegarías a las dos, y ya son las tres de la mañana. – ella se dio un tiempo para tomar aire y poder seguir conversando con su hijo – entiendo que ya eres mayor de edad pero aun así, sabes que esto lo hago por tu bien, ¿no es así? – la mujer era de mediana edad, sin embargo, aparentaba tener sus treinta. Tenía facciones delicadas y muy femeninas, con unos labios rojizos y unos ojos de color castaño. Sus cabellos eran largos y rubios, con unas bonitas hondas no muy marcadas en las puntas. Era delgada y tenía la apariencia de haber sido modelo o actriz.

- Lo sé, no necesito que me lo recuerdes – el joven que se había parado en seco por la severa voz de su madre, trataba de evadir su mirada recelosa.-
El chico al igual que su madre, tenía los cabellos de tonalidad rubia con algunas hondas en la nuca poco apreciables a simple vista. Sus ojos sin embargo habían salido al padre, de un bello color esmeralda, profundos y entrañables; hacían juego con su jovial rostro y sus delicadas facciones. El cabello corto le permitía mostrar un pequeño piercing en el lóbulo de su oreja derecha. Su madre se lo había impedido en su día con todas sus fuerzas, pero al final no pudo evitar la hazaña de su hijo. Su cuerpo por otro lado, era delgado, el deporte nunca había sido una de sus cualidades más espléndidas, y su altura no alcanzaba más allá de un metro sesenta y ocho. 
La mujer al ver a su hijo menor de aquella forma, no podía evitar pensar que antaño, también mostraba esa actitud tan infantil ante sus riñas. El rostro malhumorado, enseguida fue cambiado por uno más franco y relajado, mientras que con su suave voz lo llamaba para sentarse a su lado en el sofá.

– Por favor, siéntate – el chico obedeció.-

Ella tomó una de las manos del menor, acariciándola con las suyas propias, con cariño el típico cariño que una madre puede ofrecer a un hijo.

- Mamá, en verdad lo siento, sé que siempre digo lo mismo pero… me parece que ya soy lo bastante mayor para esto – por supuesto Darian no esperaba que su madre cediese a la sugerencia de que le diese mayor libertad, pero al menos lo debía intentar.-

- Darian… - estaba a punto de dar por terminada la conversación con un claro no, pero sabía que no serviría de mucho su negativa – está bien, pero prométeme que me llamarás si te retrasas. Al menos permíteme saber que mi pequeño está bien – una leve sonrisa adornó su bello rostro mientras observaba a su hijo fijamente.-

El chico rubio, rápidamente abrazó a su madre, estrechándola entre sus brazos como hacía tiempo que no había hecho, y le agradeció varias veces aquel gesto.
Tras aquella maternal escena, ambos volvieron a la cama para poder descansar el resto de noche que quedaba. El pequeño Darian, disfrutaba observando el cielo estrellado a través de la ventana, permaneciendo tumbado boca arriba en su cama. Pensaba en que si su madre había cambiado de aquella forma, tal vez su vida estaba encaminada para ir a mejor. Pronto se daría cuenta que la estrella de la fortuna no llama dos veces a la misma puerta.



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CAPITULO 1: EL DESTINO NO ES INDELEBLE

Los tenues rayos del sol se comenzaron a filtrar por la persiana de la ventana, demostrando junto al estruendoso ruido del despertador, que ya era hora de levantarse. Sonó un par de veces antes de que definitivamente el muchacho se dignase a levantarse de la cama. Su madre le llamaba desde la habitación de abajo, preguntándole a voces si ya se había levantado.

- ya estoy despierto… no grites – susurró en voz baja mientras se pasaba su delgada mano por los dorados cabellos, como si de esa forma lograse despejarse de una vez por todas.

Lentamente comenzó a cambiarse de ropa con unos vaqueros oscuros de pitillo y una camisa blanca satinada de media manga que había preparado la noche anterior. Los zapatos eran unas pisahuevos altas de color rojo y la chaqueta era una americana universitaria de azul oscuro con las mangas en color beige. Tras terminar de arreglarse y de peinarse los cabellos en el baño situado al lado del dormitorio, se decidió a bajar las escaleras hasta la cocina para encontrarse con su madre, quien le esperaba con el desayuno preparado en la mesa.
Su madre le saludaba como otras mañanas, con una leve sonrisa mientras le vertía un poco de zumo de naranja en el vaso del desayuno. Todos los días cuando se levantaba, le tenía preparadas un par de tostadas con la mermelada y la mantequilla a un lado, o algún que otro bizcocho casero, era realmente un lujo estar en casa si se hablaba de llenar el estómago.

- Buenos días – su voz sonaba más ronca que de costumbre – esto… gracias por el desayuno. Hoy vendré más tarde. Después de clases tenemos un proyecto en proceso – mientras hablaba con ella, se ocupaba de embadurnar una de las tostadas con mantequilla.-

- Buenos días cielo. No te preocupes, te dejaré la comida para la cena en ese caso.

Nada más acabó de desayunar, terminó de preparar su mochila y de incorporar un sándwich que le habían preparado para el receso. Siempre había sido así de atenta con su hijo. Llegó a la estación de autobús unos minutos antes de que el medio de transporte llegase, y como era costumbre, estaba lleno en la hora punto, por lo que debió quedarse de pie, sujeto a una de las barras justo al lado de las puertas. Mantenía la mirada perdida observando su propio reflejo en la ventana aunque de vez en cuando se fijaba en algún detalle del paraje, repetido todos los días en aquel corto trayecto, sólo se trataba de rutina pura. Mientras permanecía distraído, el autobús dio un fuerte frenazo, quedando parado frente a un semáforo en rojo. Aquel leve instante, logró hacerle perder el equilibrio y darse de costado contra la barra a la que se sujetaba, al tiempo que se sintió aprisionado por la multitud de gente que cada vez aumentaba en número en el reducido espacio.
Inconscientemente tiró de su propia camisa tratando de hiperventilar, costaba incluso respirar, sin embargo su atención cambió de dirección en el instante que sintió como un brazo se sujetaba a la misma barra y el cuerpo del otro tipo se pegaba a su espalda. Resultaba normal la cercanía vistas las circunstancias, sin embargo, la incomodidad aumentó al sentir un leve roce en su cadera.
Automáticamente miró en los alrededores, pero nadie parecía haberse de extrañado ni haberse dado cuenta, y pensó que tal vez se estaba poniendo nervioso en exceso. Aquellas dudas pronto tuvieron una respuesta inmediata cuando volvió a notar otro roce en esta ocasión, se dirigía hacia la zona baja de su pantalón. Parecía mentira que aquello estuviese pasando, siempre había tomado el autobús como aquel día, pero tener que lidiar con ese tipo de situación se le escapaba de entre los dedos. Un tipo justo detrás suyo, había aprovechado la multitud de gente para meterle mano por el pantalón. Al principio supuso que lo habría confundido con alguna chica, no sería la primera vez que le ocurría algo similar, aunque después de haber magreado tan exhaustivamente su miembro por encima del vaquero, era imposible que no se hubiese dado cuenta de que era un hombre. Sintió junto a la incómoda cercanía el cálido aliento del contrario sobre su nuca, acompañado de algunos suaves jadeos. ¿Cómo mierda podía aprovecharse de esa forma tan rastrera? En un claro intento de zafarse, pulsó el botón rojo de “stop” y nada más se detuvo el autobús en la parada, le propinó un codazo a aquel sujeto para alejarse y poder bajarse rápidamente del vehículo.
Respiraba con dificultad mientras observaba alejarse su medio de transporte. Eso era una clara señal de que a partir de ese día, tendría que empezar a hacer ejercicio de camino a clases. Trató de calmarse en su camino a la universidad, tratando de no darle vueltas al asunto, pero ¡por supuesto que le seguiría dando vueltas!, después de todo no resultaba agradable que un hombre se haya dedicado aprovechar la situación para tocar donde le daba la gana. Se lamentaba por no haberle golpeado allí mismo, probablemente no habría sido agradable haber dado el cuadro entre tanta gente, pero dejar que se aprovechen así, tampoco era la mejor solución.
Sin dejar a un lado sus pensamientos, llegó a la universidad donde un compañero de clase y amigo desde hacía varios años, le esperaba en la puerta. Se conocieron cuando coincidieron por primera vez en clases, al principio eran unos simples desconocidos, pero con el tiempo se volvieron buenos amigos cuando se dieron cuenta que compartían los mismos gustos por la música y los videojuegos. Caleb Mathew siempre había sido un joven jovial y sincero, resultaba imposible no quererle cuando sabias que era el tipo de persona que siempre estaría ahí cuando lo necesitaras. Físicamente era bastante más alto que Darian, con un metro setenta y ocho superaba perfectamente la media. Al contrario que él, el deporte era uno de sus pasatiempos predilectos, y por tanto, mantenía una complexión bastante más fuerte, incluso a pesar de que la ropa le quedaba un poco ancha, se podían alcanzar a ver los músculos bien definidos. Sus cabellos eran de un bonito color castaño claro, lo llevaba liso y corto, aunque de un lado siempre se lo dejaba un poco más largo que de otro. Sus ojos eran de un candente color miel o dorado, depende del reflejo de la luz del sol. Realmente eran muy adecuados a su físico, considerando el ligero bronceado de su piel.

- Buenos días enano, ¿has perdido el autobús? - Caleb observaba al chico menudo con una leve sonrisa muy típica en él. Realmente tenía una sonrisa brillante que acostumbraba a lograr que el corazón de Darian se acelerase. Sin embargo siempre pensó que eran amigos y que tal vez ese tipo de sentimiento se debía a su buena amistad, al menos eso era lo que deseaba pensar.

- Buenos días, si... más o menos – automáticamente bajó la cabeza dirigiendo la mirada al suelo, como si quisiera evitar la mirada del más alto. Le resultaba vergonzoso tener que admitir que se había bajado del autobús por su propio pie debido a que un pervertido le había metido mano durante el trayecto. Aunque éste no dijera nada, su compañero conocía de sobra a su amigo y sabía que había algo que no le había contado. Sin embargo prefería dejar que lo cuente todo por su propio pie, sin tener que insistirle.

- vaya vaya, y parecías apurado. – el castaño señaló con el dedo índice la zona baja de Darian, tratando con ello de captar su atención – llevas la bragueta abierta.

El menor bajó la vista dándose cuenta de aquel detalle, lo que logró sacarle un leve sonrojo adornando sus mejillas. Miró a los alrededores de forma nerviosa como si internamente desease que nadie más se hubiese fijado, y entre las risas de su compañero, trató de subirse de nuevo la cremallera hasta que a duras penas por los nervios, logró cerrarla debidamente. Enserio que ese tipo había llegado incluso a desabrocharle los pantalones, tuvo suerte de no haberle permitido llegar más  lejos.

- tranquilo, nadie lo más lo ha visto – trató de tranquilizarle manteniendo una íntegra sonrisa.-

- No digas tonterías, un fallo lo tiene cualquiera. – bufó denotando molestia –

Se recolocó la mochila en un hombro y se acercó hacia él para poder caminar a su lado en dirección al interior del edificio. Ellos ya estaban en su tercer año de ciencias, y esos tres cursos, lo habían pasado juntos compartiendo la misma clase. Era toda una suerte.
Ambos se dirigieron en dirección a la clase que tocaba, y ese día, tendrían que escuchar tres aburridas horas de física cuántica con el profesor Sidney, al que habían denominado “enano de jardín” debido a su pequeña estatura.
No podía negar que a pesar de todo, tenía una vida de lo más acomodada. Unos padres que podían pagarle los estudios sin problemas, buenos amigos, una buena universidad… y lo mejor de todo. Un futuro realmente brillante.
 Todo siguió con normalidad a lo largo del día. No hubieron cambios en horarios, ni hubo nada destacable. Tal vez lo único digno para anotar del día, había sido la primera sorpresa de la mañana, un terrible recuerdo que deseaba enterrar en lo más profundo de su subconsciente. Resultaba más sencillo pensar que simplemente fue una artimaña de su imaginación jugándole una mala pasada.
Los dos amigos tomaron juntos el autobús, y marcharon a casa de Caleb en amor y compaña. Los padres de Caleb siempre se habían mostrado muy simpáticos y agradables con Darian, decían con frecuencia que estaban agradecidos de que su hijo hubiese encontrado en la universidad a un buen amigo. Al parecer era algo a lo que no estaban acostumbrados a ver en su hijo. A pesar de que resultaba extraña la familiaridad con la que su amigo siempre le había tratado desde el principio, ya que no solía comportase de igual forma con el resto de personas a su alrededor.
Se mantuvieron en el cuarto de Caleb, trabajando juntos en el proyecto que debían llevar a cabo de forma individual. Aunque como se suele decir, dos cabezas piensan mejor que una. Su madre se pasaba de vez en cuando por el dormitorio para llevarles algo para picar o simplemente para preguntar como llevaban el trabajo y darles ánimos. Cuando menos se quisieron dar cuenta, ya habían pasado varias horas y el sol se había ocultado desde hacía un buen rato.

- Oye Darian, si te parece bien, puedes quedarte a cenar en casa. Supongo que a tus padres no les importará, ¿no?

El rubio elevó la vista de su laptop para observar a su compañero de clases con una leve sonrisa adornando su rostro.

- No me importaría pero... mi madre se preocupará si no vuelvo a casa para la cena. Ya llevo muchas horas fuera.

El moreno le observaba fijamente de forma seria, como si aquella negativa no hubiese sido suficiente motivo para impedirle seguir insistiendo.

- Si quieres podría hablar yo con tu madre. Podría tratar de convencerla sobre llevarte a casa después de la cena.

- Caleb… en verdad no me importaría pero, no quiero preocuparla. Ella dice que quiere darme espacio y que no pasa nada si llego más tarde pero… en el fondo sé que se preocupa por mí.

Aquello acabó por robarle un leve suspiro al muchacho. Al parecer había logrado convencerle de alguna manera, algo digno de un primer premio al ingenio. El menor cerró la laptop y la guardó de nuevo en su respectiva mochila de transporte, junto a todo el material que había estado utilizando para el proyecto. Ya se había puesto en pie y buscaba el abrigo que recordaba haberlo colgado en algún lugar de la habitación.

- perdona, debo irme. Mañana es la exposición, por lo que te deseo mucha suerte. Recuerda no ponerte nervioso como siempre haces. – Por supuesto estaba bromeando

- mira quien fue a hablar, últimamente te estás volviendo olvidadizo.

Antes de que el chico rubio se dignase a salir por la puerta, Caleb le tomó por el brazo impidiéndole seguir caminando hacia la puerta.

- oye Darian, ya sé que he insistido antes pero… ¿no hay posibilidad de que te quedes hasta después de la cena? – la mirada del muchacho en esos momentos permanecía fija en algún lugar perdido del dormitorio, como si no se dignase a mirar a su pequeño amigo a la cara – solo quería tratar un tema contigo.

- ¿Eh? ¿Y no puede ser mañana?

- Es importante. Solo te pido un rato más.

- ¿Y por qué no lo dices ahora mismo?

- No es algo tan fácil

Por un momento ambos se mantuvieron callados. Se había vuelto un silencio incómodo, donde ninguno de ellos se atrevía a retomar la conversación. A pesar de eso, Darian sentía como el otro que aún mantenía sujeta la zona de su muñeca, la apretaba con fuerza llegando casi a hacerle daño.

- Darian, verás yo… nos conocemos desde hace tres años, como ya sabes. Y quería saber cuando estamos juntos los dos, como me ves… o algo así.

- ¿Verte? ¿Quieres decir que si has cambiado?

- No, no es eso exactamente. Más bien es como…

Una voz femenina que llegaba desde el piso de abajo, irrumpió la conversación entre ambos chicos. La madre de Caleb preguntaba a voces si debía preparar un plato más para su joven invitado. Simplemente el rubio se asomó a la entrada para contestarle de la misma forma.

- No hace falta señora Mathew, me iré ya a casa.

Darian se volvió hacia su compañero para sonreírle. Éste se levantó rápidamente de la silla y se acercó al chico, ahora parecía un poco más relajado que antes.

- Oye sobre lo que hablamos… mejor lo hablamos mañana, ¿ok? No es tan importante – le correspondió a la sonrisa para después acercarse a darle un fuerte abrazo.-

El muchacho rubio tomó todas sus cosas y bajó por las escaleras, cruzándose con la señora Mathew en la puerta de la cocina. En ese momento, vestía un bonito delantal de color granate oscuro a cuadros con un enorme bolsillo en la zona del pecho.

- Vaya… ¿al final te vas? Es una lástima que no te quedes a cenar. Caleb se habría alegrado mucho…

- O-oye mamá, no inventes esas cosas, por favor…

- ¿Eh? pero siempre estás preguntando si puede quedarse Darian a cenar en casa, o nos habla sobre lo divertidas que son las clases contigo, ¿lo sabes?

En ese momento Caleb tenía las mejillas de un intenso color bermellón, a pesar de que era de piel morena, en su rostro se podía observar con facilidad que estaba avergonzado por los comentarios de su madre. Sin embargo, el pequeño no metió más leña al fuego, y tan sólo se dedicó a reírse para sus adentros aunque sin poder evitar una amplia sonrisa dibujada en su rostro por toda esa escena.
Repentinamente, sonó el teléfono de Darian con la melodía “beautiful war” de uno de los grupos favoritos llamado “King of Leon”. Todos permanecieron en silencio mientras que el menor tomaba aparato para contestar la llamada. Al principio pensó que se trataría de su madre para preguntar si volvería para la cena, pero sin embargo, el número que aparecía en la pantalla era uno que no reconocía.

- ¿Si?.... buenas noches…..

-Buenas noches, ¿estoy hablando con Darian Snyder?

- Sí, soy yo. ¿Quién es usted?

- Me llamo Dayana, y le llamo desde la central. Hace un rato hemos sido informados sobre un incendio en la calle “Long Buckby,” número 15. Es su casa, ¿correcto?


Por un momento sintió como si algo se le hubiese quedado atascado en la garganta, impidiéndole gesticular palabra. Caleb y su madre le observaban ligeramente extrañado por el cambio de expresión del chico, quien permanecía al teléfono totalmente en shock. No podía ser posible, de ninguna manera. Debía ser un error. Por supuesto que era imposible que algo así pudiese ocurrir. Más bien, aunque así fuera, no quería creerlo, se negaba a creer tales demencias. A pesar de ello, ahora más que nada, lo único que deseaba, era que aquella mujer al otro lado del teléfono, le dijese que se trataba de una broma. Tan sólo, necesitaba regresar a casa y ver que todo estaba igual que cuando se fue. Su madre probablemente le esperaría con la cena preparada, y le daría un cálido y fuerte abrazo nada más aparecer por la puerta. Y su padre estaría terminando de organizar su papeleo como acostumbraba, prometiéndole que cuando acabase de trabajar, podrían llevar a cabo su habitual partida de ajedrez de todas las noches. Pero, ¿y si estaba equivocado? ¿Y si realmente esa es la realidad y la vida que había llevado, ahora se ha convertido en una maraña de sueños rotos? 



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CAPITULO 2: UNA VIDA CASI IMPERFECTA

Llamaron de la comisaría informando que en esa dirección se había producido un incendio.

“Al principio no lo quise creer pero supongo que no hay nada más real que verlo con tus propios ojos”

Después de aquella extraña llamada, no le quedó otra más que ir corriendo a casa. No dio respuesta ni a Caleb, ni  a su madre, simplemente desapareció a toda velocidad delante de la sorpresa en sus miradas. Caleb le pidió que esperase hasta que su padre llegase a casa para llevarle de vuelta, pero Darian no escuchó sus palabras. Tenía demasiada prisa y demasiado interés en saber cuánta verdad se escondía en las palabras de aquella “agente”, si es que lo era y no se trataba de alguna farsante de poca monta. Es por ello, que Caleb, no tuvo otra opción más que seguirle para acompañarle a casa, ya que sabía de sobra que estaba nervioso por algo que aún no le había contado.
Sin embargo, todas sus dudas de ambos muchachos, se aclararon en el momento que observaron a lo lejos, a escasos metros de llegar a casa, que algunos restos de humo, se esparcían por el cielo en su misma dirección arrastrados por el viento. Al llegar allí, unos cuantos coches patrulla, junto al cuerpo de bomberos, se ocupaban en esos momentos de apagar un fogoso incendio. Las llamas cubrían totalmente su hogar, calcinándolo delante de sus ojos. En sus ojos esmeralda, se reflejaba el rojizo color de las llamas, las cuales provocaban pavor a todos los que esperaban a que las mismas se disiparan en la puerta o las ventanas, para poderles permitir el paso al interior de la casa.
El menor trató de acercarse hacia la casa, pero uno de los bomberos al cargo le agarró por los hombros, impidiéndole de esa forma que pudiese avanzar hacia el peligro.

- Oye, ¿Dónde vas? no se puede entrar, es peligroso muchacho.

- Mis padres… siguen ahí dentro… ¡¡DÉJENME PASAR, SON MIS PADRES, ELLOS SIGUEN DENTRO!!

El menor intentó a duras penas intentar zafarse del agarre del bombero, pero éste le tenía bien sujeto para impedirle el avance. Su amigo trató de que se contuviera y esperase a que los profesionales se encargasen de hacer su trabajo. Los medios llegaron a los pocos minutos, con las cámaras gravando toda la escena y los periodistas intentando sacar información incluso de debajo de las piedras. Debía parecer una buena exclusiva para ganar audiencia. A los pocos minutos, el fuego disminuyó y el cuerpo de bomberos se abrió paso en la casa tirando la puerta abajo. Entraron para buscar a ver si había alguien dentro de la casa. El tiempo pasaba despacio, al menos para el muchacho, quien permanecía absorto con la mirada fija en las altas llamaradas de su irreconocible casa. Su compañero de clase le había rodeado el cuerpo con su abrazo mientras esperaban nerviosos algún nuevo signo que identificase que alguien hubiese salido de la casa. Eso no ocurrió hasta un par de minutos después, donde un par de bomberos sacaban un cuerpo del interior. Se trataba de su madre. Rápidamente llevaron a la mujer hasta una camilla que esperaba al lado de la ambulancia. La tumbaron y comenzaron a trabajar con ella, examinando su cuerpo. Presentaba signos de estar inconsciente debido a la inhalación de humo, y algunas quemaduras graves por la piel. La trataron con cuidado, colocándole el oxígeno antes de cargarla al interior del automóvil. Darian insistió en ir también al hospital con ella, pero se lo impidieron, y para mejorar la cosa, aún no habían signos de haber hallado a su padre en el interior.
Mientras se encargaban de seguir apagando el fuego por fuera con mangueras, los bomberos que hacía varios minutos había entrado al interior, salían rápidamente al notar como los cimientos comenzaban a derrumbarse. El chico buscaba con la mirada a ver si alguno de ellos había recuperado a su padre pero ninguno lo llevaba consigo. Uno de los bomberos que acababa de salir, se acercó a ellos observando la casa a punto de caerse abajo.

- Lo siento, no hemos encontrado a nadie más en el interior. Solo tu madre se encontraba dentro.

- ¿Qué?.. eso no es cierto, a esta hora mi padre estaba en casa…

- Aunque siga dentro... no podemos arriesgarnos, los cimientos están a punto de venirse abajo, no podemos seguir buscando.

Aquel comentario le asestó una fuerte puñalada en el estómago, por lo que nuevamente intentó acercarse a la casa pero su compañero le agarró para impedírselo.

- ¡SUÉLTAME CALEB!. ¿DONDE ESTÁ MI PADRE?

- Darian espera, no puedes ir allí, es peligroso.

- NO ME IMPORTA, ENTRARÉ YO MISMO, ¡¡HE DICHO QUE ME SUELTES!!

Al ver como el rubio no razonaba en esos momentos debido a sus fuertes emociones, el moreno le asestó una bofetada en la mejilla que le pilló más a mano. No fue muy fuerte, pero solo el gesto fue suficiente para que el chico permaneciese en shock por unos breves instantes.

- ¡YA BASTA, DARIAN! ¿Piensas entrar ahí sabiendo que puedes quedar atrapado? ¡Eso está a punto de derrumbarse, IMBÉCIL! ¿Es que acaso quieres morir a lo tonto? ¡NO JODAS Y RELÁJATE! se le veía totalmente cabreado, y el rubio se había quedado paralizado con los ojos abiertos como platos, sin saber cómo reaccionar.

- Caleb… yo…. yo….  Lo siento. Es mi padre…. – automáticamente abrazó al contrario con fuerza, hundiendo su rostro en el fuerte torso del moreno, mientras comenzaba a llorar con fuerza por la frustración. Sus lágrimas humedecieron la camiseta del chico pero no le importó, y sus fuertes llantos, no pudieron evitar captar las miradas de los vecinos de la zona y del cuerpo de bomberos que más que nunca, se vieron incapaces de cumplir su trabajo. 

Caleb correspondió al abrazo, abrazándole con fuerza, mientras sus dedos se enredaban entre los dorados cabellos del menor. Trataba de tranquilizarlo pero sabía que ni sus abrazos, ni sus gestos, ni sus dulces palabras, podrían llegarle en esos momentos. Y a los escasos segundos, tal y como se había previsto, los cimientos de la casa acabaron por ceder, y todo el edificio se vino abajo con un fuerte estruendo. Las llamas se vieron avivadas y el humo fue acompañado por una sarta de tierra y polvo, quedando todo reducido a escombros.
El padre de Caleb acudió más tarde a la escena. Su compañero hizo una breve llamada telefónica para pedirle que les llevase al hospital, donde aguardaba la madre de Darian en el quirófano. Según informaron los médicos, las quemaduras fueron bastante graves, por lo que necesitó una intervención quirúrgica, y a pesar de ello, le quedarían marcas para toda su vida. Sin embargo, había que mirar el lado positivo. Había sobrevivido incluso después de las quemaduras y de inhalar el humo, era un verdadero milagro según los médicos. Además presentaba algunas contusiones en la cabeza, decían que posiblemente le cayese algo encima durante el incendio o podría haberse golpeado la cabeza al desmayarse por la falta de oxígeno. Ahora, el rubio permanecía esperando en la sala de visitas, donde la operación seguía en curso. Probablemente duraría toda la noche.
No se equivocó. La operación finalmente duró hasta la mañana siguiente. Todas las horas pasaban como si de años se tratasen, hasta que finalmente, el médico salió del quirófano con la mirada cansada de no haber dormido en muchas horas.

- La operación ha sido un éxito. No corre peligro por ahora, pero necesita descansar y mantener los vendajes durante un tiempo hasta que sanen las quemaduras.

- ¿De verdad? ¿Mi madre está bien? – al momento le empezaron a brotar las lágrimas, recubriendo por completo sus verdosos ojos. Era una inmensa felicidad que no recordaba haber tenido en años. Incluso en esos momentos, se olvidó por completo de la desaparición de su padre – ¿puedo verla ahora?

- Hm? no hay problema pero está sedada. Probablemente no despierte hasta varias horas. Deberías irte a casa mientras tanto.

El médico se despidió de ellos y se alejó hacia la puerta del final del pasillo. Darian se quedó de pie un poco perdido. ¿Cómo iba a volver a casa si no quedaba de ella más que cenizas? Además de eso, su madre acabaría despertando tarde o temprano, por lo que pensó que se alegraría si la primera persona que ve al despertar, es su querido hijo. Caleb en esos momentos estaba al tanto de los pensamientos del muchacho, los pudo leer incluso aunque sus labios no hubiesen desmenuzado ni una sola palabra.

- Oye, si necesitas donde quedarte, puedes quedarte en nuestra casa. Tu madre por ahora no saldrá del hospital, y necesitas un sitio donde quedarte.

- Caleb… - los ojos vidriosos de Darian se fijaron en su compañero. Demostraban gratitud por aquel gesto – gracias… pero por ahora me quedaré aquí con mi madre. Cuando despierte te llamaré, ¿de acuerdo?

- Está bien, tómate tu tiempo – rozó el hombro del menor con cariño antes de despedirse para transmitirle ánimos.-

Padre e hijo se fueron del hospital mientras que el pequeño Darian se dirigió a la habitación donde su madre estaba en cama. Nada más entrar lo primero que vio, fue un cuerpo tendido sobre el colchón, totalmente recubierto por vendajes. Parecía incluso exagerado, cualquiera la habría confundido con una momia. Se acercó a ella y se sentó en una silla, justo al lado izquierdo de la cama. Sus ojos recorrieron el rostro de su madre, también tapado por las vendas, y se acabó centrando en su pequeña mano, también vendada hasta la punta de los dedos. Con cuidado la tomó con la suya con un suave roce, como si no quisiera hacerle daño pero al mismo tiempo quería darle fuerzas, y transmitirle que él estaba allí, a su lado.
Poco a poco las horas pasaban, y después de no haber podido dormir desde hacía 28 horas, no pudo evitarse que acabase quedándose frito con la cabeza apoyada en la cama de su madre. Nuevamente era de noche, y acababan de encender las luces de la calle. Darian dormía profundamente mientras sentía un cálido y agradable roce sobre los cabellos de su nuca. Lentamente abrió los ojos, tratando de fijarse en el lugar en el que estaba. Por un momento se sintió desorientado, pero a los pocos segundos recordó que estaba en el hospital acompañando a su madre. Su vista se fijó más a fondo hasta que pudo ver que su madre había despertado, y acariciaba sus cabellos con suavidad.

- Darian… ¿eres tú? – su melodiosa voz estaba un poco ronca y seca, pero era seguía siendo tan bella como siempre-

- Mamá… estás viva… - tomó la mano de su madre y la rozó con su propia mejilla, volviendo a empezar a verter lágrimas de felicidad-

- Mi niño… no llores. ¿Por qué lloras?

- ¿Por qué no hacerlo cuando estoy tan feliz?

- Siempre has sido muy amable. ¿Dónde está tu padre?

El menor se quedó callado por unos instantes, analizando la situación. Por un momento había olvidado aquel detalle, pero su madre acababa de volver a recordárselo.

- no… no lo sabemos. Según parece, no estaba en el interior de la casa.

- Ya veo… Entonces debe estar bien.

- ¿Mamá?

Ella intentó moverse para incorporarse un poco en la cama pero el dolor de las quemaduras le hizo imposible aquella acción. El menor se levantó de la silla y trató de ayudarla, mullendo la almohada y elevando unos centímetros la parte de atrás de la cama.

- oye mamá… ¿realmente papá no estaba en casa? – estaba preocupado y necesitaba saberlo para su tranquilidad.-

- Ahora que lo dices, no lo recuerdo, es todo muy borroso… ¿qué ha pasado? Me duele todo el cuerpo.

- Bueno… te sacaron hace algunas horas de casa. Al parecer nuestra casa estaba ardiendo.

- ¿eh? – su voz denotó preocupación – ¿eso quiere decir que no tenemos casa?... dios mio…

- tranquila mamá, eso no importa. Lo importante es que estás viva. Sólo importa eso…

Ella no dijo nada más. Tal vez para ella, era demasiada información junta. Eso, añadido a sus aparentes lagunas por el incidente, debía de causarle mucha confusión. El pequeño rubio depositó un pequeño beso en la nuca de su madre diciéndole que saldría un momento a comprar algo de comer a la máquina dispensadora. Además de eso, debía llamar a Caleb para decirle que su madre acababa de despertar. Su compañero no tardó más de dos toques en coger la llamada.

- ¿Darian? ¿Eres tú? ¿Cómo estás? ¿Va todo bien?

- tranquilo Caleb – una leve risita se escuchó a través del teléfono. Era raro escucharla después de todo lo que había ocurrido – mi madre acaba de despertarse. Está bien pero no recuerda nada del incidente.

- Comprendo. Al menos se ha recuperado, es un milagro después de todo lo que ha pasado.

- Es cierto. Y puede que mi padre también esté vivo. Según parece, mi madre tampoco recuerda que estuviese en casa.

- ¿Enserio? eso es una verdadera suerte. Por cierto, ¿has pensado en donde te quedarás?

- Bueno… mi madre estará aquí un tiempo, si no te importa… ¿podría quedarme en tu casa hasta que salga de aquí o hasta que aparezca mi padre? Después buscaremos algún sitio donde poder vivir.

- No hay problema. Mi casa es tu casa, lo sabes de sobra.

- Gracias Caleb, eres un buen amigo

- Ni lo menciones. Nunca te dejaría tirado.

- Lo sé, por eso te lo agradezco. No me equivoqué en elegirte como amigo.

Permanecieron hablando un rato al teléfono mientras que el chico se acercaba a la máquina expendedora para comprar una bolsa de picoteo. Cuando permanecía absorto en la conversación, un tipo trajeado apareció por su lado quedándose parado justo frente a él. Era bastante alto a comparación de él y de cuerpo fuerte, se podían notar sus músculos incluso debajo del oscuro traje. Su cabello era corto y de color oscuro, con algunas ondas en sus puntas. Los ojos también eran oscuros y rasgados. Tenía en cierto modo un aura que decía “sigue mirándome y te mato”.

- disculpa, eres Darian Snyder, ¿no? El hijo de Helen y Joseph Snyder si no me equivoco – aquel tipo tenía una voz bastante grave y profunda, pero sus palabras eran muy claras.-

El menor lo observaba estupefacto hasta que su compañero al otro lado del teléfono, comenzó a llamarle varias veces al ver que no respondía.

- ¿Darian? ¿Hola? ¿Sigues ahí?

- Perdona Caleb, ¿podemos hablar en otro momento? Te llamaré más tarde.

- ¿Eh? ¿Ha pasado algo? Está bien, pero llámame, ¿de acuerdo?

- Si si, no te preocupes. Cuídate.

Colgó el teléfono, guardándoselo de nuevo en el bolsillo del pantalón. Nuevamente su atención se centró en el nuevo sujeto que había comenzado a interrogarle sin ningún miramiento. A simple vista pudo saber que se trataba de algún agente.

- Sí, soy yo. ¿Qué ocurre por eso?

- Hace poco se produjo un incendio en tu casa, y tu padre desapareció. ¿Es correcto?

- De nuevo vuelve a acertar, pero ¿quién es usted y para qué me busca?

El tipo alto, se rebuscó entre el bolsillo interior de la chaqueta hasta que dio con lo que andaba buscando. Le mostró una placa con su identificación. “Inspector Gavin Hudson” hasta el nombre parecía típico para un detective. Sus padres habían pensado en todo.

- Soy el inspector Hudson, y vengo por el caso del incendio. Después de lo ocurrido hemos encontrado a tu padre y me gustaría que me acompañases a la comisaría para que pudiésemos hacerte unas preguntas.

- Disculpe pero mi madre acaba de despertar y me gustaría estar con ella. Debería venir otro día.

- Si no te importa, preferiría que fuese hoy. En caso de que te niegues, lo tomaré como “Resistencia a la autoridad” y me veré en la obligación de detenerte por ello. Eso lo dejo a tu elección. – como bien dije antes, sus palabras eran claras y no aceptaba un “no” por respuesta.-

Vista la situación, el chico no tuvo otra opción más que acompañar al agente Hudson hasta la comisaría de policía en su coche. No era precisamente un coche patrulla llamativo con el cartel de “policía” en el lateral. Más bien era un Chevrolet de color negro, un poco antiguo pero muy bien cuidado. No tuvo la necesidad de ponerle las esposas ya que no se trataba de un criminal y había actuado por voluntad propia. Ambos entraron a la comisaría y se encerraron en una de las salas de interrogatorio que estaba vacía.

- por favor siéntate – le comunicaba al chico mientras le señalaba el asiento que quedaba libre.-

- Está bien – hizo lo que le pidió. Su mirada andaba perdida centrándose con detalle en la sala donde se encontraba.-

- vamos a ver…- el agente revisaba el interior de una carpeta de cartón sin mirar al chico – resulta que hemos estado investigando, y hace unas horas hemos encontrado a tu padre.

- ¿Qué? ¿Lo han encontrado? ¿Se encuentra bien? – por algún motivo, aquella situación no le pintaba bien.-

- No exactamente. Lo hemos encontrado entre los restos calcinados de la casa incendiada. – al momento dejó caer sobre la mesa en dirección al chico, una foto sobre un cuerpo totalmente calcinado. Era imposible identificar de quien se trataba, pero supuso que era su padre, por lo que hizo un ademán de apartar la foto rápidamente a un lado, lo bastante alejada para no seguir viéndola.-

- No quiero verlo… – se llevó las manos a la cara, evitando que el tipo frente a él se diese cuenta de que había comenzado a llorar. Pero obviamente se dio cuenta – Si él está… bueno… ¿para qué me ha traído aquí?

- Tenemos pruebas de que tu padre no murió por un accidente. Pensamos que alguien se ha ocupado de matarle intencionalmente.

El chico miró al contrario con la boca abierta de par en par, y las mejillas aún húmedas por las lágrimas. Si lo que decía era cierto, su madre también podría haber sido víctima de aquel cruel desliz de acontecimientos.

- Pero… eso es imposible… ¿quién podría?...

- Tus padres… ¿Cómo eran en casa? ¿Discutían a menudo? ¿Tal vez habían llegado incluso a tener peleas físicas?

- ¿Qué?! ¡NO, MI PADRE JAMÁS LE PUSO UNA MANO ENCIMA A MI MADRE!, y ellos… discutían como todas las parejas supongo. ¿Por qué lo pregunta?

El agente hizo un gesto de volver a repasar sus papeles, pero en realidad, solo estaba evadiendo la pregunta intencionadamente. Sabía que la respuesta a esa pregunta no le gustaría al chico, y probablemente, solo estaban hablando de suposiciones.

- Creemos que ella le asesinó y que pudo intentar suicidarse después. Todo apunta a ella. El arma apareció entre los escombros, y además… su pérdida de memoria después del accidente es muy conveniente.

- ¿SE HA VUELTO LOCO? ¡MI MADRE JAMÁS HARÍA ALGO ASÍ, ES IMPOSIBLE!

El chico perdió los estribos por un momento pero enseguida se calmó al ver que había levantado la voz. El agente no le dio importancia, pues sabía que era algo muy común en cualquier sujeto al que le dijesen que alguno de sus familiares era un asesino o un psicópata. Tras unos escasos segundos, el inspector Hudson dio por terminado el interrogatorio y decidió que lo mejor era mandarlo de nuevo a casa, en su caso, ya verían que sitio es el más  adecuado.

- Hemos mandado a otro agente a interrogar a tu madre. De todas formas, ya es hora de que regreses. Le pediré a alguno de los agentes que te lleve a donde tengas que ir. Si necesitamos algo más ya te contactaremos, ¿de acuerdo?

- De acuerdo.



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CAPITULO 3: EL COMIENZO

Rondaban las 12 del mediodía, aunque al estar las persianas bajadas, era difícil saber la hora que era. Alexander se despertó en su cama extrañado por no haberse levantado con resaca como otras veces. Pasó su mano derecha por los oscuros cabellos de su nuca, acariciándolos con suavidad. Aún tenía cara de sueño, pero buscaba con la mirada a su alrededor como si faltase algo. Una delgada mano bastante menuda y suave, le rozó el antebrazo desnudo llamando su atención.

- oye, ¿ya te has despertado? Podemos continuar lo de ayer si quieres.

La voz pertenecía a un chico que recogió la noche anterior por la calle. El pequeño era menudo y delgado, con un bonito rostro bastante infantil. De cabellos de un color rubio tostado y unos ojos color caramelo, a pesar de su apariencia inocente se escondía un deje de picardía. Eso era tal vez fue lo único que le produjo el impulso de pedirle que le acompañase esa noche. Ahora que lo miraba de cerca, no estaba muy convencido de si hizo lo correcto o no.

- ¿Aun estás aquí? Pensé que te irías nada más acabar lo de ayer – su voz sonaba quebradiza por la sequedad de su garganta.-

- ¿Ehhh? Qué cruel… y eso que fuiste tú quien me pidió que me quedase en tu casa a dormir.

Por supuesto, no se acordaba de que aquellas palabras hubiesen salido de su boca. Tal vez sólo se trataba de otra laguna más en su vida, otra más a parte de los borrosos recuerdos de su pasado.

- voy a ducharme, cuando regrese más te vale no seguir aquí.

El menor permaneció en la cama tapado bajo las mantas con un claro fruncido en su pequeña frente. El moreno no le prestó atención por lo que ignorando su presencia, se fue al armario para tomar ropa limpia y meterse en el baño de arriba.
El baño al igual que el resto de la casa, era bastante amplio, con una bañera en un lado y una ducha con puerta corredera de cristal al otro. Nada más entrar, podías encontrar un espejo de grandes dimensiones con su respectivo lavabo. Todo era de color blanco, incluidos los muebles donde guardaba ciertos utensilios. Lo único que podía verse de otro color, eran los azulejos de las paredes que resultaban de un color azul cian, haciendo algunas franjas en blanco. Lo más sorprendente de todo, era que a pesar de vivir solo, tenía todo impoluto, nadie creería que ahí vivía alguien.
Éste tan sólo tuvo que quitarse la única prenda interior que casualmente aún vestía, para meterse en el interior de la ducha. El agua empezó a caer, al principio era fría pero al poco tiempo comenzó a salir la caliente. Sintió como si su cuerpo estuviese relajado, no sabía decir si era el efecto de la ducha o el polvo de anoche, pero a efectos era lo mismo.
En esos momentos, cuando su cuerpo ahuyentaba la tensión y su cabeza quedaba en blanco, sus pobres recuerdos volvían a su cabeza como si se tratasen de pequeños fragmentos de una película antigua dirigida  por secuencias. Nada tenía sentido a excepción de su actual vida, la misma vida que él se había forjado con el esfuerzo y con la sangre de sus víctimas. Cualquiera pensaría que tan sólo corría sangre fría por sus venas pero, para él era simplemente, otro medio de vida, como quien cría el ganado para sacarles las entrañas y venderlos más tarde, o como aquel tipo que no le importa dejar a familias en la calle siempre que su sueldo no corra peligro. Se podía decir, que para él, matar a unos cuantos tipos, era lo que le permitía seguir viviendo. Son ellos o yo, la ley marcada por la subsistencia.
Cuando salió de la ducha, se dispuso a vestirse frente al gran espejo del lavabo. Su cuerpo a simple vista era delgado y fuerte, con los músculos notablemente marcados tanto en su torso como en su ancha espalda. La piel a pesar de ser clara y firme, en ciertas ocasiones se le podía apreciar algunas cicatrices en la zona de la espalda y las costillas. Era obvio que más de una vez había recibido algún que otro disparo o alguna puñalada, pero nada de eso sirvió para darle un bonito funeral. En el lateral derecho, justo en las costillas, se apreciaba un tatuaje de unos 10 cm de unas letras en árabe. Y en su torso, en la distinguida zona del corazón, el tatuaje de una cruz en negro.
Al acabar de vestirse, con una camiseta básica de tirantes y unos vaqueros oscuros, salió del baño dirigiéndose hacia el dormitorio. El chico que hasta hacía escasos minutos se hallaba tumbado sobre el colchón de su cama, ahora parecía haberse esfumado como el humo. “¡Bien por él! Y… ¡bien por mí!” pensó inmediatamente al encontrarse bajo la tranquilidad de la soledad. Una lástima que el sonido del televisor del salón rompiese sus pobres esperanzas.
Pasó sin hacer ruido por el pasillo hasta llegar a la sala donde el menor permanecía sentado en el cómodo sofá de piel. En esos instantes vestía una sola prenda que le quedaba lo bastante larga como para taparle hasta medio muslo. La televisión estaba puesta en el canal del noticiario donde se estaban emitiendo las últimas noticias, entre ellas, el incendio de una casa al norte de West Midlands, junto a la muerte de uno de sus miembros.

¡Qué irónico resultaba pensar que la policía andaba buscando al culpable cuando él mismo sabía de quien se trataba!

El menor permaneció sin inmutarse tan sólo escuchando la noticia pasmado. El locutor siguió dando detalles hasta entrar en agua lodosa cuando al parecer la investigación había llegado a la conclusión de haber sido un asesinato por parte de la esposa aunque no se había cerrado el caso.

¡Madre mia, no podía tener ser más afortunado ese día! La diosa de la fortuna le había bendecido.

El noticiario continuó añadiendo algunas fotos sobre el suceso, mostrando la casa en llamas durante las horas que pasaron los bomberos apagando el incendio a duras penas, y otras más recientes, sobre la apariencia del pequeño hogar de la familia Snyder, ahora hecha cenizas. Quizá lo único que podía implicarle después de todo, era el testimonio de uno de los vecinos que vio un BMV negro aparcado en la parte trasera de la casa unas horas antes del incendio. Eso haría que probablemente le identifiquen como sospechoso.
El pelinegro se acercó al televisor y lo apagó de golpe sin esperar a que la noticia siguiese adelante. El menor que se mantuvo encogido en el sofá, ahora elevaba la vista para observar al contrario con desdén.

- Vaya vaya, veo que te has tomado toda la libertad del mundo. ¡Por favor, estás en tu casa! – no pudo pasar desapercibido que estaba siendo irónico.-

- Pensé que era tu invitado después de todo – los finos labios del chico esbozaron una sonrisa cargada de malicia.-

- No esperaba menos de ti, esto… ¿Nike?

- Soy Lau. Al menos deberías acordarte del nombre de la última persona con la que te has acostado.

- Debería. Pero es demasiado trabajo acordarme de tantos nombres. – Forzó una leve risita tras su propio comentario.-

- No hay remedio. – el rubio suspiró aparentando resignación – Entonces me voy ya. Por favor, no me llames~.

Por supuesto que no pensaba llamarle aunque no se lo dijese. No tenía la mala costumbre de acostarse con el mismo tipo dos veces. El chico se levantó del sofá y se dirigió al dormitorio, probablemente para vestirse. Efectivamente, no tardó más de dos minutos en volver ya vestido con la misma ropa de la noche anterior, aunque estaba un poco más arrugada. El chico se acercó a la puerta e intentó abrirla pero ésta tenía una cerradura de seguridad que solo se abría con un código, ya fuese desde dentro o desde fuera. El mayor siempre había tenido especial interés en mantener la seguridad en su hogar, de esa forma pretendía que ningún desconocido entrase al interior y a su vez, que ningún “invitado” saliese sin su consentimiento. Aun así, abrió la puerta con el código de seguridad y el pequeño salió por la puerta observando ahora que era de día, el ambiente de la calle.
La casa era bastante grande y contaba con una verja acabada con alambre de espino, que rodeaba el edificio de lado a lado. Justo enfrente mantenía a la vista el coche con el que llegaron ayer, el reconocido BMV de color negro esmaltado que acabó por captar su atención. El menor no se dio cuenta la noche anterior porque era de noche y estaba oscuro, pero ahora que lo observaba de cerca cayó en la cuenta que probablemente era el modelo del que hablaban en las noticias. Permaneció observándolo con tanto interés que aquella actitud no pudo pasar desapercibida del pelinegro.

¡Fue un gran error pensar que una noche loca con él, le saldría gratis!

- ¿Ocurre algo? – Ante la desconcertante mirada del chico, éste le preguntó denotando inocencia en su pregunta.-

- ¿Eh? No, no… no ocurre nada, disculpa.

Antes de que el chico siguiese caminando, el mayor le agarró de un hombro, deteniendo de esa forma que continuase el paso. El menor simplemente quedó parado en seco sin mirar al contrario, más bien, prefería seguir mirando a un lado con la mirada perdida.

- Ayer recuerdo que querías saber sobre mí, ¿me equivoco? Me preguntaste de donde venía y en qué trabajaba, ¿no es así?

El chico permaneció sin moverse, pero esta vez su rostro se giró para poder observar al mayor directamente al rostro. Inconscientemente su mente divagó por un instante, como si ésta se perdiese en el color grisáceo de sus ojos y olvidase el motivo que le llevó a pensar que debía correr.

- Si es así, permíteme que te lo demuestre. Luego te llevaré de vuelta a casa. ¿Está bien? – por supuesto estaba mintiendo.-

A pesar de su mentira tan obvia, el menor asintió con la cabeza y se dejó arrastrar con aquella amabilidad disfrazada, al interior de la casa nuevamente. Puede que en esos momentos solo estuviese satisfaciendo su apetito curioso que le llevaría a la ruina; o quizá, sabía que hiciese lo que hiciese, sus probabilidades de escapar de entre sus manos, eran prácticamente nulas.






 Eran cerca de la una de la mañana y aquella noche como muchas otras, tuvo que salir de casa conduciendo su automóvil por las calles de la ciudad. Había quedado con un tipo en un Gay bar al sureste de West Midlands para cerrar un trato. El tipo habló con uno de sus antiguos contactos, quien le facilitó un teléfono. En la llamada tan solo le dio el nombre del bar donde se tendrían que encontrar y una hora de encuentro. El lugar se denominaba “Compton’s of soho” y se había edificado desde hacía casi 8 años, más años de los que podía recordar desde luego. Al parecer se trataba de un sitio donde se podían encontrar varios clubes nocturnos y el destacado perfil del “sexo libre” era un atrayente imán de las masas con tendencia homosexual.
Nada más llegar al local, se dejó embriagar por el intenso aroma impregnado a licor, y el atronador sonido de la música punki que lograba hacer vibrar incluso hasta las paredes del sitio. Comenzó a buscar con la mirada a su contacto, quien le esperaba en una de las habitaciones privadas al fondo. No tuvo más que fijarse en la única puerta que estaba siendo sellada por un tipo “disfrazado de gorila”. El tío resultaba imponente a simple vista, pues medía cerca de sus dos metros, y aunque vestía con un traje negro, se notaba que era un tipo duro de roer.

- Vengo por el trabajo. Hypnos me espera. – Hypnos se trataba de un nombre en clave que servía para identificarle. En cierto modo, también servía para mantener el anonimato, lo cual le desquiciaba.-

El enorme gorila que guardaba la entrada se apartó de la puerta, dejándole paso hacia el interior del habitáculo. El sonido de la música resultaba menos marcado, solo se escuchaba como una simple música de fondo como en las películas. La luz del interior era bastante tenue, por lo que resultaba distinguir las figuras. A pesar de ello pudo reconocer una figura que permanecía sentada en un sillón junto a dos imponentes figuras, una a cada lado. Tan sólo al escuchar la voz de uno de ellos, pudo saber quién era la persona con la que debía trabajar en esta ocasión.

- Buenas noches Alex, hace tiempo que no nos encontramos. ¿Te has cambiado de teléfono desde la última vez?

- Jason… – la voz le salió tan quebrada que parecía que las palabras cortaban su garganta.-

Efectivamente conocía al tipo. No era la primera vez que realizaba algún trabajo para él, incluso, debía admitir que fue el único que le ayudó cuando no tenía nada, el único que le dio la oportunidad de comenzar a trabajar como asesino. Pero no se sentía precisamente agradecido con quien le ofreció aquella vida, no es algo digno de agradecer después de todo lo que le hizo en el pasado. Eran horribles recuerdos que después de casi siete años, había tratado de borrarlos al igual que su anterior vida.
Alexander por un momento pensó en darse la vuelta por donde había venido y olvidarse del asunto pero el tipo que estaba fuera guardando la puerta, ahora había entrado dentro y permanecía parado frente a la salida como si se tratase de un muro de contención a prueba de bombas.

- Alex por favor siéntate. Hablemos como en los viejos tiempos. – Jason insistió.-

El pelinegro se mantuvo parado en medio de la sala, hasta que vio que no le quedaba otra más que rechazar el trabajo y  acabar rápidamente con la charla. Su vida no valía tan poco como para dejarla en manos de ese tipo. Lentamente se aproximó hasta sentarse en el asiento frente a la mesa que separaba los dos sillones uno frente al otro. La figura quien permanecía sin inmutarse y cómodamente sentado en el sofá con un brazo alrededor del cabecero, le mostró una leve sonrisa de aprobación. Desde esa distancia, la sutil luz de la lámpara iluminaba el rostro del sujeto.

Jason Ayrton, era reconocido por sus innumerables empresas de material industrial y sus grandes fondos en la bolsa que le habían ofrecido miles de millones en divisas. Se trataba de un hombre bastante joven, probablemente de la misma edad que Alexander. Los cabellos eran rojos caoba con un peinado moderno y cuidado. Los ojos, a pesar de la escasa luz, se diferenciaban de un color azul intenso, eran similares al del pelinegro pero de un tono más oscuro. Siempre lo había recordado como una persona que sabía cómo vestirse, siempre recién sacado de la sastrería, y como era de esperarse, esa noche lucía un pulcro atuendo. Lucía un traje hecho a medida, con chaqueta blazer, camisa blanca con cuello recto y una corbata a juego de color azul oscuro. Todo perfectamente colocado al  pelillo.

- Cuanto tiempo Alex. ¿Cómo has estado estos dos años? No has cambiado nada

- Déjate de juegos y dime para qué me quieres. – Alexander le cortó en seco, no estaba por aguantarle más de la cuenta.-

- Te has vuelto un aburrido, ¿eh?

- se de sobra que si me has llamado es para alguna mierda de las tuyas, y siento decirte que me niego. No volveré a trabajar para ti.

- Vaya vaya, te debe de ir muy bien como para rechazar uno de mis bien pagados trabajos. La primera vez que te encontré, aceptaste sin dudar un instante.

El ceño de Alexander se frunció con dureza ante las palabras del contrario. Continuamente le recordaba el pasado una y otra vez, tal vez, era lo que más detestaba de aquel tipo.

- sin embargo…- el pelirrojo observó por el rabillo del ojo a uno de sus guardaespaldas, quien se acercó hasta el otro sujeto agarrándole por el hombro derecho – no tienes opciones, ¿no crees?

- Tienes a un montón de matones a tus pies, ¿por qué me lo pides a mí? – observó al gorila con recelo pero prefirió dejarlo pasar.-

- Me apetecía ver tu cara de nuevo – mintió sin esperanzas de que le creyese.-

- Lo suponía – no se inmutó ante la situación, simplemente apartó la mano del tipo de su hombro y volvió a centrar la atención en Jason - ¿Qué es lo que quieres?

- Esa actitud me gusta mucho más – una leve sonrisa adornó su rostro.

Éste se buscó entre el bolsillo de su Blazer hasta que encontró una fotografía. La extendió en la mesa y la empujó para que el otro la tomase. El tipo de la fotografía era de mediana edad, con el cabello castaño y ojos verdosos. Por supuesto no lo conocía de nada, parecía un pedido diferente a los que recordaba.

- ¿Quién es este tipo?

- Se llama Snyder Joseph, de cara al público es un mero empresario que lleva una empresa de manufacturación en el sector industrial.

- ¿Eso quiere decir que es de tu competencia y deseas quitarlo del medio? Muy típico de ti. Te dije que no haría esa clase de trabajos para ti.

- Te equivocas de nuevo, Alex~

- Deja de llamarme así – miró al contrario con desprecio, sin embargo no pareció afectarle.-

- No necesitas saber el motivo. Detrás tienes una dirección, el resto de información viene en el informe. – el tipo trajeado de negro que permanecía al lado de Alexander, le tendió una carpeta con algunos folios en el interior. Éste la tomó y la comenzó a ojear.-

- ¿El tipo está casado? ¿Tiene familia?

- Así es. No quiero cabos sueltos, más te vale hacer bien tu trabajo. Te pagaré una vez que hagas lo que tienes que hacer. Más te vale no fallar.

- Vaya, sin derecho a fallos. Como en los viejos tiempos. – Sus palabras se escucharon sarcásticas – no fallaré.

Alexander se puso en pie mientras guardaba la fotografía en el interior de la carpeta. El tipo que permanecía sentado en el sillón, se levantó también para después acercarse al pelinegro rodeando  la mesa de cristal hasta quedar justo frente a frente de él.

- Oye Alex, ¿no volverás? Sabes que siempre tendrás un sitio donde volver, ¿verdad?

- Debes estar de broma ¿verdad? Después de lo que hiciste, ¿Cómo puedes esperar que vuelva a trabajar contigo después de traicionarme?

Jason agarró el cuello de la chaqueta del contrario. Vistos frente a frente, Alex le sacaba algunos centímetros a su nuevo “jefe temporal”. Tironeó del cuello hasta que logró hacer que se inclinase hacia adelante.

- Te podría hacer un hueco en la familia si quisieras. Te pagaré bien si me haces algunos trabajos.

- no tientes a la suerte, Jason. – Agarró la muñeca del pelirrojo y la apartó a un lado para hacer que le soltase – no volveré a ser tu títere, y…. algún dia haré que me la pagues. No te creas que tus gorilas te protegerán siempre.

- Estaré en guardia entonces – le mostró una sarcástica sonrisa cargada de seguridad.

Finalmente el guardaespaldas que permanecía en la puerta de salida, se apartó a un lado para permitirle irse de la habitación. Estaba en uno de sus bares favoritos, y estaba cargado de un cúmulo de chicos que esperaban una invitación a su cama, pero esa noche su humor había sido arruinado y sólo le apetecía acabar el trabajo lo antes posible para librarse de Jason.


“Esto no puede ser peor…. Algún día me las pagarás, maldito”



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CAPITULO 4: RECUERDOS IMBORRABLES


La noche anterior tuvo esas horribles pesadillas nuevamente. Aquellos vívidos y confusos sueños fuera de la lógica donde sentía la horrible sensación de asfixiarse. Siempre ocurría la misma escena.

“Un niño de no más de 5 años se encontraba jugando en un parque a las afueras de la ciudad. Se encuentra solo sin más niños alrededor, a excepción de una mujer alta y de cabello negro, pero sin rostro.
Todo parecía perfecto hasta que una camioneta blanca aparca bruscamente en la entrada del parque, justo delante de ellos. Algunos tipos vestidos completamente de negro, comenzaban a emanar de la puerta trasera lanzándose hasta lograr agarrar a la mujer por los cabellos y arrastrarla al interior de la camioneta. Ante los mudos gritos de la mujer, el niño comenzó a correr antes de que alguno de los tipos le alcanzase.
Aquel mocoso siguió corriendo incluso aunque el cansancio se apoderase de él, hasta una pequeña casa a unos pocos metros de allí. Estaba abandonada, con los cristales de las ventanas rotos y la puerta atorada pero abierta. El chico se escondió dentro de la escambrosa casa, ocultando su presencia de las demás sombras que parecían mirar alrededor, buscando la inexistente presencia del muchacho.
Sentía la inexorable necesidad de comenzar a llorar, abatido por haber permitido que aquella mujer fuese arrastrada delante de sus ojos, por encontrarse solo en aquel lugar sin nadie que le abrazase y le dijese “todo va a salir bien”. Todos aquellos pensamientos que divagaban, se vieron frustrados cuando una sombra atravesó la atorada puerta captando su asustadiza atención.
Sus pasos eran sordos, a excepción del sonido de la madera agrietándose cada vez más cerca de donde se hallaba oculto. Solamente cesaron cuando una figura paró justo frente a él, observándole fijamente. En ningún momento había logrado reconocer su rostro. Se agachó hasta quedar a la escasa altura del menor mientras le tendía una frágil y pálida mano.

“Ven conmigo. Tranquilo, no te haré daño. ¿No quieres volver a ver a tu madre?”

Le llamaba con una voz cálida y melodiosa, parecida a la voz de las sirenas cuando lograban hacer zozobrar los barcos de los marineros que se perdían en el mar. Era sin duda alguna, la voz del diablo llamándole incesantemente aclamando su condena.”

Por alguna razón que desconocía, el sueño se acababa ahí, y se repetía constantemente como una secuencia de un carrete antiguo. Resultaba jodidamente molesto y frustrante no poder recordar el resto de la historia.
El pelinegro se secó el sudor de la frente con las suaves sábanas de algodón y las apartó a un lado sintiéndose demasiado acalorado como para volver a retomar el sueño.
Se levantó de la cama y se dirigió al baño para darse la segunda ducha de la noche.
Su cabeza había estado demasiado ocupada durante el día leyendo la documentación que Jason le había prestado con “toda su buena fe” para que de esa forma pudiese preparar un plan. Un plan lo bastante perfecto para que incluso él, dejase de ser una espina en el trasero por un tiempo.
De vez en cuando recordaba aquellos tiempos, donde ambos trabajaban en lo mismo, esos tiempos donde compartían incluso los juguetes cuando eran niños. ¡Qué dulces recuerdos si no supiese que todo era una sarta de mentiras!
Acabó de ducharse y mientras rodeaba su cintura con una toalla, tomó asiento en una silla de escritorio del salón y comenzó a ojear la documentación para repasar el plan.
El tipo que debía de encargarse era un tal Joseph Snyder. Estaba casado con una preciosa mujer desde hacía más de 10 años. Vivía en una casa al norte de West Midlands, la mejor zona de la ciudad si se me permite decir.
Empresario de una empresa de manufacturación en el sector industrial, donde aparentemente le hacía sombra a la empresa de Ayrton. Tal vez, el maldito de Jason sabía que si contrataba a cualquier otro, enseguida la policía le podía relacionar con el asesinato del viejo. Pero eso no era lo importante.

Siguió ojeando y encontrando todo tipo de información valiosa fuera del entorno de la empresa. Todo cubría un gran sector que alcanzaba el oscuro mundo de las drogas, el contrabando, y las mafias organizadas al sur de la ciudad. Era increíble pensar que un simple hombre de negocios con buena familia, tuviese lazos con todo aquello. Probablemente si la información saliese a la luz sería todo un escándalo, y en verdad sonaba divertido permitir que la ciudad entrase en el caos con una simple llamada de teléfono.
Durante algunos días, había estado viendo como era el día a día de aquella familia tan poco común.
En cualquier caso, su trabajo sólo era encargarse de él, todos los demás eran meros muñecos que acabarían siendo arrastrados por el mismo vórtice.
En tan sólo un par de días, había capturado toda la vida rutinaria de la familia, empezando por las horas donde el padre salía y llegaba a casa, hasta las horas donde ella salía para las compras o para ir a la peluquería en más de una ocasión. Resultaba alentador pensar que estaban siendo analizados sin que ellos supiesen nada al respecto, al igual que los ganaderos se ocupan de preparar el terreno para la matanza sin que los corderos lo alcanzasen a imaginar.
 Terminó de leer toda la documentación y se dirigió hacia el dormitorio para tomar una muda de ropa limpia y encaminarse a casa de la familia Snyder. Ya estaba siendo hora de que al fin hiciese su rutinaria visita, y quien sabe, tal vez prepare una bonita sorpresa antes de llegar.






EN EL HOSPITAL…
Un hombre de mediana edad y trajeado, irrumpió en la habitación de Helen Snyder. Ella ya se había despertado hacía varias horas, y se mantenía tranquila tumbada sobre la cama, mirando el exterior por la ventana de la habitación. El sonido de la puerta al abrirse la hizo desviar su atención hasta que se decepcionó al ver que no se trataba de su hijo, sino de un tipo desconocido del cual pensó, que se había equivocado de habitación.

– Buenos días, usted es Helen Snyder, ¿no es así?

La dama observaba al intruso bastante sorprendida por el conocimiento de su persona. Sin embargo, solo contestó a la pregunta asintiendo ligeramente con la cabeza a modo de afirmación.

– Así es. ¿Quién es usted?

– Soy el agente Enzo Jefferson de homicidios. Vengo para hablarle del incendio producido en su casa hace unos días. ¿Lo recuerda?

– ¿Incendio? ¿Creo que eso explicaría mi estado?

El agente la miró bastante extrañado al observar la confusión de la paciente. A primera vista no parecía estar mintiendo, tan sólo se mostraba confundida por la nueva información. El tipo trajeado tomó una silla a un lado de la habitación, y se sentó justo enfrente de la cama donde se hallaba tendida.

– Hace un par de días, los bomberos la sacaron de casa. Al parecer hubo un incendio provocado.

– ¿Provocado? Eso no es posible, ¿quién haría tal cosa?

– No lo sabemos. Por eso estamos tratando de saber lo que ocurrió. – Le dio un momento para que asimilase toda la información antes de proseguir. – Dígame una cosa. ¿Tenían problemas en casa?

– ¿Problemas? ¿Qué clase de problemas? – De nuevo la mirada de la rubia se mostraba perpleja.-

– Ya sabe, problemas de dinero. Tal vez discusiones… ¿Bebía su marido acaso?

Todo aquello logró hacer que ella se exaltase, rompiendo en cólera.

– ¡¿Qué está diciendo?! ¡Somos un matrimonio feliz con un hijo precioso!

– Ah es cierto, tienen un hijo. ¿Alguna vez se volvió violento con él?

– ¡¿Cómo dice?! ¡Mi marido jamás le habría puesto una mano encima a Darian! ¡Es un buen padre y un buen marido! ¡¿Acaso ha venido aquí solo para burlarse de mí?!

– Cálmese señora.

Al escuchar que el agente le pedía que se calmara, supo que sin darse cuenta había elevado la voz al dejarse llevar por sus emociones. Es por ello que se recostó en la cama y trató de guardar las formas. El agente Enzo lo notó y tuvo en cuenta el autocontrol de la dama a pesar de perder los estribos.

– ¿Quién estaba en casa esa noche?

–  Estaba yo sola. – no lo dudó ni por un segundo en responder.-

– ¿Está segura de que no había alguien más en casa? ¿Su hijo tal vez?

– Se había quedado en casa de un amigo. Dijo que volvería para la hora de la cena.

– Pero no regresó, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza ante la pregunta. A decir verdad le venían recuerdos borrosos, y a duras penas podía recordar detalles de aquella sabática noche. Fue entonces cuando cayó en la cuenta que recordaba algunos fragmentos bastante borrosos pero que poco a poco se iban volviendo más nítidos.

– Había un hombre…

– ¿Un hombre? – Enzo tomó una pequeña libreta del interior de su chaqueta junto a un bolígrafo y volvió a observarla detenidamente.-

– Llamó a la puerta preguntando por mi marido.

– ¿Le conocía? – Ella negó rápidamente con la cabeza.-

– No. Era la primera vez que le había visto.

– ¿Recuerda cómo era?

– Era alto. Bastante apuesto. Tenía el pelo de color negro y vestía del mismo color.

– ¿Era joven?... ¿tal vez de mediana edad?

– No, era muy joven. Seguramente no llegaba a los 30.

– ¿Puede decirme a qué fue esa noche a su casa?

Por primera vez en un buen rato, se mantuvo pensativa, con la mirada gacha. Sus manos se movían con nerviosismo, tal vez porque le costaba demasiado recordar tantos detalles.

– ¿Señora Snyder? – Al ver que no reaccionaba, tomó la mano de Helen logrando un efecto inmediato de captar su atención.-

– Ah… discúlpeme.

– No se preocupe, pero ¿recuerda algo más?

– Sí… recuerdo que dijo algo de hablar de negocios. Nunca he comprendido realmente los negocios de mi marido, por lo que no pregunté nada más. Lo siento.

El agente se ocupó de ir apuntando ciertas cosas en una libreta. Garabatos que el único sentido que cobraban, era que aquella mujer realmente había estado sola durante toda la noche. La miraba de vez en cuando mientras escribía, como si quisiera corroborar de aquella forma su cordura. Habían estado investigando y nadie más había visto que alguien entrase en casa de la familia Snyder. Todo apuntaba a que se trataba de una mentira para encubrir el asesinato de su marido, o por otra parte, que su mente había imaginado la aparición de alguien más en casa que nunca había existido. ¿Pero y si realmente alguien más hubiese estado en casa? ¿Qué sentido tiene abrirle a un desconocido?

– Una cosa más, si no lo conocía, ¿por qué simplemente le dejó pasar? Podía haberle dicho que volviese más tarde.

– Aunque me pregunte eso… No lo sé. Tal vez estoy acostumbrada a que mucha gente venga a casa preguntando por mi marido. Es un hombre de negocios después de todo, ¿sabe?

– Más bien, lo era.

El rostro ataviado por las quemaduras producidas por el incendio, había palidecido notablemente y sus carnosos labios se mostraban entreabiertos por la sorpresa de la noticia tan inesperada.

– Hemos encontrado los restos calcinados de su marido en el interior. Tenemos… sospechas de que alguien pudo haberlo matado y haber producido el incendio.

–  ¿Qué? No… no puede ser… mi marido sigue vivo….

– A pesar de todo, según parece, usted fue la última persona que vio a su marido por última vez, así que es probable...

Parecía estar en trance, pero al momento su actitud cambió hasta lograr derrumbarse. Había roto a llorar de forma desesperanzadora, como si le hubiesen arrebatado un pedacito de su vida, o la vida entera.

– ¡¿Está culpándome de matar a mi marido?! ¡Era mi marido, y el padre de mi hijo! ¡Yo lo amaba!

– Es sólo una conjetura, aun no tenemos pruebas de ello

– ¡Pues no se atreva a pensar que lo maté! ¡Lárguese de aquí! ¡¡Enfermera, este hombre me está molestando!!

– Señora cálmese – se levantó de la silla rápidamente para tratar de calmarla a duras penas, pero no parecía funcionar en absoluto.-

– ¡No me calmo! ¡Enfermera! – Estaba tan exaltada que se había puesto en pie a pesar de las quemaduras de segundo grado.-

Con todo el escándalo, dos de las enfermeras del hospital acabaron siendo atraídas por el bullicio. Tras una corta conversación con ellas, el agente Enzo estimó oportuno regresar en otro momento. Tal vez la único que podía llegar a incordiarle en esos momentos, era el hecho de que la hipótesis de que alguien más hubiese estado allí esa noche, cobraba fuerza por momentos, ya no sólo era el testimonio de haber sido avistado un coche sospechoso, sino también la confirmación de Helen Snyder.  Por ahora, solo quedaba estudiar qué pasó esa noche y el móvil que llevó a la tragedia.

Una vez el agente se fue, las enfermeras trataron de calmar a Helen, haciendo que volviese a tumbarse sobre la cama. Aquel arrebato de furia, provocó que tuvieran que administrarle un sedante para mantenerla calmada. A los pocos minutos su cabeza comenzó a dar vueltas debido a la droga, recogiendo recuerdos de una forma confusa. Tenía miedo de volver a recordar con exactitud los demás detalles de esa fatídica noche, pero por otra parte, su subconsciente luchaba incansablemente por saber el resto de la historia. Sin darse cuenta, había terminado cayendo en un profundo sueño, donde la imaginación y las  memorias comenzaban a tomar forma.




LA NOCHE DEL INCENDIO……
Aparcó el coche en la parte trasera de la casa y observó detenidamente como las luces de las ventanas aún estaban prendidas con ese cálido color amarillento. El pelinegro sonrió para sí mismo y tomó una pistola de calibre 45 con silenciador que mantenía guardada en la guantera del coche. Se cercioró de que estaba cargada y en perfectas condiciones, y bajó del coche encaminándose hasta la puerta de la casa.
Cuando tocó el timbre, sonó con una melodía demasiado suave y armoniosa para ser considerada un timbre, y a los escasos segundos, una bella mujer de largos cabellos rubios y ojos castaños, le abrió la puerta manteniendo una agraciada sonrisa.

– Buenas noches, señora. Buscaba al señor Joseph Snyder. ¿Se encuentra en casa en estos momentos?

– Oh vaya, ¿busca a mi marido? – Tal vez estaba más sorprendida por encontrarse con ese pintoresco personaje que por el hecho de las altas horas de la noche.-

– Verá, vengo a hablar con él de negocios, y su secretaria me dijo que se encontraría aquí.

– ¿Puedo saber quién le busca?

– Oh, perdone mis modales. Me llamo Eric Lowell. Encantado~

Con cuidado de no asustarla, el joven de cabellos obscuros, tomó la mano contraria más cercana y tras elevarla, alcanzó a besar el dorso de la misma de forma sutil. Ella inconscientemente se sorprendió de responder con un ligero sonrojo adornando sus mejillas. Tal vez era porque no estaba acostumbrada a ese trato, pero le resultaba temeroso saber que no le desagradaba.

– Yo… me llamo Helen. Mi marido se encuentra en la oficina en estos momentos, pero… no tardará en llegar.

– Bueno si soy una molestia, tal vez debería venir más tarde si le parece bien.

– No, no es necesario. No tardará demasiado en llegar, no se preocupe. Por favor, pase.

– En ese caso, se lo agradezco. – el nuevo invitado le sonrió a la señora de la casa con una arrebatadora sonrisa, bastante impropia en él, pero que había estado puliendo con los años para esa clase de trabajos de cara al público.-

Nada más le permitió entrar, dejó que le guiase por el largo pasillo en dirección al salón justo al fondo de la casa. Todo el ambiente estaba embadurnado por el embriagador olor a la cena, y aunque no sabía describir lo que era, resultaba más que apetitoso.
Mientras caminaba tras ella, observaba con cierto detenimiento el color rubio de las largas ondas de la mujer que caían grácilmente casi hasta la cintura, por algún motivo que desconocía, esa tonalidad siempre le había resultado cautivadora hasta tal punto de abrumarle. A pesar de ello, tomó asiento en uno de los sillones disponibles del amplio salón y con algo de esfuerzo, logró centrar su atención en lo que debía hacer.

– ¿Ese olor tan delicioso es la cena?

– ¿Eh? claro que sí. ¿Le gustaría quedarse a cenar?

– No es necesario, esperaré a su marido y me iré pronto.

– Oh vaya, es una pena.

– Diciéndolo así es como si desease que me quedase más tiempo

El joven sonrió levemente sin apartar sus intensos ojos grises de la señora Helen, quien se sonrojó levemente por la sorpresa de sus palabras. Incluso ella misma se había dado cuenta que estaba reaccionando de una forma extraña e inesperada en su persona.

– ¿Puedo saber de qué conoce a mi marido?

– Bueno, sólo son negocios. Hemos tenido algún que otro contacto, pero no directo.

– ¿Sólo eso? Me extrañaba que fuesen amigos…

– ¿Porque parezco demasiado joven para estar en la misma onda?

Ella no respondió a la pregunta, sino que se quedó manteniendo un incómodo silencio. El pelinegro se levantó del sillón y caminó por el salón en dirección a una mesita al fondo del salón. Sobre ella habían varios objetos, entre ellos jarrones y fotografías con sus respectivos marcos. Una de ellas captó la atención del invitado, logrando que sostuviese una de las fotografías entre las manos. Se trataba de una imagen campal donde aparecían tres miembros, uno de ellos era la reconocida Helen. El hombre a su derecha era desde luego su marido, el señor Joseph Snyder, y entre ambos, se encontraba un niño rubio de ojos esmeralda de unos 8 años.

– Digame, ¿tiene acaso un hijo, señora Helen?

– Vaya, veo que se ha interesado por las viejas fotografías. Sí, ese es mi hijo Darian. ¿No estaba adorable a esa edad?

– Es cierto. Ha salido a su madre, debo reconocer.

– Bueno, ha sacado los ojos de su padre, eso no puedo negarlo.

Ella sonrió ante tal alago pero enseguida colocó el rostro entre sus manos, como si se sintiese avergonzada más que alagada por aquellas palabras.
Qué grata sorpresa el nuevo descubrimiento. El señor y señora Snyder al parecer, contaban con un hijo. Ese detalle al parecer fue censurado en la documentación o tal vez no era necesario involucrarlo. Aun así debía cerciorarse de no dejarse cabos sueltos. Ya le diría a Jason sobre ese pequeño detalle que se le escapó, era una perfecta oportunidad para hacer brillar su incompetencia.

– Y por casual, ¿se encuentra en casa?

– ¿Mi hijo? Está en casa de un amigo pero dijo que vendría para la cena.

– Bueno, esta juventud… ¿Qué edad tiene ahora?

– Está en la universidad, ya no es un niño.

Al momento empezó a sonar el teléfono fijo de casa. La señora Helen caminó en dirección a la mesita situada al lado del sofá y descolgó el teléfono. Sin siquiera preguntarlo, sabía de sobra que se trataba de su marido. Eso resultaba muy conveniente.

– ¿Sí? Ah, hola querido
– ……

– oh, ¿entonces vendrás pronto a cenar?
– .....

– Ah por cierto, tienes una visita
– ……

–  Algo de tus negocios, al parecer tu secretaria le dijo que estarías aquí
– ……

– ¿No te dijo nada?
– .....

Los ojos grisáceos del chico se fijaron en la figura de la mujer, quien permanecía con la oreja pegada al auricular del teléfono. Dejó con cuidado el marco de la fotografía y caminó atravesando el salón hasta colocarse justo detrás de ella. En el momento en que ella se giró para echar un vistazo al invitado, éste había colocado el dedo índice de su mano izquierda sobre los labios a modo de que guardase silencio. En ese preciso instante, había aprovechado para sacar la pistola que mantenía guardada entre el cinturón del pantalón y justo cuando ella estuvo a punto de gritar, le dio un fuerte golpe en la nuca con la culata de la pistola. El golpe logró hacer que se desmayase al segundo, dejando caer el teléfono. Una voz masculina bastante grave y enaltecida se escuchaba por el artilugio llamando a la chica que acababa de desplomarse a sus pies.

– ¡Helen! ¡¿Me escuchas?! ¿Estás bien? ¡Helen!

Con cuidado el único que quedaba en la sala, tomó el auricular y tras cerciorarse de que ella permanecía sumida en la inconsciencia, tomó asiento en el sofá para después contestar al teléfono.

– Buenas noches. Su mujer se encuentra indispuesta en este momento.

– ¿Qué? ¿Quién eres?

– ¿Quién soy? Solo soy un hombre de negocios.

– ¿Negocios? ¿Estás bromeando?

– Su mujer está inconsciente en el suelo, ¿y solo me pregunta si estoy bromeando?

– Ché… – se pudo escuchar perfectamente como chasqueaba la lengua al otro lado del teléfono – ¿Qué es lo que quiere?

– Sólo hacer negocios. Preséntese en quince minutos y lo hablaremos. No necesito decir que cualquier cosa que haga puede dañar a su esposa, ¿verdad?

– ¡No la toques!

– Eso dependerá de usted.

Colgó el teléfono dejando al tipo del otro lado con la palabra en la boca. No pudo evitar empezar a reírse para sus adentros ante aquella situación. Todo estaba yendo a su favor como era de esperarse.
Echó un breve vistazo a la rubia aún tendida en el suelo antes de caer en la cuenta de que era el momento ideal para preparar la sorpresa, al fin y al cabo, el nuevo invitado estaba a punto de entrar en escena.


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CAPITULO 5: ATAR CABOS SUELTA ALGUNOS NUEVOS.


Un poli tono por defecto irrumpía el apacible silencio del hogar. Había despertado desde hacía varias horas pero no por ello aquel sonido dejaba de fastidiarle. Tuvo que dejar a medias la “faena” que estaba haciendo para poder contestar al dichoso cacharro que no dejaba de mimbrear sobre la mesa del salón. Antes de contestar a la llamada, observó el número que se reflejaba en la pantalla. Por supuesto era privado para variar.

– ¿Sí?

– Buenos días. No me digas que te he despertado.

Enseguida supo a quién pertenecía esa indiscutible y exasperante voz. No había hecho más que levantarse, encargarse del mocoso con el que había dormido la noche anterior, y ahora debía enfrentarse a la prueba de fuego desde tan temprano. Tal vez alguna fuerza sobrenatural estaba probando su paciencia.

 – ¿Tú otra vez, Jason? Deja de llamarme, pareces un acosador.

– Bueno si me lo pides de esa forma… no me importaría serlo – bromeó dejando escapar una breve carcajada desde el otro lado del teléfono.-

– Muy gracioso. ¿Qué quieres? No llamas sólo para darme los buenos días.

– Muy cierto, Alex. ¿Has visto las noticias últimamente?

– Sí, hace un rato las vi por casualidad. – “Más bien fue mi acompañante, pero eso no tiene importancia”.-

– Perfecto entonces, eso me ahorra trabajo. Sé que no tengo decirte como tienes que hacer tu trabajo pero te recuerdo que espero de ti mucho más.

– Lo sé. – éste tragó saliva de forma costosa. – me ocuparé debidamente del resto.

– Oh, no sabes cómo me alegra oírte escuchar eso.

– ¿Sólo has llamado para decirme eso? – Estaba deseando colgar el teléfono lo antes posible.-

– Por supuesto que no, soy un hombre ocupado. No llamaría sólo por eso.

Lo supuso, otro trabajo más. Cada vez que llamaba era sólo para exigirle que hiciese algún que otro trabajo turbio para él. Era tan predecible que hasta producía pavor.

– Dime una cosa Alex. ¿Sientes acaso lástima por mujeres o niños? ¿Tal vez te has vuelto blando con los años?

– ¿Blando? No creo haberlo sido nunca.

Repentinamente se escuchó un fuerte golpe al otro lado del teléfono, como si algo hubiese sido golpeado con fuerza, junto al sonido de alguna que otra pieza de cerámica hecha añicos por la caída.

– ¡No me jodas, Alex! ¿Acaso creíste que no me enteraría? ¡¿Tanto te cuesta entender lo que significa atar cabos sueltos?!el pelirrojo había entrado en cólera. Siempre había tenido ese mal humor.-

– Dije que acabaría el trabajo. ¿No te es suficiente?

– ¡No me basta con que lo digas, sólo hazlo de una puñetera vez!

Ambos se mantuvieron guardando un incómodo silencio. Ninguno se atrevió a seguir hablando durante un escaso periodo de tiempo hasta que nuevamente la voz del pelirrojo se volvió a escuchar, pero esta vez más relajado.

– Tienes tres días para arreglar el estropicio.

– Está bien.

– Volveré a llamar en tres días.

– De eso no me cabe duda.

Finalmente pudo despegar la oreja del teléfono para lograr colgar de una vez. Si había algo que detestaba más que nada en el mundo, era escuchar las exigencias de ese tipo. Para su desgracia, era el único al que desearía matar si pudiese.
Lo peor de todo, es que le había dado un plazo de tiempo muy corto. Para entonces debía encargarse de toda la cagada. Cuando se le ocurrió la idea de recubrir la casa con gasolina y prenderle fuego, no pensó en la posibilidad de que la mujer fuese a ser rescatada por el cuerpo de bomberos. Un error de principiantes. Lanzó el teléfono al sofá del salón aún un poco mosqueado por la conversación, y volvió sobre sus pasos en dirección al dormitorio del piso de arriba, donde le esperaba impacientemente su invitado.
Nada más entró en la sala, se encontró con un precioso sendero color carmesí que le dirigía tentativamente en dirección a la cama, donde el delicado cuerpo del chico rubio de la anterior noche, le aguardaba expectante. Las sábanas blancas habían sido bañadas del mismo color del suelo, el fastuoso color de la sangre.

El pecho desnudo del escueto muchacho, se agitaba sobre el colchón respirando con dificultad, como si sintiese que el oxígeno que tomaban sus pulmones, desaparecía entre los innumerables cortes y puñaladas que había recibido por las zonas del abdomen, brazos y piernas. No había sido dañado en ninguna zona vital, pero eso no evitaba que la mirada del chico permaneciese perdida debido al desfallecimiento producido por la falta de sangre. Su boca había sido sellada con una mordaza debido a que sus innumerables gritos de angustia le resultaban más molestos que placenteros. Las muñecas del menor se mostraban enrojecidas y  magulladas por las esposas, al menos de cuando aún se molestaba en tirar desesperadamente por liberarse. Sin embargo, desde hacía varias horas, esa fastuosa energía resultó suprimida y transformada en un simple anhelo por acabar lo antes posible con su calvario.

– Perdón por haberte hecho esperar. ¿Me has echado de menos?

El chico trató de centrar su atención en el mayor, quien se acercaba a paso lento hasta lograr sentarse en el borde de la cama. Entre los dedos de su mano derecha sostenía una navaja con el filo brillante y refinado, como hubiese sido afilada hace poco. Sus ojos dorados, habían perdido su brillo, al igual que su piel se había vuelto incluso más pálida. Éstos observaban fijamente cada gesto que el contrario realizaba con el contundente objeto. El pobre muchacho gemía o al menos hacía un vano intento por comunicarse. Simplemente le retiró la mordaza para permitirle desmenuzar su último deseo.

– Por favor… No quiero morir… –  las palabras quebradas del chico, intentaban suplicar sin lograr efecto alguno.- 

– Shh, tranquilo. – Con cuidado los largos y delgados dedos del pelinegro se hundieron entre los cabellos rubios del chico. – ¿Por dónde nos habíamos quedado?

– ¿Por qué….? – la frase no pudo ser acabada, pues el contrario le cortó antes de acabar.-

– ¿Por qué lo hago? ¿Por qué tuviste que ser tú? ¿Por qué tiene que ser así? Son preguntas innecesarias con una única respuesta en común. – Le dejó un breve margen de tiempo para que asimilase la información. Mientras tanto, había tomado el rostro del chico, obligándole a mirarle directamente a los ojos. – Sólo has tenido mala suerte. Eso es todo.


“Eso es. En un mundo como este donde cada uno vela por su individualismo, no puedes esperar un héroe. Todo depende de la suerte que tengas de no toparte con los villanos”


El mayor se inclinó hacia el rostro del chico, logrando deslizar la humedad de su lengua por los agrietados labios del contrario. Tenían un desagradable sabor metálico, pero a pesar del gesto, el muchacho no reaccionó. Parecía estar en las últimas con la anemia. Durante varias horas desde que se decidió dejarse llevar por la corriente que marcaba, lo había mantenido maniatado a la cama. Había acariciado su carne con el filo de la navaja, acallado sus gemidos con sus propios labios, y ante todo, le había arrebatado hasta el dominio de su cuerpo por luchar.
A esas alturas, no parecía importarle lo que sucediese con él. Era la perfecta imagen que más le gustaba. Los perfectos cabellos dorados del muchacho habían tomado un grácil color marrón al mezclarse con la sangre, y sus ojos habían adquirido el tono gris que tanto le excitaba. La noche anterior se había conformado con un simple polvo, pero en esta ocasión, lo guiaría al lugar sin retorno.

El cuerpo del pelinegro se posicionó cuidadosamente sobre el frágil cuerpo ensangrentado, sintiendo que si seguía con todo aquello, se acabaría rompiendo y despedazando tarde o temprano. Utilizó las yemas de sus dedos para acariciar el torso del chico, con la misma delicadeza que el cristal.
Lentamente fue acariciando cada curvatura de su menudo cuerpo, cada hendidura que quedaba entre el cuello o entre las costillas, continuando el camino con el roce de sus labios. El filo del cuchillo rozó cortante la fina y blanquecina piel bajo el brazo, permitiendo que de la pequeña brecha emanase un hilillo de sangre que se deslizaba goteante hasta las sábanas. El chico emitió un agudo gruñido ante el corte, pero enseguida fue apaciguado cuando la húmeda lengua del contrario se deslizó lamiendo la misma herida que acababa de provocar.
Los ásperos dedos de su captor poco a poco fueron guiados por sus caderas, hasta que se ocuparon de abrir sus delgadas piernas para permitirle el acceso a sus zonas más íntimas.

– No… – la quebradiza voz del chico irrumpió nuevamente.-

– Esta mañana me pediste que siguiésemos lo de ayer. Ahora no tienes excusa. – Su voz susurraba con fiereza contra el oído del menor.-

Acelerado por la sensación de notar su parte baja apretada entre la ropa, tiró de sus pantalones hasta que logró que su endurecido miembro se descubriese entre la tela del bóxer. Lo presionó contra la hendidura que quedaba entre las nalgas del rubio, mientras se mordía el labio inferior entre que buscaba conseguir una vivificante fricción. Justo cuando los acuosos ojos de un extinto tono dorado lo observaron atemorizados, empujó su cuerpo contra el frágil del chico tendido casi sin fuerzas, penetrando su entrada bruscamente de una estocada.
La espalda del rubio se arqueó ante el asombroso tacto, y antes de que su mente quedase en blanco, emitió un sonoro gemido que irradiaba dolor y a la vez un inmenso placer. 
Sintió como se zarandeó bajo su atenta mirada, entremezclando el sonido de los gemidos que salían de su boca con el ritmo de las embestidas que producía profundamente y sin derecho a tregua contra su trasero. Notó como poco a poco el chico iba desfalleciendo, viéndose a punto de perder la conciencia de un momento a otro.
Antes de que aquel esperado momento llegase, agarró el frágil cuello del muchacho, obligándolo a elevar la vista hacia él para poder tomar profundamente sus labios con un desesperado y abrasador beso, que a  duras penas pudo corresponder de la misma forma. Entre tanto, buscaba a ciegas la navaja que había dejado a un lado de la mesita de noche, y con una certeza magistral, hundió la punta lentamente entre el hueco que quedaba tras la oreja. Esa zona era lo bastante blanda como para lograr que la navaja se hundiese varios centímetros. Apreció que la herida succionaba la navaja incitándole a hundirla unos centímetros más, y a los pocos segundos, el cuerpo del muchacho finalmente dejaba de responder.  Al fin, su invitado había logrado la muerte dulce que tanto había deseado.  


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Los dos chicos se adentraron en el interior de la habitación 224, cerrando la puerta a su paso. Helen permanecía en el mismo sitio donde la dejaron la noche anterior, tumbada sobre la incómoda cama de hospital. Ambos tomaron asiento, cada uno en una silla disponible diferente. Darian se posicionó más cerca de su madre para poder alcanzar su mano. Enseguida notó como su hijo temblaba temeroso incluso más que ella. Era la clase de sensación que sólo una madre podría notar.

– Tranquilo cariño. No necesitas venir todos los días.

– ¿Eh? Pero quiero hacerlo

Ella alcanzó los suaves cabellos de su hijo para comenzar a acariciarlos. Los dedos de su madre acariciando su nuca resultaban tranquilizadores después de todo lo sucedido. Costaba imaginar que aquella cálida mano demostrase que ella por alguna clase de milagro o ente divina, seguía viva. Enseguida el menor agachó la cabeza y observó a su madre con cierta tristeza.

– Los médicos han dicho que tendrán que operarte….

– ¿Y eso te preocupa? – El rubio negó con la cabeza.-

– Más bien me asusta.

– Oh cariño, ven aquí anda.

Helen extendió los brazos para que su hijo se acercase a abrazarla. Automáticamente el menor se levantó apresurado de la silla para sentarse en el borde de la cama y abrazar fuertemente a su madre.

– Tranquilo, no es peligroso. Confías en mí, ¿verdad? – el chico sólo se limitó a seguir abrazándola.-

– Darian, los médicos dijeron que la operación no será un problema.- Caleb entró en escena tratando de tranquilizar también al chico.-

– Cariño, mírame. – ella apartó un poco al chico para poder mirarle directamente a los ojos. – No voy a dejarte solo, ¿de acuerdo?

– No quiero que lo hagas… – algunas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, escurriendo lentamente por sus mejillas.-

– Prométeme que serás fuerte. Que no volverás a llorar. – Acarició las mejillas de su niño con el dedo pulgar, secando las lágrimas a su paso.-

– No me hagas prometer eso…

– Por favor… Sólo prométeme eso, ¿está bien?

El chico permaneció mirando a su madre directamente a los ojos. Ella le sonreía con una mirada triste, como si realmente hubiese algo que sabía pero no se atrevía a decir. Sin embargo, cuando le mostraba ese rostro, le resultaba imposible negarse.

– Está bien mamá. Te lo prometo.

– Gracias cariño. – Besó la frente ajena con un superficial roce de sus labios.-

Una vez el menor se sintió más relajado, cayó en la cuenta de que en comisaría le habían devuelto algunos de los objetos que habían logrado salvar del incendio de la casa. No eran demasiadas cosas, pero tal y como había sucedido todo, debían dar las gracias de las pocas que habían quedado más o menos intactas.

– Por cierto mamá, olvide darte esto. – enseguida el chico echó mano a una bolsa de plástico que había permanecido al lado de la silla donde había estado sentado. Probablemente la trajo con él desde antes de entrar al hospital.-

– ¿Qué es eso?

– Son algunas de las cosas que recuperaron de nuestra casa…

Del interior de la bolsa, sacó algunas cartas y, unas cuantas carpetas totalmente intactas, según dijeron, se encontraban en el interior de una caja fuerte, y por último, un pequeño retrato, el mismo retrato que su madre mantenía con tanto cuidado en el salón. Ahora ese pequeño retrato, se había convertido en el único recuerdo donde podían verse los tres juntos con una sonrisa dibujada en sus rostros. Habían otros objetos más, pero no eran relevantes, al menos no para ella.
La madre, enseguida tomó el retrato para echarle un vistazo. A pesar de que sus lágrimas quemaban las heridas que aún estaban por cicatrizar en su rostro, le fue imposible retenerlas.
Después su atención cambió de dirección observando las cartas y las carpetas. Lo último no lo conocía por lo que lo dejó para el final.
Una de las cartas captó su atención, ya que estaba explícitamente dedicada a ella, su nombre había sido garabateado a mano en el reverso. Cuando abrió el sobre, se encontró con que el resto de la carta también había sido escrita a plumilla. Cuidadosamente comenzó a leerla, como si aquellas palabras fuesen la última voluntad de su marido, y tal vez, podrían haberlo sido, Darian no se molestó en abrirla antes que ella.
Sus ojos dorados miraron perplejos el contenido de la misma y justo cuando acabó, apretó el débil papel entre sus manos, arrugándolo contra su pecho.

– Mamá… ¿Te encuentras bien?

– Sí… estoy bien cielo. – la mirada de Helen se desvió con disimulo en dirección a las carpetas. –

El menor se mantuvo en todo momento mirando fijamente a su madre, como si no quisiera perderse detalle de sus expresiones. Aunque ella no quisiera decirle nada, él podía darse cuenta de que a su madre le preocupaba algo, pero no vio oportuno preguntarle de qué se trataba, más aún cuando Caleb aún estaba presente.

– Oye cielo, tengo un poco de sed. ¿Puedes ir a comprarme una botella de agua?

Ante aquella pregunta, el chico asintió enérgicamente. Se levantó de la cama y se pasó la manga de la camiseta por los ojos, para así terminar de secarse las lágrimas antes de salir de la habitación.

La mujer de mediana edad, depositó la mirada en esta ocasión sobre el chico de cabellos castaños que aguardaba esperando a que su compañero de clases, volviese con el agua.

– Darian y tú os conocéis desde hace mucho tiempo, ¿verdad? – el aludido apartó la vista de la puerta para dirigirla en hacia ella.-

– Sí. Nos conocemos desde que empezamos el primer año de universidad. Es mi… mejor amigo. – Le costó decir esas últimas palabras.-

– Sé que pido mucho pero, me gustaría pedirte un favor. – el chico frunció el ceño extrañado.-

– ¿Un favor? Si puedo cumplirlo no hay ningún problema.

– Tranquilo. Es algo que puedes hacer. Lo has estado haciendo bien hasta ahora.

El castaño mantuvo la misma mirada que antes, pero en esta ocasión, estaba cargada de confusión. Para empezar, ¿por qué esperar hasta estar ellos dos solos para comentar aquello? ¿Acaso era algo que debía ser ajeno a Darian? Sin embargo se limitó a asentir con la cabeza a modo de afirmación.

– Quiere que le cuide. ¿No es así? – Ella sonrió ante la tremenda perspicacia del muchacho.-

– Eso es. Eres el único al que puedo pedirle algo así. Mi… Darian puede ser bastante impetuoso, rebelde... muy cabezota sobretodo. Pero sé que tú le cuidarás bien. Después de todo… – hizo una pausa ante la mirada expectante del contrario – Eres la persona que más le quiere. ¿No es cierto?

El chico la observó atónito y con la cara ligeramente enrojecida. Parecía un mapa. ¿Acaso ella ya se había dado cuenta pero se había hecho la tonta durante ese tiempo? Enserio que resultaba absurdo que su madre se diese cuenta antes que él, después de haberle mandado tantas indirectas… No, no eran señales, directamente se había confesado y aun así no se había dado cuenta. ¿De quién había podido sacar esa estupidez suya?

– ¿Usted lo sabía? – Su rostro permanecía como un tomate, ya ni siquiera se atrevía a mirarla a la cara.-

– Bueno, una madre sabe de esas cosas. – Ella suspiró de forma relajada.-

– Y… ¿qué piensa de eso?

– No te preocupes, no me molesta en absoluto y…

Al momento se volvió a escuchar la puerta. Darian había regresado con la botella prometida entre las manos. Rápidamente se acercó hasta donde estaba su madre para dársela en mano.

– Ohh qué rápido. Gracias cariño. – Nada más tomó la botella, la desabrochó para darle un largo trago.-

– No fue nada mamá. – el rubio observó a su compañero de clases por el rabillo del ojo. Enseguida se dio cuenta que su rostro estaba ligeramente enrojecido.-

– Oye Caleb, ¿te sientes bien? Pareces acalorado. – Ante la preocupación del rubio, éste no pudo evitar desviar la mirada a un punto negro de la habitación.-

– ¿Eh? Estoy bien, no te preocupes – se apresuró  el chico a responder para despreocupar a Darian.-

– ¿Seguro? No tienes buena cara… – enseguida el rostro contrario estaba tan cercano al suyo propio que podía ver con todo lujo de detalles los intensos ojos color esmeralda observándole con preocupación.-

– ¡Seguro! ¡No te preocupes! – a duras penas trató de apartar al menor para mantener algo de distancia. De normal no le molestaba, pero después de la conversación con su madre, le comenzaba a resultar incómoda la cercanía.-

La madre se mantuvo mirando a ambos jóvenes por unos escasos segundos hasta que al fin comienza a reírse de forma despreocupada. Aquella acción logró captar la atención de su hijo, que por primera vez en días, podía ver a su madre con una sonrisa en el rostro, y aquello, le hacía muy feliz.

– Tranquilo Darian, no le ocurre nada. Debe ser un resfriado, ¿no es así? – Ella observó de reojo al muchacho que permanecía avergonzado.-

Rápidamente el pequeño rubio fue a colocar una mano sobre la frente de su compañero, para que de esa forma, pudiese comprobar su temperatura. Pero por supuesto, no tenía fiebre, porque realmente lo único que lograba que su cuerpo ardiese, era el hecho de mantenerse cerca de la única persona que amaba.
Aprovechando que su hijo se mantenía distraído, Helen se inclinó hacia Caleb, como si de esa forma sólo pudiesen escucharlo entre ellos dos.

– Y tranquilo, no le diré nada – le guiñó un ojo al muchacho de cabellos castaños, quien enseguida recordó de lo que habían estado hablando. Aquello le hizo enrojecerse hasta las orejas.-

 – ¿Quéee? Mamá, ¿de que no me tengo que enterar? – Observó primero a su madre pero al ver que no le respondía, volvió la mirada hacia su amigo – Caleb, andaaa, dimelooo.

– No lo diré. Te… te lo diré cuando seas mayor – de esa forma pudo salir del paso.-

– ¿Qué? Eso no es justo….

Durante esas breves horas, sólo fueron bromas y risas, un ambiente tranquilo y agradable que no podía durar eternamente, al menos, ella sabía que aquello sería solo temporal.
Los dorados ojos de su madre, observaban tímidamente con ese aire entrañable y cargado de ternura, como si desease que todos esos buenos momentos quedasen grabados a fuego en sus retinas. El tiempo se movía de forma fugaz, tallando con sutileza las últimas horas de su existencia.

Por otro lado, Caleb inconscientemente, podía predecir por aquella extraña petición, de que algo lóbrego se había interpuesto entre sus vidas. Sus sentimientos y el extraño deseo que sentía por proteger lo que más amaba, se unificaron y le hicieron profesar internamente un papel único, donde cuidaría por siempre de Darian. Al fin y al cabo, sus vidas estaban ligadas con el lazo rojo del destino, o al menos, así lo creía él.


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Al llegar la noche, Darian y su compañero de universidad, regresaron en dirección a casa dejando a Helen sola en el hospital como las dos noches anteriores. A pesar de que el menor se había esforzado en convencer a su madre para quedarse a hacerle compañía, nunca logró su cometido. Ella mintió diciendo que se encontraría bien, sólo lo dijo porque no deseaba que su pequeño perdiese más horas de sueño. Para ella, sus estudios y su futuro eran lo primero.
Las horas habían pasado inexpugnables hasta largas horas de la mañana, y a pesar de lo tarde que era, no tenía sueño. El hospital se había vuelto taciturno, tan sólo un par de enfermeras de guardia se encargaban de dar vueltas por los pasillos cada X tiempo.
La mirada de la solitaria mujer buscaba algo en lo que distraerse hasta que le entrase el sueño. Sin darse cuenta acabó fijándose en el retrato que su hijo le había traído. Lo había dejado colocado sobre la mesita de noche al lado de la cama. El marco estaba ligeramente quemado y el cristal que lo protegía estaba peligrosamente hecho trizas.
Inconscientemente su mente vagó buscando vanos recuerdos sobre aquellos días felices donde ellos tres disfrutaban con la única compañía de un televisor, o de un tradicional juego de mesa. ¡Ah que buenos recuerdos de esos días que ahora resultaban estar tan lejanos! Ese mismo retrato, aquella noche ese tipo lo tuvo entre sus manos. Aunque las enfermeras dijesen que se trataba de un producto de su imaginación, ella sabía que eso no era cierto. La aparición de aquel joven no fue fruto de sus disparatadas ilusiones. Era tan real como lo podía ser ella misma.
Buscó entre el cajón de la mesita hasta que halló en el interior, una de las cuidadas carpetas que su hijo le había traído con tanto empeño como último recuerdo de su difunto marido. Pronto sería el entierro, pero se decidió a que esperarían a que primero saliese del hospital para poder ir a velar por él como era debido.
Con cuidado comenzó a ojear el interior de la carpeta, leyendo atentamente cada una de las letras impresas en cada folio. Su rostro no podía estar más sorprendido al darse cuenta de que el contenido de aquellas carpetas era en realidad….


– Toc Toc, señorita Snyder.


Una voz masculina, acompañada del suave toque de la madera de la puerta, llamó la atención del único huésped de la sala. La fémina de cabellos dorados se giró para ver de quien se trataba, pero fue un pavoroso estupor lo que su rostro alcanzó a expresar sin articular lograr palabra.

– Buenas noches. Buscaba a alguien en especial, quizás pueda ayudarme. – Sus labios dibujaban una sensual y perfeccionada sonrisa.-

– ¿Quién es usted? – la mirada confundida de ella, trataba de acordarse del rostro del chico quien le parecía familiar de haberlo visto antes.-

Efectivamente como había supuesto, le costaría acordarse completamente de su rostro después del duro golpe. Alexander hizo una mueca mientras cerraba la puerta a su paso y atravesar lentamente el cuarto en dirección a la posición donde se encontraba la inquilina.

–Lamento todo lo ocurrido con su marido y su hogar, ha sido un acontecimiento devastador. – Demostró unas fingidas condolencias.-

– ¿Cómo sabe sobre mi marido? – Sus dorados ojos trataron de buscar más detalles en el chico.-

 – Soy… investigador privado y estoy estudiando un caso de contrabando. – Mintió para ganarse la confianza de la enferma.-

– ¿Cómo dice? – Todo aquel espectáculo no tuvo otro efecto, que confundirla más de lo que ya estaba.-

A simple vista, el caballero frente a ella vestía de una forma demasiado cuidada y refinada como para tratarse de un simple policía o investigador. Se había puesto un pulcro traje hecho a medida de color gris oscuro, con una fantástica camisa de vestir color negro. No llevaba corbata, pero eso no le quitaba ese extraño sex-appeal que emitía.

– Abrimos una investigación hace años y su marido era sospechoso de contrabando de armas. – tal vez eso era lo único cierto que había salido de su boca en días.-

– ¿Cómo puede ser eso posible? Mi marido era un buen hombre.

–  No lo dudo señora. Pero eso no quita que sea un criminal. – Resultaba tan graciosa esa escena, que le costaba contener la risa.-

– No creo que lo fuese…

–  Puede que ese también sea el motivo de que alguien quisiera matar a su marido. Todo aquello no fue un accidente ni una mera casualidad de la vida. – en esos instantes, agradeció que la mujer no se acordase de lo ocurrido la pasada noche. Al menos no de los detalles de antes de dejarla inconsciente.-

–La policía cree que fui yo quien lo hizo. Pero… yo jamás mataría a mi marido. Yo le amaba.

– No se preocupe. Lo comprendo.

Al momento sus astrosas manos recubiertas por vendajes, tomaron una de las carpetas que su hijo le había llevado y  se la ofreció al tipo que permanecía en pie. Éste observó la carpeta con un deje de curiosidad hasta que se atrevió a tomarla con cierta desconfianza para echar un vistazo en su interior.

– ¿Qué es todo esto? – Comenzó a ojear con detenimiento el interior de la carpeta.-

– Estaba en la caja fuerte de mi marido. No sé exactamente todo sobre sus “negocios” pero ahí vienen plasmados datos de todo tipo, puede que encuentre algo que le sea útil. Sin embargo si ahí no encuentra nada… me temo que no podré serle de más ayuda.

Efectivamente todo lo que dijo era cierto. Lo más curioso de todo es que en cada uno de los informes, venían varias firmas con diferentes fechas, y una de esas firmas, le resultaba conocida. Los grisáceos ojos del joven se fijaron curiosamente en el rostro de la fémina, como si quisiera ver a través de ella.
Pero enseguida supo, que ella ya no guardaba más información útil que pudiese ayudarle en su búsqueda. Recorrió con la mirada el resto de la habitación, cayendo en la cuenta de que el mismo retrato que encontró la otra noche sobre la mesita. Se acercó hasta allí para tomar el retrato y volver a observarlo con detenimiento. Aquella acción, logró que ella abriese los ojos un poco sorprendida, por algún motivo, esa escena le resultaba familiar.

– Disculpe, ¿nos conocemos de antes? – Su femenina voz se escuchaba un tanto quebradiza.-

– Bueno, ya me presenté la otra vez, pero puedo refrescarle la memoria. – Dejó el retrato nuevamente en su sitio a la par que se giraba para observar a su acompañante. – Me presenté la otra noche como Eric Lowell si no recuerdo mal.

– ¿Eric? – hizo un afán por tratar de acordarse. Enseguida cayó en la cuenta que se trataba del mismo hombre que apareció la otra noche en su casa. ¿Cómo no pudo reconocerle a simple vista?

Su cabeza empezó a dar vueltas, empezando a recordar cosas sueltas. Aquel atractivo hombre, entró en su casa diciendo que necesitaba hacer unos negocios con su marido. Estuvieron hablando de su hijo y de la cena hasta… que sonó el teléfono fijo de casa.

– Mi… mi marido no le conocía… Su secretaria no le dijo nada….

– Eso es cierto. Hasta esa misma noche, nunca nos habíamos visto cara a cara.

No mentía. Todo aquello era cierto. Sintió un fuerte pinchazo en la zona de su nuca al intentar recordar el resto de detalles. Recordó haber hablado horas antes con su marido por el teléfono. Pero después de eso, no recordaba nada más, todo se volvió negro. Sólo se acordaba de haber despertado en medio del incendio, con aquel intenso aroma a gasolina inundando sus pulmones, creyendo que se ahogaba por el humo. Pero esa enrarecida sensación, no se podía comparar al dolor que irradiaba el fuego desbocado quemando su piel, su cabello, sus carnes… todo se convirtió en una lenta agonía. Intentó acordarse de la laguna hallada entre la llamada y el incendio, pero no pudo encontrarla.

– ¿Qué…..que pasó después de eso? – temía tener que preguntarlo pero necesitaba saberlo.-

Por el contrario, el pelinegro se acercó hasta la chica que permanecía tumbada sobre la cama, y con cierta cautela, rozó una de sus mejillas que por fortuna se había librado de haber sido abrasada como el resto de su rostro.

– ¿Quiere saberlo? Lo que ocurrió antes del incendio.

Ella asintió suavemente con la cabeza, no demasiado convencida de su respuesta. Enseguida cayó en la cuenta que los labios del contrario esbozaban una irónica sonrisa mientras tomaba asiento en uno de los bordes de la cama. Un intrascendente susurro sobre su oído le permitió escuchar ante su sorpresa, el resto de la historia. El inesperado final de lo que fue su feliz vida. Unas gruesas lágrimas emanaron de sus ojos, mojando sus anteriormente rosados pómulos. En verdad, le costaba creer que todo fuese a acabar así.

– Lo siento mucho, Helen.

La fémina no pudo escuchar en esos momentos las palabras del contrario. Había entrado en shock. Tan sólo, pudo notar como la dureza del frío acero rozaba sutilmente la zona que quedaba entre su nuca y su cuello, enredándose entre sus delicados cabellos que mostraban las puntas destrozadas.

– ¿Lo sientes? qué irónico. – permaneció quieta con la mirada perdida en la nada. Por mucho que lo deseaba, no lograba que sus lágrimas dejasen de brotar.-

– Bueno… ya sabes. Sólo son negocios.


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El estridente sonido de las campanas sobre la portentosa iglesia aclamó demandante la invitación para dar su última despedida a dos ataúdes que permanecían esperando pacientemente bajo la intensa lluvia de aquel jueves veinticinco. Fecha que quedaría remarcada en las memorias del chico para siempre.
El día estaba nuboso y una gran cantidad de gente desconocida, fue llegando vestida en su mayoría de negro y acompañados con algún que otro paraguas. En fila india y de uno en uno, le daban el pésame al lloroso muchacho quien no podía mantener la cabeza alta, tan sólo luchaba por contener las lágrimas que amenazaban por brotar de nuevo para humedecer sus rosadas mejillas. Tenía los ojos hinchados y con ojeras, demostrando que llevaba algunos días de seguidos sin dormir.  Su bonito rostro se vio afectado en tan corto periodo de tiempo.

“¿Quién se habría imaginado, que acabaría asistiendo al entierro de sus dos amados padres el mismo día?”

Probablemente nadie lo habría adivinado nunca. Todos los que pasaban por su lado, soltaban entre susurros algún “pobrecito, tan joven y ahora quedarse solo”, “¿Qué será de ese pobre muchacho ahora?”, “Dijeron que ella intentó asesinar a su marido y decidió suicidarse tras aquello. Es una suerte que el chico esté ileso”, “Tenían problemas en casa, esto se veía venir”.

Todas aquellas frases circulaban como si se creyesen que no las escucharía o no se daría cuenta de que lo trataban con lástima. Pobres idiotas.
Trató de evadirse, haciendo caso omiso a todas las palabras que llegaban a sus oídos, de esa forma, evitaría tener que montar un espectáculo imprevisto.
Lo único que le alentaba para seguir allí y no derrumbarse, era la grata compañía de su mejor amigo Caleb. Desde siempre había sido la única persona que se había mantenido a su lado, a las buenas y a las malas.
El castaño rodeaba el cuerpo del frágil muchacho con su abrazo, pegándolo contra su cuerpo. El contrario por su parte, no se mostró incómodo en ningún momento, más bien agradecía todas aquellas atenciones que le ofrecía.

Las lúgubres palabras del sacerdote encargado de dar el último pésame a las dos “víctimas” eran las únicas que irrumpían en el momento de silencio que guardaron todos los demás presentes.
Finalmente, ya había llegado la hora de decirles adiós. El menor se acercó con dos claveles blancos hasta quedar frente a los dos ataúdes negros. Cuidadosamente y entre lágrimas, dejó las dos flores, uno en cada ataúd, antes de rozar la brillante cobertura de madera con las yemas de los dedos. Tras aquello, poco a poco comenzaron a bajar ambos cuerpos en la fosa mientras la gente comenzaba a marcharse en pequeños grupos de aquel lugar. Sin embargo, ambos chicos se mantuvieron ahí de pie hasta que fueron enterrados por completo.

– ¿Por qué todo ha tenido que acabar así? Prometiste que no me abandonarías….

– Tranquilo. Puedes contar conmigo, lo sabes ¿verdad? – El rubio asintió levemente con la cabeza.-

– Gracias, Caleb. Eres un gran amigo.

– ¿Sabes dónde te vas a quedar a partir de ahora? – El contrario negó en respuesta a la pregunta.-

– Comprendo. Puedes quedarte en nuestra casa todo el tiempo que gustes.

– No quiero ser una molestia…

– No lo eres, Darian. Eres mi mejor amigo, y yo no te abandonaré.

El menor abrazó repentinamente a su compañero, aferrándose a él como nunca antes lo había hecho. Se sentía protegido y seguro a su lado, pero era algo que no quería que supiese. Por el contrario, el castaño correspondió a aquel abrazo, un poco sorprendido por aquel repentino cambio de actitud, aunque le agradaba verlo así no podía evitar sentirse culpable al saber que todo se debía a que estaba totalmente hundido por la pérdida de sus padres.

Por fin, todos los presentes en el entierro, habían desaparecido y ya sólo quedaban ellos dos. Aunque de improviso, notaron como sus ropas se humedecieron debido a la lluvia, y el pequeño cuerpo de Darian tembló inconscientemente contra el abrazo del contrario.

– Vamos a casa. ¿De acuerdo?

El pequeño asintió ante la propuesta del mayor y simplemente se pegó un poco más a su cuerpo para que la umbrella les cubriese perfectamente a ambos. Justo en el momento que se dirigían en dirección a la casa del castaño, se vieron parados en seco cuando una imponente figura se paró frente a ellos.
Era la figura de un hombre joven, de cabellos negros y ojos grisáceos. El pequeño rubio no pudo evitar observar a aquel chico tan atractivo a sus ojos, como si se tratase de un personaje sacado de una pintura. Vestía de negro con unos vaqueros oscuros y una chaqueta blazer negra, con camisa de color gris oscuro, y venía acompañado con una sombrilla de color negro que le cubría de la imponente lluvia.

– Buenos días. Lamento mucho lo de tus padres. – Por supuesto se estaba dirigiendo al menor de los dos jóvenes.-

– Gracias… supongo.

– Perdona, sé que este no es el mejor sitio pero…  conocía a tus padres.

Los verdosos ojos del chico, observaron nuevamente el rostro de aquella persona. Sin embargo tras unos escasos segundos, volvía a apartar la mirada al no poder pasarse demasiado tiempo mirándolo fijamente. Le resultaría extraño o incómodo al mayor que le mirase con esos ojos cargados de curiosidad, o al menos así lo pensaba el pobre chico.

– ¿Usted conocía a mis padres? ¿De que los conoció?

– Digamos que hasta hace poco nos considerábamos una familia. Pero con los años se pierde el contacto.

– ¿Familia? ¿Es uno de mis familiares? – el chico se quedó confundido.-

– La relación entre tu padre y yo superaba los simples lazos de sangre. Era un gran amigo que me cuidó como si fuese un hijo más.

– Eso parece muy típico de mi padre. – El angelical rostro del menor mostró una leve sonrisa.-

El más alto observó por el rabillo del ojo al moreno que permanecía al lado del chico menudo. Aquel muchacho, le miraba con el ceño fruncido como si en el fondo supiese algo indebido y le resultase una persona de lo más sospechosa. Ese gesto logró hacerle esbozar una sarcástica sonrisa que trató de ocultar.
– Si no te importa, me gustaría que hablásemos… solos – dejó caer la última palabra unos segundos después para que los dos amigos se hablasen con las miradas.-

– Darian, voy un momento a buscar algo. Te espero en la salida. – Antes de que el moreno se alejase de ellos, le ofreció un último vistazo al mayor de los dos.-

Cuando el rubio se cercioró de que su amigo Caleb estaba lo bastante lejos y que se encontraban solos, notó que estar a solas frente a su imponente acompañante, podía resultar bastante incómodo.

– Bueno… ¿De qué querías hablar? – Comenzó cuando vio que ninguno de los dos se atrevía a abrir la boca.-

– Tu padre… me habló mucho de ti. – se movió alrededor del chico para colocarse con la espalda apoyada en un árbol de morera  cercano a ellos.-

– ¿Es eso cierto? Mi padre no era demasiado hablador. Pero me quería. – el chico bajó la vista al suelo para evitar contacto visual directo con él. – ¿Puedo hacerle una pregunta?

– Adelante.

– Usted conocía a mi familia, pero yo a usted no le conozco. Así que…

Enseguida el oji-gris se incorporó para poder acercarse hacia el chico. Antes de que se diese cuenta, ya le había tendido su mano derecha a modo de saludo. El muchacho tardó unos escasos segundos en decidirse a tomarla.

– Perdona mis modales. Llámame Alex.

– Alex entonces. Yo soy Darian. Pero eso ya lo sabías. – Dejó escapar una leve risita como si quisiera hacer una pequeña broma.-

– Darian entonces. Si te soy honesto, no estoy aquí solo para darte el pésame por la muerte de tus padres. También he venido por otro motivo.

El chico por primera vez en ese rato, dirigió sus bellos ojos esmeralda hacia los grises del contrario. Era la primera vez en su vida que tenía la sensación de que se podría hundir en los ojos de una persona ajena. Intentó soltar la mano que aún le sostenía la propia, pero en ese momento le agarró con más fuerza, haciéndole bajar de las nubes por ese breve instante de tiempo.

– Tu padre, antes de que todo esto ocurriese, habló conmigo una noche. Él sabía que esto tarde o temprano pasaría…

– ¿Qué? ¿Mi padre sabía de esto? – Aquello era justo lo que necesitaba para terminar de rematar el día.-

– Sabía, que alguien quería atentar contra su vida. Por eso… Me pidió que si llegaba a pasarle algo, que me ocupase de cuidar al resto de su familia. – era mentira, pero daba igual. – Pero me temo… que sólo quedas tú.

El chico permaneció cabizbajo, como si tratase de analizar la nueva situación en la que se encontraba. ¿Debía creerse toda esa sarta de alusiones que le decía un desconocido?
Sin embargo, no necesitaba que alguien le dijese todo aquello, porque en el fondo sabía que era cierto. No había sido normal que se produjeran todos aquellos sucesos uno tras otro. El extraño incendio, la repentina muerte de su madre… todo apuntaba a que estaba premeditado desde el principio.

– Cree… cree que corro peligro al igual que mis padres, ¿no es así?

– Podría ser cierto. – de hecho así lo era. Él mismo había sido el principal causante de todas sus desgracias.-

– ¿Qué puedo hacer?.... No puedo quedarme con Caleb. ¿Y si acaba muriendo por mi culpa? – En esos momentos, ya se había echado las manos a la cabeza sin encontrar ninguna solución a todo ese turbio asunto.-

– Entonces… ¿Qué te parece si te quedas conmigo en mi casa? Yo podré protegerte, y tu amigo no saldrá dañado. ¿Qué opinas?

El menor miró nuevamente en dirección al pelinegro, quedándose pasmado y pensativo. ¿Realmente lo había escuchado bien? ¿Un extraño se había ofrecido a darle cobijo y protección a cambio de nada? ¿Qué era lo que estaba mal en todo eso?
Todo estaba mal, pero dadas las circunstancias, sus opciones se habían vuelto limitadas y no le quedaba otra opción si quería vivir sin dañar a las únicas personas importantes que restaban en su vida. Visto lo visto, no existía de otra, más que aceptar la oferta que le cedía en bandeja de plata.

– Está bien. Acepto tu oferta, Alex.


Continuará----- 


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