Este fanfiction es de género yaoi (BoyXBoy) si no te gusta no lo leas. Debo añadir que los personajes son totalmente originales y cualquier parecido con la realidad o con personas reales, es sólo mera casualidad.
Advertencias; contiene yaoi, lemon, violencia, sadomasoquismo y violación, si aun asi quieres leerlo pues adelante.
RESUMEN:
En un mundo
donde todo es blanco o negro, y la única forma de encontrar luz es después de
la propia existencia, Alexander Owen quien perdió sus recuerdos, mantiene un
trabajo como asesino a sueldo. “Si señala a un tipo con el dedo índice mientras
me ofrece un buen fajo de billetes con la otra, ¿por qué debería negarme ante
tal tributo?” en la vida, todo vale siempre que con ello se consiga dinero o
placeres insospechados. En cierto modo, era un trabajo hecho a medida, le
quedaba como un guante, parecía que había nacido para eso. Sin embargo, todos
sus pensamientos y su trabajo, se ven zozobrando cuando le hacen un nuevo
encargo. Darian Snyder, un prometedor joven universitario, de exuberante
belleza debía ser su próximo objetivo. Pero ¿qué ocurrirá cuando se vea incapaz
de acabar el trabajo?
PRÓLOGO:
La noche
había cubierto con su apacible manto aquella ciudad de West Midlands,
Inglaterra. Era reconocida como una de las ciudades más importantes, no sólo
por sus cuidadas calles y por el turismo, sino también por la belleza de su
arquitectónica. Todos los edificios de las calles principales estaban
totalmente renovados o acababan de ser edificados, eso junto a la gran
seguridad, permitían hacerlo un lugar ideal para vivir. Pero como en todos
sitios, no todo es de color de rosa. Más situado al sur, estaba la zona baja,
el peor sitio al que podías llegar a parar. En esos lugares, lo más bonito que
podías encontrar, era un parque totalmente cubierto por cristales de botellas
de whisky y condones, eso si no te topabas con alguna jeringuilla contaminada
con un poco de suerte. Qué fácil resultaba morir en esos lares sin importar una
mierda a alguien.
Las casas y
las calles no albergaban el mismo encanto que la gran ciudad del norte, pero
tenían un encanto “natural” que cautivaba a atraer toda la mugre y calaña de
los alrededores. La luz era escasa, a excepción de alguna que otra farola
situada a varias manzanas una de otra, muchas de ellas ya tenían las luces
fundidas o habían sido reventadas con piedras por los críos de la zona.
Tal vez no
era el mejor lugar para vivir, pero si para ocultarse de la sociedad o de la
justicia, ya que difícilmente podrían moverse los agentes por allí, sin ser
asaltados a mano armada por alguna mafia. Y aquella noche, como muchas otras,
el silencio había sido quebrado por algún que otro disparo, algunos gritos de
parte del vecindario y algo más.
En las
cercanías, justo en uno de los lugares que bordeaban el pequeño afluente del
río Támesis, se hallaba una esbelta figura con la mirada gacha. Sostenía
cargando en uno de sus hombros, un saco de tamaño razonable. La luna menguante,
permitía emitir un atisbo de brillo, que se reflejaba en los azulados cabellos
de la figura. A simple vista, se trataba
de un joven de cabello oscuro, de no más de 26 años aparentemente. Su altura
rondaba el metro ochenta y seis, y su complexión era delgada pero fuerte. De
tez clara y de ojos con un tono grisáceo, mostraban un cautivador brillo a
pesar de que existía poca luz. El rostro no podía decepcionar por tanto, ya que
sus facciones eran delicadas, con la nariz bien recortada y la barbilla no muy
marcada. Podía resultar atractivo sin lugar a dudas.
Sus ropajes
eran oscuros, probablemente de color negro, aunque al mismo tiempo mostraban un
sutil brillo, quizás estaría hecho de un material bastante similar al cuero. Le
quedaba bien pegado al cuerpo, tanto pantalón como chaqueta. Esta última era
tipo gabardina, y le quedaba más ancha debido a que la llevaba desabrochada.
El sujeto
permaneció sin inmutarse, como si el tiempo se hubiese decidido mover a su
antojo y se mantuviese a la espera de alguna orden que dijese “adelante, sigue
avanzando”. Tras un buen rato, arrojó el saco a los brazos del río Támesis,
llegando a ser arrastrado río abajo. La corriente lo llevaría tarde o temprano
hacia el norte de la ciudad, y la atravesaría llamando la atención de algún que
otro turista, o al menos eso era lo que se pretendía.
Sin más dilación, su tiempo había tocado a su fin, y ahora
aquella sombra, giró sobre sí misma para encaminarse hacia un coche situado a
unos escasos metros de allí. El coche no podía ser de otro color que negro
esmaltado, muy adecuado hay que reconocer. El modelo era un BMV y al contrario
que los coches que se podían encontrar por allí, estaba totalmente cuidado,
limpio, impoluto y sin un solo arañazo, como si cada día acabase de salir del
taller. El interior del automóvil estaba igual de limpio y cuidado, con los
asientos de un material similar a la piel, o al menos daba esa apariencia, de
un tono marrón claro. Tomó asiento en el lugar del conductor y tras girar la
llave de contacto, el motor rugió con un apacible sonido, no había mejor música
para sus oídos. Tan sólo condujo por aquellas solitarias calles, en dirección
al noreste, donde le esperaba una cómoda cama donde podría terminar de
descansar aquella noche. El trabajo que le había sido encomendado ya estaba
saldado.
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En otro
lugar, a unos cuantos kilómetros, en la zona norte de West Midlands, un joven
acababa de arribar en casa. Entró con cuidado, prácticamente de puntillas para
que sus padres no pudieran escuchar que su hijo menor, acababa de llegar a casa
a altas horas de la mañana. A pesar de los esfuerzos por quitarse los zapatos y
tratar de subir las escaleras haciendo el mínimo ruido posible, no fueron lo
bastante eficaces para escapar al oído y vista de su madre que aguardaba
esperándolo en el cómodo sillón del salón, justo al lado del pasillo principal.
- Darian,
quedamos en que llegarías a las dos, y ya son las tres de la mañana. – ella se dio un tiempo para tomar aire y
poder seguir conversando con su hijo – entiendo que ya eres mayor de edad
pero aun así, sabes que esto lo hago por tu bien, ¿no es así? – la mujer era de mediana edad, sin embargo,
aparentaba tener sus treinta. Tenía facciones delicadas y muy femeninas, con
unos labios rojizos y unos ojos de color castaño. Sus cabellos eran largos y
rubios, con unas bonitas hondas no muy marcadas en las puntas. Era delgada y
tenía la apariencia de haber sido modelo o actriz.
- Lo sé, no
necesito que me lo recuerdes – el joven
que se había parado en seco por la severa voz de su madre, trataba de evadir su
mirada recelosa.-
El chico al
igual que su madre, tenía los cabellos de tonalidad rubia con algunas hondas en
la nuca poco apreciables a simple vista. Sus ojos sin embargo habían salido al
padre, de un bello color esmeralda, profundos y entrañables; hacían juego con
su jovial rostro y sus delicadas facciones. El cabello corto le permitía
mostrar un pequeño piercing en el lóbulo de su oreja derecha. Su madre se lo
había impedido en su día con todas sus fuerzas, pero al final no pudo evitar la
hazaña de su hijo. Su cuerpo por otro lado, era delgado, el deporte nunca había
sido una de sus cualidades más espléndidas, y su altura no alcanzaba más allá
de un metro sesenta y ocho.
La mujer al
ver a su hijo menor de aquella forma, no podía evitar pensar que antaño,
también mostraba esa actitud tan infantil ante sus riñas. El rostro
malhumorado, enseguida fue cambiado por uno más franco y relajado, mientras que
con su suave voz lo llamaba para sentarse a su lado en el sofá.
– Por favor,
siéntate – el chico obedeció.-
Ella tomó
una de las manos del menor, acariciándola con las suyas propias, con cariño el
típico cariño que una madre puede ofrecer a un hijo.
- Mamá, en
verdad lo siento, sé que siempre digo lo mismo pero… me parece que ya soy lo
bastante mayor para esto – por supuesto
Darian no esperaba que su madre cediese a la sugerencia de que le diese mayor
libertad, pero al menos lo debía intentar.-
- Darian… - estaba a punto de dar por terminada la
conversación con un claro no, pero sabía que no serviría de mucho su negativa –
está bien, pero prométeme que me llamarás si te retrasas. Al menos permíteme
saber que mi pequeño está bien – una leve
sonrisa adornó su bello rostro mientras observaba a su hijo fijamente.-
El chico
rubio, rápidamente abrazó a su madre, estrechándola entre sus brazos como hacía
tiempo que no había hecho, y le agradeció varias veces aquel gesto.
Tras aquella
maternal escena, ambos volvieron a la cama para poder descansar el resto de
noche que quedaba. El pequeño Darian, disfrutaba observando el cielo estrellado
a través de la ventana, permaneciendo tumbado boca arriba en su cama. Pensaba
en que si su madre había cambiado de aquella forma, tal vez su vida estaba
encaminada para ir a mejor. Pronto se daría cuenta que la estrella de la
fortuna no llama dos veces a la misma puerta.
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CAPITULO 1: EL DESTINO NO ES INDELEBLE
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CAPITULO 1: EL DESTINO NO ES INDELEBLE
Los tenues
rayos del sol se comenzaron a filtrar por la persiana de la ventana,
demostrando junto al estruendoso ruido del despertador, que ya era hora de
levantarse. Sonó un par de veces antes de que definitivamente el muchacho se
dignase a levantarse de la cama. Su madre le llamaba desde la habitación de
abajo, preguntándole a voces si ya se había levantado.
- ya estoy
despierto… no grites – susurró en voz
baja mientras se pasaba su delgada mano por los dorados cabellos, como si de
esa forma lograse despejarse de una vez por todas.
Lentamente
comenzó a cambiarse de ropa con unos vaqueros oscuros de pitillo y una camisa
blanca satinada de media manga que había preparado la noche anterior. Los
zapatos eran unas pisahuevos altas de color rojo y la chaqueta era una
americana universitaria de azul oscuro con las mangas en color beige. Tras
terminar de arreglarse y de peinarse los cabellos en el baño situado al lado
del dormitorio, se decidió a bajar las escaleras hasta la cocina para
encontrarse con su madre, quien le esperaba con el desayuno preparado en la
mesa.
Su madre le
saludaba como otras mañanas, con una leve sonrisa mientras le vertía un poco de
zumo de naranja en el vaso del desayuno. Todos los días cuando se levantaba, le
tenía preparadas un par de tostadas con la mermelada y la mantequilla a un
lado, o algún que otro bizcocho casero, era realmente un lujo estar en casa si
se hablaba de llenar el estómago.
- Buenos
días – su voz sonaba más ronca que de
costumbre – esto… gracias por el desayuno. Hoy vendré más tarde. Después de
clases tenemos un proyecto en proceso – mientras
hablaba con ella, se ocupaba de embadurnar una de las tostadas con mantequilla.-
- Buenos
días cielo. No te preocupes, te dejaré la comida para la cena en ese caso.
Nada más acabó
de desayunar, terminó de preparar su mochila y de incorporar un sándwich que le
habían preparado para el receso. Siempre había sido así de atenta con su hijo.
Llegó a la estación de autobús unos minutos antes de que el medio de transporte
llegase, y como era costumbre, estaba lleno en la hora punto, por lo que debió
quedarse de pie, sujeto a una de las barras justo al lado de las puertas.
Mantenía la mirada perdida observando su propio reflejo en la ventana aunque de
vez en cuando se fijaba en algún detalle del paraje, repetido todos los días en
aquel corto trayecto, sólo se trataba de rutina pura. Mientras permanecía
distraído, el autobús dio un fuerte frenazo, quedando parado frente a un
semáforo en rojo. Aquel leve instante, logró hacerle perder el equilibrio y
darse de costado contra la barra a la que se sujetaba, al tiempo que se sintió
aprisionado por la multitud de gente que cada vez aumentaba en número en el
reducido espacio.
Inconscientemente tiró de su propia camisa tratando de hiperventilar, costaba incluso respirar, sin embargo su atención cambió de dirección en el instante que sintió como un brazo se sujetaba a la misma barra y el cuerpo del otro tipo se pegaba a su espalda. Resultaba normal la cercanía vistas las circunstancias, sin embargo, la incomodidad aumentó al sentir un leve roce en su cadera.
Automáticamente miró en los alrededores, pero nadie parecía haberse de extrañado ni haberse dado cuenta, y pensó que tal vez se estaba poniendo nervioso en exceso. Aquellas dudas pronto tuvieron una respuesta inmediata cuando volvió a notar otro roce en esta ocasión, se dirigía hacia la zona baja de su pantalón. Parecía mentira que aquello estuviese pasando, siempre había tomado el autobús como aquel día, pero tener que lidiar con ese tipo de situación se le escapaba de entre los dedos. Un tipo justo detrás suyo, había aprovechado la multitud de gente para meterle mano por el pantalón. Al principio supuso que lo habría confundido con alguna chica, no sería la primera vez que le ocurría algo similar, aunque después de haber magreado tan exhaustivamente su miembro por encima del vaquero, era imposible que no se hubiese dado cuenta de que era un hombre. Sintió junto a la incómoda cercanía el cálido aliento del contrario sobre su nuca, acompañado de algunos suaves jadeos. ¿Cómo mierda podía aprovecharse de esa forma tan rastrera? En un claro intento de zafarse, pulsó el botón rojo de “stop” y nada más se detuvo el autobús en la parada, le propinó un codazo a aquel sujeto para alejarse y poder bajarse rápidamente del vehículo.
Inconscientemente tiró de su propia camisa tratando de hiperventilar, costaba incluso respirar, sin embargo su atención cambió de dirección en el instante que sintió como un brazo se sujetaba a la misma barra y el cuerpo del otro tipo se pegaba a su espalda. Resultaba normal la cercanía vistas las circunstancias, sin embargo, la incomodidad aumentó al sentir un leve roce en su cadera.
Automáticamente miró en los alrededores, pero nadie parecía haberse de extrañado ni haberse dado cuenta, y pensó que tal vez se estaba poniendo nervioso en exceso. Aquellas dudas pronto tuvieron una respuesta inmediata cuando volvió a notar otro roce en esta ocasión, se dirigía hacia la zona baja de su pantalón. Parecía mentira que aquello estuviese pasando, siempre había tomado el autobús como aquel día, pero tener que lidiar con ese tipo de situación se le escapaba de entre los dedos. Un tipo justo detrás suyo, había aprovechado la multitud de gente para meterle mano por el pantalón. Al principio supuso que lo habría confundido con alguna chica, no sería la primera vez que le ocurría algo similar, aunque después de haber magreado tan exhaustivamente su miembro por encima del vaquero, era imposible que no se hubiese dado cuenta de que era un hombre. Sintió junto a la incómoda cercanía el cálido aliento del contrario sobre su nuca, acompañado de algunos suaves jadeos. ¿Cómo mierda podía aprovecharse de esa forma tan rastrera? En un claro intento de zafarse, pulsó el botón rojo de “stop” y nada más se detuvo el autobús en la parada, le propinó un codazo a aquel sujeto para alejarse y poder bajarse rápidamente del vehículo.
Respiraba
con dificultad mientras observaba alejarse su medio de transporte. Eso era una
clara señal de que a partir de ese día, tendría que empezar a hacer ejercicio
de camino a clases. Trató de calmarse en su camino a la universidad, tratando
de no darle vueltas al asunto, pero ¡por supuesto que le seguiría dando
vueltas!, después de todo no resultaba agradable que un hombre se haya dedicado
aprovechar la situación para tocar donde le daba la gana. Se lamentaba por no
haberle golpeado allí mismo, probablemente no habría sido agradable haber dado
el cuadro entre tanta gente, pero dejar que se aprovechen así, tampoco era la
mejor solución.
Sin dejar a
un lado sus pensamientos, llegó a la universidad donde un compañero de clase y
amigo desde hacía varios años, le esperaba en la puerta. Se conocieron cuando
coincidieron por primera vez en clases, al principio eran unos simples
desconocidos, pero con el tiempo se volvieron buenos amigos cuando se dieron
cuenta que compartían los mismos gustos por la música y los videojuegos. Caleb
Mathew siempre había sido un joven jovial y sincero, resultaba imposible no
quererle cuando sabias que era el tipo de persona que siempre estaría ahí
cuando lo necesitaras. Físicamente era bastante más alto que Darian, con un
metro setenta y ocho superaba perfectamente la media. Al contrario que él, el
deporte era uno de sus pasatiempos predilectos, y por tanto, mantenía una
complexión bastante más fuerte, incluso a pesar de que la ropa le quedaba un
poco ancha, se podían alcanzar a ver los músculos bien definidos. Sus cabellos
eran de un bonito color castaño claro, lo llevaba liso y corto, aunque de un
lado siempre se lo dejaba un poco más largo que de otro. Sus ojos eran de un
candente color miel o dorado, depende del reflejo de la luz del sol. Realmente
eran muy adecuados a su físico, considerando el ligero bronceado de su piel.
- Buenos
días enano, ¿has perdido el autobús? - Caleb
observaba al chico menudo con una leve sonrisa muy típica en él. Realmente tenía
una sonrisa brillante que acostumbraba a lograr que el corazón de Darian se
acelerase. Sin embargo siempre pensó que eran amigos y que tal vez ese tipo de
sentimiento se debía a su buena amistad, al menos eso era lo que deseaba
pensar.
- Buenos
días, si... más o menos – automáticamente
bajó la cabeza dirigiendo la mirada al suelo, como si quisiera evitar la mirada
del más alto. Le resultaba vergonzoso tener que admitir que se había bajado del
autobús por su propio pie debido a que un pervertido le había metido mano
durante el trayecto. Aunque éste no dijera nada, su compañero conocía de sobra
a su amigo y sabía que había algo que no le había contado. Sin embargo prefería
dejar que lo cuente todo por su propio pie, sin tener que insistirle.
- vaya vaya,
y parecías apurado. – el castaño señaló
con el dedo índice la zona baja de Darian, tratando con ello de captar su
atención – llevas la bragueta abierta.
El menor
bajó la vista dándose cuenta de aquel detalle, lo que logró sacarle un leve
sonrojo adornando sus mejillas. Miró a los alrededores de forma nerviosa como
si internamente desease que nadie más se hubiese fijado, y entre las risas de
su compañero, trató de subirse de nuevo la cremallera hasta que a duras penas
por los nervios, logró cerrarla debidamente. Enserio que ese tipo había llegado
incluso a desabrocharle los pantalones, tuvo suerte de no haberle permitido
llegar más lejos.
- tranquilo,
nadie lo más lo ha visto – trató de
tranquilizarle manteniendo una íntegra sonrisa.-
- No digas
tonterías, un fallo lo tiene cualquiera. – bufó
denotando molestia –
Se recolocó
la mochila en un hombro y se acercó hacia él para poder caminar a su lado en
dirección al interior del edificio. Ellos ya estaban en su tercer año de
ciencias, y esos tres cursos, lo habían pasado juntos compartiendo la misma
clase. Era toda una suerte.
Ambos se
dirigieron en dirección a la clase que tocaba, y ese día, tendrían que escuchar
tres aburridas horas de física cuántica con el profesor Sidney, al que habían
denominado “enano de jardín” debido a su pequeña estatura.
No podía negar que a pesar de todo, tenía una vida de lo más acomodada. Unos padres que podían pagarle los estudios sin problemas, buenos amigos, una buena universidad… y lo mejor de todo. Un futuro realmente brillante.
No podía negar que a pesar de todo, tenía una vida de lo más acomodada. Unos padres que podían pagarle los estudios sin problemas, buenos amigos, una buena universidad… y lo mejor de todo. Un futuro realmente brillante.
Todo siguió con normalidad a lo largo del día.
No hubieron cambios en horarios, ni hubo nada destacable. Tal vez lo único
digno para anotar del día, había sido la primera sorpresa de la mañana, un
terrible recuerdo que deseaba enterrar en lo más profundo de su subconsciente.
Resultaba más sencillo pensar que simplemente fue una artimaña de su
imaginación jugándole una mala pasada.
Los dos
amigos tomaron juntos el autobús, y marcharon a casa de Caleb en amor y
compaña. Los padres de Caleb siempre se habían mostrado muy simpáticos y
agradables con Darian, decían con frecuencia que estaban agradecidos de que su
hijo hubiese encontrado en la universidad a un buen amigo. Al parecer era algo
a lo que no estaban acostumbrados a ver en su hijo. A pesar de que resultaba
extraña la familiaridad con la que su amigo siempre le había tratado desde el
principio, ya que no solía comportase de igual forma con el resto de personas a
su alrededor.
Se
mantuvieron en el cuarto de Caleb, trabajando juntos en el proyecto que debían
llevar a cabo de forma individual. Aunque como se suele decir, dos cabezas
piensan mejor que una. Su madre se pasaba de vez en cuando por el dormitorio
para llevarles algo para picar o simplemente para preguntar como llevaban el
trabajo y darles ánimos. Cuando menos se quisieron dar cuenta, ya habían pasado
varias horas y el sol se había ocultado desde hacía un buen rato.
- Oye
Darian, si te parece bien, puedes quedarte a cenar en casa. Supongo que a tus
padres no les importará, ¿no?
El rubio elevó
la vista de su laptop para observar a su compañero de clases con una leve
sonrisa adornando su rostro.
- No me
importaría pero... mi madre se preocupará si no vuelvo a casa para la cena. Ya
llevo muchas horas fuera.
El moreno le
observaba fijamente de forma seria, como si aquella negativa no hubiese sido
suficiente motivo para impedirle seguir insistiendo.
- Si quieres
podría hablar yo con tu madre. Podría tratar de convencerla sobre llevarte a
casa después de la cena.
- Caleb… en
verdad no me importaría pero, no quiero preocuparla. Ella dice que quiere darme
espacio y que no pasa nada si llego más tarde pero… en el fondo sé que se
preocupa por mí.
Aquello
acabó por robarle un leve suspiro al muchacho. Al parecer había logrado
convencerle de alguna manera, algo digno de un primer premio al ingenio. El
menor cerró la laptop y la guardó de nuevo en su respectiva mochila de
transporte, junto a todo el material que había estado utilizando para el
proyecto. Ya se había puesto en pie y buscaba el abrigo que recordaba haberlo
colgado en algún lugar de la habitación.
- perdona,
debo irme. Mañana es la exposición, por lo que te deseo mucha suerte. Recuerda
no ponerte nervioso como siempre haces. – Por
supuesto estaba bromeando –
- mira quien
fue a hablar, últimamente te estás volviendo olvidadizo.
Antes de que
el chico rubio se dignase a salir por la puerta, Caleb le tomó por el brazo
impidiéndole seguir caminando hacia la puerta.
- oye
Darian, ya sé que he insistido antes pero… ¿no hay posibilidad de que te quedes
hasta después de la cena? – la mirada del
muchacho en esos momentos permanecía fija en algún lugar perdido del
dormitorio, como si no se dignase a mirar a su pequeño amigo a la cara –
solo quería tratar un tema contigo.
- ¿Eh? ¿Y no
puede ser mañana?
- Es
importante. Solo te pido un rato más.
- ¿Y por qué
no lo dices ahora mismo?
- No es algo
tan fácil
Por un
momento ambos se mantuvieron callados. Se había vuelto un silencio incómodo,
donde ninguno de ellos se atrevía a retomar la conversación. A pesar de eso,
Darian sentía como el otro que aún mantenía sujeta la zona de su muñeca, la
apretaba con fuerza llegando casi a hacerle daño.
- Darian,
verás yo… nos conocemos desde hace tres años, como ya sabes. Y quería saber cuando
estamos juntos los dos, como me ves… o algo así.
- ¿Verte?
¿Quieres decir que si has cambiado?
- No, no es
eso exactamente. Más bien es como…
Una voz
femenina que llegaba desde el piso de abajo, irrumpió la conversación entre
ambos chicos. La madre de Caleb preguntaba a voces si debía preparar un plato
más para su joven invitado. Simplemente el rubio se asomó a la entrada para
contestarle de la misma forma.
- No hace
falta señora Mathew, me iré ya a casa.
Darian se
volvió hacia su compañero para sonreírle. Éste se levantó rápidamente de la
silla y se acercó al chico, ahora parecía un poco más relajado que antes.
- Oye sobre
lo que hablamos… mejor lo hablamos mañana, ¿ok? No es tan importante – le correspondió a la sonrisa para después
acercarse a darle un fuerte abrazo.-
El muchacho
rubio tomó todas sus cosas y bajó por las escaleras, cruzándose con la señora
Mathew en la puerta de la cocina. En ese momento, vestía un bonito delantal de
color granate oscuro a cuadros con un enorme bolsillo en la zona del pecho.
- Vaya… ¿al
final te vas? Es una lástima que no te quedes a cenar. Caleb se habría alegrado
mucho…
- O-oye
mamá, no inventes esas cosas, por favor…
- ¿Eh? pero
siempre estás preguntando si puede quedarse Darian a cenar en casa, o nos habla
sobre lo divertidas que son las clases contigo, ¿lo sabes?
En ese
momento Caleb tenía las mejillas de un intenso color bermellón, a pesar de que
era de piel morena, en su rostro se podía observar con facilidad que estaba
avergonzado por los comentarios de su madre. Sin embargo, el pequeño no metió
más leña al fuego, y tan sólo se dedicó a reírse para sus adentros aunque sin
poder evitar una amplia sonrisa dibujada en su rostro por toda esa escena.
Repentinamente,
sonó el teléfono de Darian con la melodía “beautiful
war” de uno de los grupos favoritos llamado “King of Leon”. Todos permanecieron en silencio mientras que el
menor tomaba aparato para contestar la llamada. Al principio pensó que se
trataría de su madre para preguntar si volvería para la cena, pero sin embargo,
el número que aparecía en la pantalla era uno que no reconocía.
- ¿Si?....
buenas noches…..
-Buenas
noches, ¿estoy hablando con Darian Snyder?
- Sí, soy
yo. ¿Quién es usted?
- Me llamo
Dayana, y le llamo desde la central. Hace un rato hemos sido informados sobre
un incendio en la calle “Long Buckby,”
número 15. Es su casa, ¿correcto?
Por un
momento sintió como si algo se le hubiese quedado atascado en la garganta,
impidiéndole gesticular palabra. Caleb y su madre le observaban ligeramente
extrañado por el cambio de expresión del chico, quien permanecía al teléfono
totalmente en shock. No podía ser posible, de ninguna manera. Debía ser un
error. Por supuesto que era imposible que algo así pudiese ocurrir. Más bien,
aunque así fuera, no quería creerlo, se negaba a creer tales demencias. A pesar
de ello, ahora más que nada, lo único que deseaba, era que aquella mujer al
otro lado del teléfono, le dijese que se trataba de una broma. Tan sólo,
necesitaba regresar a casa y ver que todo estaba igual que cuando se fue. Su
madre probablemente le esperaría con la cena preparada, y le daría un cálido y
fuerte abrazo nada más aparecer por la puerta. Y su padre estaría terminando de
organizar su papeleo como acostumbraba, prometiéndole que cuando acabase de
trabajar, podrían llevar a cabo su habitual partida de ajedrez de todas las
noches. Pero, ¿y si estaba equivocado? ¿Y si realmente esa es la realidad y la
vida que había llevado, ahora se ha convertido en una maraña de sueños rotos?
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CAPITULO 2: UNA VIDA CASI IMPERFECTA
CAPITULO 3: EL COMIENZO
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CAPITULO 2: UNA VIDA CASI IMPERFECTA
Llamaron de
la comisaría informando que en esa dirección se había producido un incendio.
“Al principio no lo
quise creer pero supongo que no hay nada más real que verlo con tus propios
ojos”
Después de
aquella extraña llamada, no le quedó otra más que ir corriendo a casa. No dio
respuesta ni a Caleb, ni a su madre,
simplemente desapareció a toda velocidad delante de la sorpresa en sus miradas.
Caleb le pidió que esperase hasta que su padre llegase a casa para llevarle de
vuelta, pero Darian no escuchó sus palabras. Tenía demasiada prisa y demasiado
interés en saber cuánta verdad se escondía en las palabras de aquella “agente”,
si es que lo era y no se trataba de alguna farsante de poca monta. Es por ello,
que Caleb, no tuvo otra opción más que seguirle para acompañarle a casa, ya que
sabía de sobra que estaba nervioso por algo que aún no le había contado.
Sin embargo,
todas sus dudas de ambos muchachos, se aclararon en el momento que observaron a
lo lejos, a escasos metros de llegar a casa, que algunos restos de humo, se
esparcían por el cielo en su misma dirección arrastrados por el viento. Al
llegar allí, unos cuantos coches patrulla, junto al cuerpo de bomberos, se
ocupaban en esos momentos de apagar un fogoso incendio. Las llamas cubrían
totalmente su hogar, calcinándolo delante de sus ojos. En sus ojos esmeralda,
se reflejaba el rojizo color de las llamas, las cuales provocaban pavor a todos
los que esperaban a que las mismas se disiparan en la puerta o las ventanas,
para poderles permitir el paso al interior de la casa.
El menor
trató de acercarse hacia la casa, pero uno de los bomberos al cargo le agarró
por los hombros, impidiéndole de esa forma que pudiese avanzar hacia el
peligro.
- Oye,
¿Dónde vas? no se puede entrar, es peligroso muchacho.
- Mis
padres… siguen ahí dentro… ¡¡DÉJENME
PASAR, SON MIS PADRES, ELLOS SIGUEN DENTRO!!
El menor
intentó a duras penas intentar zafarse del agarre del bombero, pero éste le
tenía bien sujeto para impedirle el avance. Su amigo trató de que se contuviera
y esperase a que los profesionales se encargasen de hacer su trabajo. Los
medios llegaron a los pocos minutos, con las cámaras gravando toda la escena y
los periodistas intentando sacar información incluso de debajo de las piedras.
Debía parecer una buena exclusiva para ganar audiencia. A los pocos minutos, el
fuego disminuyó y el cuerpo de bomberos se abrió paso en la casa tirando la
puerta abajo. Entraron para buscar a ver si había alguien dentro de la casa. El
tiempo pasaba despacio, al menos para el muchacho, quien permanecía absorto con
la mirada fija en las altas llamaradas de su irreconocible casa. Su compañero
de clase le había rodeado el cuerpo con su abrazo mientras esperaban nerviosos
algún nuevo signo que identificase que alguien hubiese salido de la casa. Eso
no ocurrió hasta un par de minutos después, donde un par de bomberos sacaban un
cuerpo del interior. Se trataba de su madre. Rápidamente llevaron a la mujer
hasta una camilla que esperaba al lado de la ambulancia. La tumbaron y
comenzaron a trabajar con ella, examinando su cuerpo. Presentaba signos de
estar inconsciente debido a la inhalación de humo, y algunas quemaduras graves
por la piel. La trataron con cuidado, colocándole el oxígeno antes de cargarla
al interior del automóvil. Darian insistió en ir también al hospital con ella,
pero se lo impidieron, y para mejorar la cosa, aún no habían signos de haber
hallado a su padre en el interior.
Mientras se
encargaban de seguir apagando el fuego por fuera con mangueras, los bomberos
que hacía varios minutos había entrado al interior, salían rápidamente al notar
como los cimientos comenzaban a derrumbarse. El chico buscaba con la mirada a
ver si alguno de ellos había recuperado a su padre pero ninguno lo llevaba
consigo. Uno de los bomberos que acababa de salir, se acercó a ellos observando
la casa a punto de caerse abajo.
- Lo siento,
no hemos encontrado a nadie más en el interior. Solo tu madre se encontraba
dentro.
- ¿Qué?..
eso no es cierto, a esta hora mi padre estaba en casa…
- Aunque
siga dentro... no podemos arriesgarnos, los cimientos están a punto de venirse
abajo, no podemos seguir buscando.
Aquel
comentario le asestó una fuerte puñalada en el estómago, por lo que nuevamente
intentó acercarse a la casa pero su compañero le agarró para impedírselo.
- ¡SUÉLTAME CALEB!. ¿DONDE ESTÁ MI
PADRE?
- Darian
espera, no puedes ir allí, es peligroso.
- NO ME IMPORTA, ENTRARÉ YO MISMO,
¡¡HE DICHO QUE ME SUELTES!!
Al ver como
el rubio no razonaba en esos momentos debido a sus fuertes emociones, el moreno
le asestó una bofetada en la mejilla que le pilló más a mano. No fue muy fuerte,
pero solo el gesto fue suficiente para que el chico permaneciese en shock por
unos breves instantes.
- ¡YA BASTA, DARIAN! ¿Piensas entrar ahí sabiendo que
puedes quedar atrapado? ¡Eso está a punto de derrumbarse, IMBÉCIL! ¿Es que acaso quieres morir a lo tonto? ¡NO JODAS Y RELÁJATE! – se le veía totalmente cabreado, y el rubio
se había quedado paralizado con los ojos abiertos como platos, sin saber cómo
reaccionar.
- Caleb…
yo…. yo…. Lo siento. Es mi padre…. – automáticamente abrazó al contrario con fuerza,
hundiendo su rostro en el fuerte torso del moreno, mientras comenzaba a llorar
con fuerza por la frustración. Sus lágrimas humedecieron la camiseta del
chico pero no le importó, y sus fuertes llantos, no pudieron evitar captar las
miradas de los vecinos de la zona y del cuerpo de bomberos que más que nunca,
se vieron incapaces de cumplir su trabajo.
Caleb
correspondió al abrazo, abrazándole con fuerza, mientras sus dedos se enredaban
entre los dorados cabellos del menor. Trataba de tranquilizarlo pero sabía que
ni sus abrazos, ni sus gestos, ni sus dulces palabras, podrían llegarle en esos
momentos. Y a los escasos segundos, tal y como se había previsto, los cimientos
de la casa acabaron por ceder, y todo el edificio se vino abajo con un fuerte
estruendo. Las llamas se vieron avivadas y el humo fue acompañado por una sarta
de tierra y polvo, quedando todo reducido a escombros.
El padre de
Caleb acudió más tarde a la escena. Su compañero hizo una breve llamada
telefónica para pedirle que les llevase al hospital, donde aguardaba la madre
de Darian en el quirófano. Según informaron los médicos, las quemaduras fueron
bastante graves, por lo que necesitó una intervención quirúrgica, y a pesar de
ello, le quedarían marcas para toda su vida. Sin embargo, había que mirar el
lado positivo. Había sobrevivido incluso después de las quemaduras y de inhalar
el humo, era un verdadero milagro según los médicos. Además presentaba algunas
contusiones en la cabeza, decían que posiblemente le cayese algo encima durante
el incendio o podría haberse golpeado la cabeza al desmayarse por la falta de
oxígeno. Ahora, el rubio permanecía esperando en la sala de visitas, donde la
operación seguía en curso. Probablemente duraría toda la noche.
No se
equivocó. La operación finalmente duró hasta la mañana siguiente. Todas las
horas pasaban como si de años se tratasen, hasta que finalmente, el médico
salió del quirófano con la mirada cansada de no haber dormido en muchas horas.
- La
operación ha sido un éxito. No corre peligro por ahora, pero necesita descansar
y mantener los vendajes durante un tiempo hasta que sanen las quemaduras.
- ¿De
verdad? ¿Mi madre está bien? – al momento
le empezaron a brotar las lágrimas, recubriendo por completo sus verdosos ojos.
Era una inmensa felicidad que no recordaba haber tenido en años. Incluso en
esos momentos, se olvidó por completo de la desaparición de su padre –
¿puedo verla ahora?
- Hm? no hay
problema pero está sedada. Probablemente no despierte hasta varias horas.
Deberías irte a casa mientras tanto.
El médico se
despidió de ellos y se alejó hacia la puerta del final del pasillo. Darian se
quedó de pie un poco perdido. ¿Cómo iba a volver a casa si no quedaba de ella
más que cenizas? Además de eso, su madre acabaría despertando tarde o temprano,
por lo que pensó que se alegraría si la primera persona que ve al despertar, es
su querido hijo. Caleb en esos momentos estaba al tanto de los pensamientos del
muchacho, los pudo leer incluso aunque sus labios no hubiesen desmenuzado ni
una sola palabra.
- Oye, si
necesitas donde quedarte, puedes quedarte en nuestra casa. Tu madre por ahora
no saldrá del hospital, y necesitas un sitio donde quedarte.
- Caleb… - los ojos vidriosos de Darian se fijaron en
su compañero. Demostraban gratitud por aquel gesto – gracias… pero por
ahora me quedaré aquí con mi madre. Cuando despierte te llamaré, ¿de acuerdo?
- Está bien,
tómate tu tiempo – rozó el hombro del
menor con cariño antes de despedirse para transmitirle ánimos.-
Padre e hijo
se fueron del hospital mientras que el pequeño Darian se dirigió a la
habitación donde su madre estaba en cama. Nada más entrar lo primero que vio,
fue un cuerpo tendido sobre el colchón, totalmente recubierto por vendajes.
Parecía incluso exagerado, cualquiera la habría confundido con una momia. Se
acercó a ella y se sentó en una silla, justo al lado izquierdo de la cama. Sus
ojos recorrieron el rostro de su madre, también tapado por las vendas, y se
acabó centrando en su pequeña mano, también vendada hasta la punta de los
dedos. Con cuidado la tomó con la suya con un suave roce, como si no quisiera
hacerle daño pero al mismo tiempo quería darle fuerzas, y transmitirle que él
estaba allí, a su lado.
Poco a poco
las horas pasaban, y después de no haber podido dormir desde hacía 28 horas, no
pudo evitarse que acabase quedándose frito con la cabeza apoyada en la cama de
su madre. Nuevamente era de noche, y acababan de encender las luces de la
calle. Darian dormía profundamente mientras sentía un cálido y agradable roce
sobre los cabellos de su nuca. Lentamente abrió los ojos, tratando de fijarse
en el lugar en el que estaba. Por un momento se sintió desorientado, pero a los
pocos segundos recordó que estaba en el hospital acompañando a su madre. Su
vista se fijó más a fondo hasta que pudo ver que su madre había despertado, y
acariciaba sus cabellos con suavidad.
- Darian…
¿eres tú? – su melodiosa voz estaba un
poco ronca y seca, pero era seguía siendo tan bella como siempre-
- Mamá…
estás viva… - tomó la mano de su madre y
la rozó con su propia mejilla, volviendo a empezar a verter lágrimas de
felicidad-
- Mi niño…
no llores. ¿Por qué lloras?
- ¿Por qué
no hacerlo cuando estoy tan feliz?
- Siempre
has sido muy amable. ¿Dónde está tu padre?
El menor se
quedó callado por unos instantes, analizando la situación. Por un momento había
olvidado aquel detalle, pero su madre acababa de volver a recordárselo.
- no… no lo
sabemos. Según parece, no estaba en el interior de la casa.
- Ya veo…
Entonces debe estar bien.
- ¿Mamá?
Ella intentó
moverse para incorporarse un poco en la cama pero el dolor de las quemaduras le
hizo imposible aquella acción. El menor se levantó de la silla y trató de
ayudarla, mullendo la almohada y elevando unos centímetros la parte de atrás de
la cama.
- oye mamá…
¿realmente papá no estaba en casa? – estaba
preocupado y necesitaba saberlo para su tranquilidad.-
- Ahora que
lo dices, no lo recuerdo, es todo muy borroso… ¿qué ha pasado? Me duele todo el
cuerpo.
- Bueno… te
sacaron hace algunas horas de casa. Al parecer nuestra casa estaba ardiendo.
- ¿eh? – su voz denotó preocupación – ¿eso quiere
decir que no tenemos casa?... dios mio…
- tranquila
mamá, eso no importa. Lo importante es que estás viva. Sólo importa eso…
Ella no dijo
nada más. Tal vez para ella, era demasiada información junta. Eso, añadido a
sus aparentes lagunas por el incidente, debía de causarle mucha confusión. El
pequeño rubio depositó un pequeño beso en la nuca de su madre diciéndole que
saldría un momento a comprar algo de comer a la máquina dispensadora. Además de
eso, debía llamar a Caleb para decirle que su madre acababa de despertar. Su
compañero no tardó más de dos toques en coger la llamada.
- ¿Darian? ¿Eres tú?
¿Cómo estás? ¿Va todo bien?
- tranquilo
Caleb – una leve risita se escuchó a
través del teléfono. Era raro escucharla después de todo lo que había ocurrido
– mi madre acaba de despertarse. Está bien pero no recuerda nada del
incidente.
- Comprendo. Al menos
se ha recuperado, es un milagro después de todo lo que ha pasado.
- Es cierto.
Y puede que mi padre también esté vivo. Según parece, mi madre tampoco recuerda
que estuviese en casa.
- ¿Enserio? eso es una
verdadera suerte. Por cierto, ¿has pensado en donde te quedarás?
- Bueno… mi
madre estará aquí un tiempo, si no te importa… ¿podría quedarme en tu casa
hasta que salga de aquí o hasta que aparezca mi padre? Después buscaremos algún
sitio donde poder vivir.
- No hay problema. Mi
casa es tu casa, lo sabes de sobra.
- Gracias
Caleb, eres un buen amigo
- Ni lo menciones.
Nunca te dejaría tirado.
- Lo sé, por
eso te lo agradezco. No me equivoqué en elegirte como amigo.
Permanecieron
hablando un rato al teléfono mientras que el chico se acercaba a la máquina
expendedora para comprar una bolsa de picoteo. Cuando permanecía absorto en la
conversación, un tipo trajeado apareció por su lado quedándose parado justo
frente a él. Era bastante alto a comparación de él y de cuerpo fuerte, se
podían notar sus músculos incluso debajo del oscuro traje. Su cabello era corto
y de color oscuro, con algunas ondas en sus puntas. Los ojos también eran
oscuros y rasgados. Tenía en cierto modo un aura que decía “sigue mirándome y
te mato”.
- disculpa,
eres Darian Snyder, ¿no? El hijo de Helen y Joseph Snyder si no me equivoco – aquel tipo tenía una voz bastante grave y
profunda, pero sus palabras eran muy claras.-
El menor lo
observaba estupefacto hasta que su compañero al otro lado del teléfono, comenzó
a llamarle varias veces al ver que no respondía.
- ¿Darian? ¿Hola? ¿Sigues
ahí?
- Perdona
Caleb, ¿podemos hablar en otro momento? Te llamaré más tarde.
- ¿Eh? ¿Ha pasado algo?
Está bien, pero llámame, ¿de acuerdo?
- Si si, no
te preocupes. Cuídate.
Colgó el
teléfono, guardándoselo de nuevo en el bolsillo del pantalón. Nuevamente su
atención se centró en el nuevo sujeto que había comenzado a interrogarle sin
ningún miramiento. A simple vista pudo saber que se trataba de algún agente.
- Sí, soy
yo. ¿Qué ocurre por eso?
- Hace poco
se produjo un incendio en tu casa, y tu padre desapareció. ¿Es correcto?
- De nuevo
vuelve a acertar, pero ¿quién es usted y para qué me busca?
El tipo
alto, se rebuscó entre el bolsillo interior de la chaqueta hasta que dio con lo
que andaba buscando. Le mostró una placa con su identificación. “Inspector
Gavin Hudson” hasta el nombre parecía típico para un detective. Sus
padres habían pensado en todo.
- Soy el
inspector Hudson, y vengo por el caso del incendio. Después de lo ocurrido
hemos encontrado a tu padre y me gustaría que me acompañases a la comisaría
para que pudiésemos hacerte unas preguntas.
- Disculpe
pero mi madre acaba de despertar y me gustaría estar con ella. Debería venir
otro día.
- Si no te
importa, preferiría que fuese hoy. En caso de que te niegues, lo tomaré como “Resistencia a la autoridad” y me veré en
la obligación de detenerte por ello. Eso lo dejo a tu elección. – como bien dije antes, sus palabras eran
claras y no aceptaba un “no” por respuesta.-
Vista la
situación, el chico no tuvo otra opción más que acompañar al agente Hudson
hasta la comisaría de policía en su coche. No era precisamente un coche
patrulla llamativo con el cartel de “policía” en el lateral. Más bien era un
Chevrolet de color negro, un poco antiguo pero muy bien cuidado. No tuvo la
necesidad de ponerle las esposas ya que no se trataba de un criminal y había
actuado por voluntad propia. Ambos entraron a la comisaría y se encerraron en
una de las salas de interrogatorio que estaba vacía.
- por favor
siéntate – le comunicaba al chico
mientras le señalaba el asiento que quedaba libre.-
- Está bien
– hizo lo que le pidió. Su mirada andaba
perdida centrándose con detalle en la sala donde se encontraba.-
- vamos a
ver…- el agente revisaba el interior de
una carpeta de cartón sin mirar al chico – resulta que hemos estado
investigando, y hace unas horas hemos encontrado a tu padre.
- ¿Qué? ¿Lo
han encontrado? ¿Se encuentra bien? – por
algún motivo, aquella situación no le pintaba bien.-
- No exactamente. Lo hemos encontrado entre los restos
calcinados de la casa incendiada. – al
momento dejó caer sobre la mesa en dirección al chico, una foto sobre un cuerpo
totalmente calcinado. Era imposible identificar de quien se trataba, pero
supuso que era su padre, por lo que hizo un ademán de apartar la foto
rápidamente a un lado, lo bastante alejada para no seguir viéndola.-
- No quiero verlo… – se
llevó las manos a la cara, evitando que el tipo frente a él se diese cuenta de
que había comenzado a llorar. Pero obviamente se dio cuenta – Si él está…
bueno… ¿para qué me ha traído aquí?
- Tenemos
pruebas de que tu padre no murió por un accidente. Pensamos que alguien se ha
ocupado de matarle intencionalmente.
El chico
miró al contrario con la boca abierta de par en par, y las mejillas aún húmedas
por las lágrimas. Si lo que decía era cierto, su madre también podría haber
sido víctima de aquel cruel desliz de acontecimientos.
- Pero… eso
es imposible… ¿quién podría?...
- Tus
padres… ¿Cómo eran en casa? ¿Discutían a menudo? ¿Tal vez habían llegado
incluso a tener peleas físicas?
- ¿Qué?! ¡NO, MI PADRE JAMÁS LE PUSO UNA MANO ENCIMA
A MI MADRE!, y ellos… discutían como todas las parejas supongo. ¿Por qué lo
pregunta?
El agente
hizo un gesto de volver a repasar sus papeles, pero en realidad, solo estaba
evadiendo la pregunta intencionadamente. Sabía que la respuesta a esa pregunta
no le gustaría al chico, y probablemente, solo estaban hablando de
suposiciones.
- Creemos
que ella le asesinó y que pudo intentar suicidarse después. Todo apunta a ella.
El arma apareció entre los escombros, y además… su pérdida de memoria después
del accidente es muy conveniente.
- ¿SE HA VUELTO LOCO? ¡MI MADRE JAMÁS HARÍA
ALGO ASÍ, ES IMPOSIBLE!
El chico
perdió los estribos por un momento pero enseguida se calmó al ver que había
levantado la voz. El agente no le dio importancia, pues sabía que era algo muy
común en cualquier sujeto al que le dijesen que alguno de sus familiares era un
asesino o un psicópata. Tras unos escasos segundos, el inspector Hudson dio por
terminado el interrogatorio y decidió que lo mejor era mandarlo de nuevo a
casa, en su caso, ya verían que sitio es el más
adecuado.
- Hemos
mandado a otro agente a interrogar a tu madre. De todas formas, ya es hora de
que regreses. Le pediré a alguno de los agentes que te lleve a donde tengas que
ir. Si necesitamos algo más ya te contactaremos, ¿de acuerdo?
- De
acuerdo.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
CAPITULO 3: EL COMIENZO
Rondaban las
12 del mediodía, aunque al estar las persianas bajadas, era difícil saber la
hora que era. Alexander se despertó en su cama extrañado por no haberse
levantado con resaca como otras veces. Pasó su mano derecha por los oscuros
cabellos de su nuca, acariciándolos con suavidad. Aún tenía cara de sueño, pero
buscaba con la mirada a su alrededor como si faltase algo. Una delgada mano
bastante menuda y suave, le rozó el antebrazo desnudo llamando su atención.
- oye, ¿ya
te has despertado? Podemos continuar lo de ayer si quieres.
La voz
pertenecía a un chico que recogió la noche anterior por la calle. El pequeño
era menudo y delgado, con un bonito rostro bastante infantil. De cabellos de un
color rubio tostado y unos ojos color caramelo, a pesar de su apariencia
inocente se escondía un deje de picardía. Eso era tal vez fue lo único que le
produjo el impulso de pedirle que le acompañase esa noche. Ahora que lo miraba
de cerca, no estaba muy convencido de si hizo lo correcto o no.
- ¿Aun estás
aquí? Pensé que te irías nada más acabar lo de ayer – su voz sonaba quebradiza por la sequedad de su garganta.-
- ¿Ehhh? Qué
cruel… y eso que fuiste tú quien me pidió que me quedase en tu casa a dormir.
Por
supuesto, no se acordaba de que aquellas palabras hubiesen salido de su boca.
Tal vez sólo se trataba de otra laguna más en su vida, otra más a parte de los
borrosos recuerdos de su pasado.
- voy a
ducharme, cuando regrese más te vale no seguir aquí.
El menor
permaneció en la cama tapado bajo las mantas con un claro fruncido en su
pequeña frente. El moreno no le prestó atención por lo que ignorando su
presencia, se fue al armario para tomar ropa limpia y meterse en el baño de
arriba.
El baño al
igual que el resto de la casa, era bastante amplio, con una bañera en un lado y
una ducha con puerta corredera de cristal al otro. Nada más entrar, podías
encontrar un espejo de grandes dimensiones con su respectivo lavabo. Todo era
de color blanco, incluidos los muebles donde guardaba ciertos utensilios. Lo
único que podía verse de otro color, eran los azulejos de las paredes que
resultaban de un color azul cian, haciendo algunas franjas en blanco. Lo más
sorprendente de todo, era que a pesar de vivir solo, tenía todo impoluto, nadie
creería que ahí vivía alguien.
Éste tan
sólo tuvo que quitarse la única prenda interior que casualmente aún vestía,
para meterse en el interior de la ducha. El agua empezó a caer, al principio
era fría pero al poco tiempo comenzó a salir la caliente. Sintió como si su
cuerpo estuviese relajado, no sabía decir si era el efecto de la ducha o el
polvo de anoche, pero a efectos era lo mismo.
En esos
momentos, cuando su cuerpo ahuyentaba la tensión y su cabeza quedaba en blanco,
sus pobres recuerdos volvían a su cabeza como si se tratasen de pequeños
fragmentos de una película antigua dirigida
por secuencias. Nada tenía sentido a excepción de su actual vida, la
misma vida que él se había forjado con el esfuerzo y con la sangre de sus
víctimas. Cualquiera pensaría que tan sólo corría sangre fría por sus venas
pero, para él era simplemente, otro medio de vida, como quien cría el ganado
para sacarles las entrañas y venderlos más tarde, o como aquel tipo que no le
importa dejar a familias en la calle siempre que su sueldo no corra peligro. Se
podía decir, que para él, matar a unos cuantos tipos, era lo que le permitía
seguir viviendo. Son ellos o yo, la ley marcada por la subsistencia.
Cuando salió
de la ducha, se dispuso a vestirse frente al gran espejo del lavabo. Su cuerpo
a simple vista era delgado y fuerte, con los músculos notablemente marcados
tanto en su torso como en su ancha espalda. La piel a pesar de ser clara y
firme, en ciertas ocasiones se le podía apreciar algunas cicatrices en la zona
de la espalda y las costillas. Era obvio que más de una vez había recibido
algún que otro disparo o alguna puñalada, pero nada de eso sirvió para darle un
bonito funeral. En el lateral derecho, justo en las costillas, se apreciaba un
tatuaje de unos 10 cm de unas letras en árabe. Y en su torso, en la distinguida
zona del corazón, el tatuaje de una cruz en negro.
Al acabar de
vestirse, con una camiseta básica de tirantes y unos vaqueros oscuros, salió
del baño dirigiéndose hacia el dormitorio. El chico que hasta hacía escasos
minutos se hallaba tumbado sobre el colchón de su cama, ahora parecía haberse
esfumado como el humo. “¡Bien por él! Y… ¡bien por mí!” pensó inmediatamente al
encontrarse bajo la tranquilidad de la soledad. Una lástima que el sonido del
televisor del salón rompiese sus pobres esperanzas.
Pasó sin
hacer ruido por el pasillo hasta llegar a la sala donde el menor permanecía
sentado en el cómodo sofá de piel. En esos instantes vestía una sola prenda que
le quedaba lo bastante larga como para taparle hasta medio muslo. La televisión
estaba puesta en el canal del noticiario donde se estaban emitiendo las últimas
noticias, entre ellas, el incendio de una casa al norte de West Midlands, junto
a la muerte de uno de sus miembros.
¡Qué irónico resultaba pensar que la policía andaba buscando
al culpable cuando él mismo sabía de quien se trataba!
El menor
permaneció sin inmutarse tan sólo escuchando la noticia pasmado. El locutor
siguió dando detalles hasta entrar en agua lodosa cuando al parecer la
investigación había llegado a la conclusión de haber sido un asesinato por
parte de la esposa aunque no se había cerrado el caso.
¡Madre mia, no podía tener ser más afortunado ese día! La
diosa de la fortuna le había bendecido.
El
noticiario continuó añadiendo algunas fotos sobre el suceso, mostrando la casa
en llamas durante las horas que pasaron los bomberos apagando el incendio a
duras penas, y otras más recientes, sobre la apariencia del pequeño hogar de la
familia Snyder, ahora hecha cenizas. Quizá lo único que podía implicarle
después de todo, era el testimonio de uno de los vecinos que vio un BMV negro
aparcado en la parte trasera de la casa unas horas antes del incendio. Eso
haría que probablemente le identifiquen como sospechoso.
El pelinegro
se acercó al televisor y lo apagó de golpe sin esperar a que la noticia
siguiese adelante. El menor que se mantuvo encogido en el sofá, ahora elevaba
la vista para observar al contrario con desdén.
- Vaya vaya,
veo que te has tomado toda la libertad del mundo. ¡Por favor, estás en tu casa!
– no pudo pasar desapercibido que estaba
siendo irónico.-
- Pensé que
era tu invitado después de todo – los
finos labios del chico esbozaron una sonrisa cargada de malicia.-
- No
esperaba menos de ti, esto… ¿Nike?
- Soy Lau.
Al menos deberías acordarte del nombre de la última persona con la que te has
acostado.
- Debería.
Pero es demasiado trabajo acordarme de tantos nombres. – Forzó una leve risita tras su propio comentario.-
- No hay
remedio. – el rubio suspiró aparentando
resignación – Entonces me voy ya. Por favor, no me llames~.
Por supuesto
que no pensaba llamarle aunque no se lo dijese. No tenía la mala costumbre de
acostarse con el mismo tipo dos veces. El chico se levantó del sofá y se
dirigió al dormitorio, probablemente para vestirse. Efectivamente, no tardó más
de dos minutos en volver ya vestido con la misma ropa de la noche anterior,
aunque estaba un poco más arrugada. El chico se acercó a la puerta e intentó
abrirla pero ésta tenía una cerradura de seguridad que solo se abría con un
código, ya fuese desde dentro o desde fuera. El mayor siempre había tenido
especial interés en mantener la seguridad en su hogar, de esa forma pretendía
que ningún desconocido entrase al interior y a su vez, que ningún “invitado”
saliese sin su consentimiento. Aun así, abrió la puerta con el código de
seguridad y el pequeño salió por la puerta observando ahora que era de día, el
ambiente de la calle.
La casa era
bastante grande y contaba con una verja acabada con alambre de espino, que
rodeaba el edificio de lado a lado. Justo enfrente mantenía a la vista el coche
con el que llegaron ayer, el reconocido BMV de color negro esmaltado que acabó
por captar su atención. El menor no se dio cuenta la noche anterior porque era
de noche y estaba oscuro, pero ahora que lo observaba de cerca cayó en la
cuenta que probablemente era el modelo del que hablaban en las noticias.
Permaneció observándolo con tanto interés que aquella actitud no pudo pasar
desapercibida del pelinegro.
¡Fue un gran error pensar que una noche loca con él, le
saldría gratis!
- ¿Ocurre
algo? – Ante la desconcertante mirada del
chico, éste le preguntó denotando inocencia en su pregunta.-
- ¿Eh? No,
no… no ocurre nada, disculpa.
Antes de que
el chico siguiese caminando, el mayor le agarró de un hombro, deteniendo de esa
forma que continuase el paso. El menor simplemente quedó parado en seco sin
mirar al contrario, más bien, prefería seguir mirando a un lado con la mirada
perdida.
- Ayer
recuerdo que querías saber sobre mí, ¿me equivoco? Me preguntaste de donde
venía y en qué trabajaba, ¿no es así?
El chico
permaneció sin moverse, pero esta vez su rostro se giró para poder observar al
mayor directamente al rostro. Inconscientemente su mente divagó por un
instante, como si ésta se perdiese en el color grisáceo de sus ojos y olvidase
el motivo que le llevó a pensar que debía correr.
- Si es así,
permíteme que te lo demuestre. Luego te llevaré de vuelta a casa. ¿Está bien? –
por supuesto estaba mintiendo.-
A pesar de
su mentira tan obvia, el menor asintió con la cabeza y se dejó arrastrar con
aquella amabilidad disfrazada, al interior de la casa nuevamente. Puede que en
esos momentos solo estuviese satisfaciendo su apetito curioso que le llevaría a
la ruina; o quizá, sabía que hiciese lo que hiciese, sus probabilidades de
escapar de entre sus manos, eran prácticamente nulas.
Eran cerca de la una de la mañana y aquella
noche como muchas otras, tuvo que salir de casa conduciendo su automóvil por
las calles de la ciudad. Había quedado con un tipo en un Gay bar al sureste de
West Midlands para cerrar un trato. El tipo habló con uno de sus antiguos
contactos, quien le facilitó un teléfono. En la llamada tan solo le dio el
nombre del bar donde se tendrían que encontrar y una hora de encuentro. El
lugar se denominaba “Compton’s of soho” y
se había edificado desde hacía casi 8 años, más años de los que podía recordar
desde luego. Al parecer se trataba de un sitio donde se podían encontrar varios
clubes nocturnos y el destacado perfil del “sexo libre” era un atrayente imán
de las masas con tendencia homosexual.
Nada más
llegar al local, se dejó embriagar por el intenso aroma impregnado a licor, y
el atronador sonido de la música punki que lograba hacer vibrar incluso hasta
las paredes del sitio. Comenzó a buscar con la mirada a su contacto, quien le
esperaba en una de las habitaciones privadas al fondo. No tuvo más que fijarse
en la única puerta que estaba siendo sellada por un tipo “disfrazado de
gorila”. El tío resultaba imponente a simple vista, pues medía cerca de sus dos
metros, y aunque vestía con un traje negro, se notaba que era un tipo duro de
roer.
- Vengo por
el trabajo. Hypnos me espera. – Hypnos se
trataba de un nombre en clave que servía para identificarle. En cierto modo,
también servía para mantener el anonimato, lo cual le desquiciaba.-
El enorme
gorila que guardaba la entrada se apartó de la puerta, dejándole paso hacia el
interior del habitáculo. El sonido de la música resultaba menos marcado, solo
se escuchaba como una simple música de fondo como en las películas. La luz del
interior era bastante tenue, por lo que resultaba distinguir las figuras. A
pesar de ello pudo reconocer una figura que permanecía sentada en un sillón
junto a dos imponentes figuras, una a cada lado. Tan sólo al escuchar la voz de
uno de ellos, pudo saber quién era la persona con la que debía trabajar en esta
ocasión.
- Buenas
noches Alex, hace tiempo que no nos encontramos. ¿Te has cambiado de teléfono
desde la última vez?
- Jason… – la voz le salió tan quebrada que parecía
que las palabras cortaban su garganta.-
Efectivamente
conocía al tipo. No era la primera vez que realizaba algún trabajo para él,
incluso, debía admitir que fue el único que le ayudó cuando no tenía nada, el
único que le dio la oportunidad de comenzar a trabajar como asesino. Pero no se
sentía precisamente agradecido con quien le ofreció aquella vida, no es algo
digno de agradecer después de todo lo que le hizo en el pasado. Eran horribles
recuerdos que después de casi siete años, había tratado de borrarlos al igual
que su anterior vida.
Alexander
por un momento pensó en darse la vuelta por donde había venido y olvidarse del
asunto pero el tipo que estaba fuera guardando la puerta, ahora había entrado
dentro y permanecía parado frente a la salida como si se tratase de un muro de
contención a prueba de bombas.
- Alex por
favor siéntate. Hablemos como en los viejos tiempos. – Jason insistió.-
El pelinegro
se mantuvo parado en medio de la sala, hasta que vio que no le quedaba otra más
que rechazar el trabajo y acabar
rápidamente con la charla. Su vida no valía tan poco como para dejarla en manos
de ese tipo. Lentamente se aproximó hasta sentarse en el asiento frente a la
mesa que separaba los dos sillones uno frente al otro. La figura quien
permanecía sin inmutarse y cómodamente sentado en el sofá con un brazo
alrededor del cabecero, le mostró una leve sonrisa de aprobación. Desde esa
distancia, la sutil luz de la lámpara iluminaba el rostro del sujeto.
Jason
Ayrton, era reconocido por sus innumerables empresas de material industrial y
sus grandes fondos en la bolsa que le habían ofrecido miles de millones en
divisas. Se trataba de un hombre bastante joven, probablemente de la misma edad
que Alexander. Los cabellos eran rojos caoba con un peinado moderno y cuidado.
Los ojos, a pesar de la escasa luz, se diferenciaban de un color azul intenso,
eran similares al del pelinegro pero de un tono más oscuro. Siempre lo había
recordado como una persona que sabía cómo vestirse, siempre recién sacado de la
sastrería, y como era de esperarse, esa noche lucía un pulcro atuendo. Lucía un
traje hecho a medida, con chaqueta blazer, camisa blanca con cuello recto y una
corbata a juego de color azul oscuro. Todo perfectamente colocado al pelillo.
- Cuanto
tiempo Alex. ¿Cómo has estado estos dos años? No has cambiado nada
- Déjate de
juegos y dime para qué me quieres. – Alexander
le cortó en seco, no estaba por aguantarle más de la cuenta.-
- Te has
vuelto un aburrido, ¿eh?
- se de
sobra que si me has llamado es para alguna mierda de las tuyas, y siento
decirte que me niego. No volveré a trabajar para ti.
- Vaya vaya,
te debe de ir muy bien como para rechazar uno de mis bien pagados trabajos. La
primera vez que te encontré, aceptaste sin dudar un instante.
El ceño de
Alexander se frunció con dureza ante las palabras del contrario. Continuamente
le recordaba el pasado una y otra vez, tal vez, era lo que más detestaba de
aquel tipo.
- sin
embargo…- el pelirrojo observó por el
rabillo del ojo a uno de sus guardaespaldas, quien se acercó hasta el otro
sujeto agarrándole por el hombro derecho – no tienes opciones, ¿no crees?
- Tienes a
un montón de matones a tus pies, ¿por qué me lo pides a mí? – observó al gorila con recelo pero prefirió
dejarlo pasar.-
- Me
apetecía ver tu cara de nuevo – mintió
sin esperanzas de que le creyese.-
- Lo suponía
– no se inmutó ante la situación,
simplemente apartó la mano del tipo de su hombro y volvió a centrar la atención
en Jason - ¿Qué es lo que quieres?
- Esa
actitud me gusta mucho más – una leve sonrisa adornó su rostro.
Éste se
buscó entre el bolsillo de su Blazer hasta que encontró una fotografía. La
extendió en la mesa y la empujó para que el otro la tomase. El tipo de la
fotografía era de mediana edad, con el cabello castaño y ojos verdosos. Por
supuesto no lo conocía de nada, parecía un pedido diferente a los que recordaba.
- ¿Quién es
este tipo?
- Se llama
Snyder Joseph, de cara al público es un mero empresario que lleva una empresa
de manufacturación en el sector industrial.
- ¿Eso
quiere decir que es de tu competencia y deseas quitarlo del medio? Muy típico
de ti. Te dije que no haría esa clase de trabajos para ti.
- Te
equivocas de nuevo, Alex~
- Deja de
llamarme así – miró al contrario con
desprecio, sin embargo no pareció afectarle.-
- No
necesitas saber el motivo. Detrás tienes una dirección, el resto de información
viene en el informe. – el tipo trajeado
de negro que permanecía al lado de Alexander, le tendió una carpeta con algunos
folios en el interior. Éste la tomó y la comenzó a ojear.-
- ¿El tipo
está casado? ¿Tiene familia?
- Así es. No
quiero cabos sueltos, más te vale hacer bien tu trabajo. Te pagaré una vez que
hagas lo que tienes que hacer. Más te vale no fallar.
- Vaya, sin
derecho a fallos. Como en los viejos tiempos. – Sus palabras se escucharon sarcásticas – no fallaré.
Alexander se
puso en pie mientras guardaba la fotografía en el interior de la carpeta. El
tipo que permanecía sentado en el sillón, se levantó también para después
acercarse al pelinegro rodeando la mesa
de cristal hasta quedar justo frente a frente de él.
- Oye Alex,
¿no volverás? Sabes que siempre tendrás un sitio donde volver, ¿verdad?
- Debes
estar de broma ¿verdad? Después de lo que hiciste, ¿Cómo puedes esperar que
vuelva a trabajar contigo después de traicionarme?
Jason agarró
el cuello de la chaqueta del contrario. Vistos frente a frente, Alex le sacaba
algunos centímetros a su nuevo “jefe temporal”. Tironeó del cuello hasta que
logró hacer que se inclinase hacia adelante.
- Te podría
hacer un hueco en la familia si quisieras. Te pagaré bien si me haces algunos
trabajos.
- no tientes
a la suerte, Jason. – Agarró la muñeca
del pelirrojo y la apartó a un lado para hacer que le soltase – no volveré
a ser tu títere, y…. algún dia haré que me la pagues. No te creas que tus
gorilas te protegerán siempre.
- Estaré en
guardia entonces – le mostró una
sarcástica sonrisa cargada de seguridad.
Finalmente
el guardaespaldas que permanecía en la puerta de salida, se apartó a un lado
para permitirle irse de la habitación. Estaba en uno de sus bares favoritos, y
estaba cargado de un cúmulo de chicos que esperaban una invitación a su cama,
pero esa noche su humor había sido arruinado y sólo le apetecía acabar el
trabajo lo antes posible para librarse de Jason.
“Esto no puede ser peor…. Algún día me las pagarás, maldito”
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
CAPITULO 4: RECUERDOS IMBORRABLES
La noche
anterior tuvo esas horribles pesadillas nuevamente. Aquellos vívidos y confusos
sueños fuera de la lógica donde sentía la horrible sensación de asfixiarse.
Siempre ocurría la misma escena.
“Un niño de no más de 5 años se
encontraba jugando en un parque a las afueras de la ciudad. Se encuentra solo
sin más niños alrededor, a excepción de una mujer alta y de cabello negro, pero
sin rostro.
Todo parecía perfecto hasta que una
camioneta blanca aparca bruscamente en la entrada del parque, justo delante de
ellos. Algunos tipos vestidos completamente de negro, comenzaban a emanar de la
puerta trasera lanzándose hasta lograr agarrar a la mujer por los cabellos y
arrastrarla al interior de la camioneta. Ante los mudos gritos de la mujer, el
niño comenzó a correr antes de que alguno de los tipos le alcanzase.
Aquel mocoso siguió corriendo incluso
aunque el cansancio se apoderase de él, hasta una pequeña casa a unos pocos
metros de allí. Estaba abandonada, con los cristales de las ventanas rotos y la
puerta atorada pero abierta. El chico se escondió dentro de la escambrosa casa,
ocultando su presencia de las demás sombras que parecían mirar alrededor,
buscando la inexistente presencia del muchacho.
Sentía la inexorable necesidad de
comenzar a llorar, abatido por haber permitido que aquella mujer fuese
arrastrada delante de sus ojos, por encontrarse solo en aquel lugar sin nadie
que le abrazase y le dijese “todo va a salir bien”. Todos aquellos pensamientos
que divagaban, se vieron frustrados cuando una sombra atravesó la atorada
puerta captando su asustadiza atención.
Sus pasos eran sordos, a excepción
del sonido de la madera agrietándose cada vez más cerca de donde se hallaba
oculto. Solamente cesaron cuando una figura paró justo frente a él,
observándole fijamente. En ningún momento había logrado reconocer su rostro. Se
agachó hasta quedar a la escasa altura del menor mientras le tendía una frágil
y pálida mano.
“Ven conmigo. Tranquilo, no te haré daño. ¿No quieres volver
a ver a tu madre?”
Le llamaba con una voz cálida y
melodiosa, parecida a la voz de las sirenas cuando lograban hacer zozobrar los
barcos de los marineros que se perdían en el mar. Era sin duda alguna, la voz
del diablo llamándole incesantemente aclamando su condena.”
Por alguna
razón que desconocía, el sueño se acababa ahí, y se repetía constantemente como
una secuencia de un carrete antiguo. Resultaba jodidamente molesto y frustrante
no poder recordar el resto de la historia.
El pelinegro
se secó el sudor de la frente con las suaves sábanas de algodón y las apartó a
un lado sintiéndose demasiado acalorado como para volver a retomar el sueño.
Se levantó
de la cama y se dirigió al baño para darse la segunda ducha de la noche.
Su cabeza
había estado demasiado ocupada durante el día leyendo la documentación que
Jason le había prestado con “toda su buena fe” para que de esa forma pudiese
preparar un plan. Un plan lo bastante perfecto para que incluso él, dejase de
ser una espina en el trasero por un tiempo.
De vez en
cuando recordaba aquellos tiempos, donde ambos trabajaban en lo mismo, esos
tiempos donde compartían incluso los juguetes cuando eran niños. ¡Qué dulces
recuerdos si no supiese que todo era una sarta de mentiras!
Acabó de
ducharse y mientras rodeaba su cintura con una toalla, tomó asiento en una
silla de escritorio del salón y comenzó a ojear la documentación para repasar
el plan.
El tipo que
debía de encargarse era un tal Joseph Snyder. Estaba casado con una preciosa
mujer desde hacía más de 10 años. Vivía en una casa al norte de West Midlands,
la mejor zona de la ciudad si se me permite decir.
Empresario
de una empresa de manufacturación en el sector industrial, donde aparentemente
le hacía sombra a la empresa de Ayrton. Tal vez, el maldito de Jason sabía que
si contrataba a cualquier otro, enseguida la policía le podía relacionar con el
asesinato del viejo. Pero eso no era lo importante.
Siguió
ojeando y encontrando todo tipo de información valiosa fuera del entorno de la
empresa. Todo cubría un gran sector que alcanzaba el oscuro mundo de las
drogas, el contrabando, y las mafias organizadas al sur de la ciudad. Era
increíble pensar que un simple hombre de negocios con buena familia, tuviese
lazos con todo aquello. Probablemente si la información saliese a la luz sería
todo un escándalo, y en verdad sonaba divertido permitir que la ciudad entrase
en el caos con una simple llamada de teléfono.
Durante
algunos días, había estado viendo como era el día a día de aquella familia tan
poco común.
En cualquier
caso, su trabajo sólo era encargarse de él, todos los demás eran meros muñecos
que acabarían siendo arrastrados por el mismo vórtice.
En tan sólo
un par de días, había capturado toda la vida rutinaria de la familia, empezando
por las horas donde el padre salía y llegaba a casa, hasta las horas donde ella
salía para las compras o para ir a la peluquería en más de una ocasión.
Resultaba alentador pensar que estaban siendo analizados sin que ellos supiesen
nada al respecto, al igual que los ganaderos se ocupan de preparar el terreno
para la matanza sin que los corderos lo alcanzasen a imaginar.
Terminó de leer toda la documentación y se
dirigió hacia el dormitorio para tomar una muda de ropa limpia y encaminarse a
casa de la familia Snyder. Ya estaba siendo hora de que al fin hiciese su
rutinaria visita, y quien sabe, tal vez prepare una bonita sorpresa antes de
llegar.
EN EL HOSPITAL…
Un hombre de
mediana edad y trajeado, irrumpió en la habitación de Helen Snyder. Ella ya se
había despertado hacía varias horas, y se mantenía tranquila tumbada sobre la
cama, mirando el exterior por la ventana de la habitación. El sonido de la
puerta al abrirse la hizo desviar su atención hasta que se decepcionó al ver
que no se trataba de su hijo, sino de un tipo desconocido del cual pensó, que
se había equivocado de habitación.
– Buenos
días, usted es Helen Snyder, ¿no es así?
La dama
observaba al intruso bastante sorprendida por el conocimiento de su persona.
Sin embargo, solo contestó a la pregunta asintiendo ligeramente con la cabeza a
modo de afirmación.
– Así es.
¿Quién es usted?
– Soy el
agente Enzo Jefferson de homicidios. Vengo para hablarle del incendio producido
en su casa hace unos días. ¿Lo recuerda?
– ¿Incendio?
¿Creo que eso explicaría mi estado?
El agente la
miró bastante extrañado al observar la confusión de la paciente. A primera
vista no parecía estar mintiendo, tan sólo se mostraba confundida por la nueva
información. El tipo trajeado tomó una silla a un lado de la habitación, y se
sentó justo enfrente de la cama donde se hallaba tendida.
– Hace un
par de días, los bomberos la sacaron de casa. Al parecer hubo un incendio
provocado.
–
¿Provocado? Eso no es posible, ¿quién haría tal cosa?
– No lo
sabemos. Por eso estamos tratando de saber lo que ocurrió. – Le dio un momento para que asimilase toda la
información antes de proseguir. – Dígame una cosa. ¿Tenían problemas en
casa?
–
¿Problemas? ¿Qué clase de problemas? – De
nuevo la mirada de la rubia se mostraba perpleja.-
– Ya sabe,
problemas de dinero. Tal vez discusiones… ¿Bebía su marido acaso?
Todo aquello
logró hacer que ella se exaltase, rompiendo en cólera.
– ¡¿Qué está
diciendo?! ¡Somos un matrimonio feliz con un hijo precioso!
– Ah es
cierto, tienen un hijo. ¿Alguna vez se volvió violento con él?
– ¡¿Cómo
dice?! ¡Mi marido jamás le habría puesto una mano encima a Darian! ¡Es un buen
padre y un buen marido! ¡¿Acaso ha venido aquí solo para burlarse de mí?!
– Cálmese
señora.
Al escuchar
que el agente le pedía que se calmara, supo que sin darse cuenta había elevado
la voz al dejarse llevar por sus emociones. Es por ello que se recostó en la
cama y trató de guardar las formas. El agente Enzo lo notó y tuvo en cuenta el
autocontrol de la dama a pesar de perder los estribos.
– ¿Quién
estaba en casa esa noche?
– Estaba yo sola. – no lo dudó ni por un segundo en responder.-
– ¿Está
segura de que no había alguien más en casa? ¿Su hijo tal vez?
– Se había
quedado en casa de un amigo. Dijo que volvería para la hora de la cena.
– Pero no
regresó, ¿verdad?
Ella negó
con la cabeza ante la pregunta. A decir verdad le venían recuerdos borrosos, y
a duras penas podía recordar detalles de aquella sabática noche. Fue entonces
cuando cayó en la cuenta que recordaba algunos fragmentos bastante borrosos
pero que poco a poco se iban volviendo más nítidos.
– Había un
hombre…
– ¿Un
hombre? – Enzo tomó una pequeña libreta
del interior de su chaqueta junto a un bolígrafo y volvió a observarla
detenidamente.-
– Llamó a la
puerta preguntando por mi marido.
– ¿Le
conocía? – Ella negó rápidamente con la
cabeza.-
– No. Era la
primera vez que le había visto.
– ¿Recuerda
cómo era?
– Era alto.
Bastante apuesto. Tenía el pelo de color negro y vestía del mismo color.
– ¿Era
joven?... ¿tal vez de mediana edad?
– No, era
muy joven. Seguramente no llegaba a los 30.
– ¿Puede
decirme a qué fue esa noche a su casa?
Por primera
vez en un buen rato, se mantuvo pensativa, con la mirada gacha. Sus manos se
movían con nerviosismo, tal vez porque le costaba demasiado recordar tantos
detalles.
– ¿Señora
Snyder? – Al ver que no reaccionaba, tomó
la mano de Helen logrando un efecto inmediato de captar su atención.-
– Ah…
discúlpeme.
– No se
preocupe, pero ¿recuerda algo más?
– Sí…
recuerdo que dijo algo de hablar de negocios. Nunca he comprendido realmente
los negocios de mi marido, por lo que no pregunté nada más. Lo siento.
El agente se
ocupó de ir apuntando ciertas cosas en una libreta. Garabatos que el único
sentido que cobraban, era que aquella mujer realmente había estado sola durante
toda la noche. La miraba de vez en cuando mientras escribía, como si quisiera
corroborar de aquella forma su cordura. Habían estado investigando y nadie más
había visto que alguien entrase en casa de la familia Snyder. Todo apuntaba a que
se trataba de una mentira para encubrir el asesinato de su marido, o por otra
parte, que su mente había imaginado la aparición de alguien más en casa que
nunca había existido. ¿Pero y si realmente alguien más hubiese estado en casa?
¿Qué sentido tiene abrirle a un desconocido?
– Una cosa
más, si no lo conocía, ¿por qué simplemente le dejó pasar? Podía haberle dicho
que volviese más tarde.
– Aunque me
pregunte eso… No lo sé. Tal vez estoy acostumbrada a que mucha gente venga a
casa preguntando por mi marido. Es un hombre de negocios después de todo,
¿sabe?
– Más bien,
lo era.
El rostro
ataviado por las quemaduras producidas por el incendio, había palidecido
notablemente y sus carnosos labios se mostraban entreabiertos por la sorpresa
de la noticia tan inesperada.
– Hemos
encontrado los restos calcinados de su marido en el interior. Tenemos…
sospechas de que alguien pudo haberlo matado y haber producido el incendio.
– ¿Qué? No… no puede ser… mi marido sigue
vivo….
– A pesar de
todo, según parece, usted fue la última persona que vio a su marido por última
vez, así que es probable...
Parecía
estar en trance, pero al momento su actitud cambió hasta lograr derrumbarse.
Había roto a llorar de forma desesperanzadora, como si le hubiesen arrebatado
un pedacito de su vida, o la vida entera.
– ¡¿Está
culpándome de matar a mi marido?! ¡Era mi marido, y el padre de mi hijo! ¡Yo lo
amaba!
– Es sólo
una conjetura, aun no tenemos pruebas de ello
– ¡Pues no
se atreva a pensar que lo maté! ¡Lárguese de aquí! ¡¡Enfermera, este hombre me
está molestando!!
– Señora
cálmese – se levantó de la silla rápidamente
para tratar de calmarla a duras penas, pero no parecía funcionar en absoluto.-
– ¡No me
calmo! ¡Enfermera! – Estaba tan exaltada
que se había puesto en pie a pesar de las quemaduras de segundo grado.-
Con todo el
escándalo, dos de las enfermeras del hospital acabaron siendo atraídas por el
bullicio. Tras una corta conversación con ellas, el agente Enzo estimó oportuno
regresar en otro momento. Tal vez la único que podía llegar a incordiarle en
esos momentos, era el hecho de que la hipótesis de que alguien más hubiese
estado allí esa noche, cobraba fuerza por momentos, ya no sólo era el
testimonio de haber sido avistado un coche sospechoso, sino también la
confirmación de Helen Snyder. Por ahora,
solo quedaba estudiar qué pasó esa noche y el móvil que llevó a la tragedia.
Una vez el
agente se fue, las enfermeras trataron de calmar a Helen, haciendo que volviese
a tumbarse sobre la cama. Aquel arrebato de furia, provocó que tuvieran que
administrarle un sedante para mantenerla calmada. A los pocos minutos su cabeza
comenzó a dar vueltas debido a la droga, recogiendo recuerdos de una forma
confusa. Tenía miedo de volver a recordar con exactitud los demás detalles de
esa fatídica noche, pero por otra parte, su subconsciente luchaba
incansablemente por saber el resto de la historia. Sin darse cuenta, había
terminado cayendo en un profundo sueño, donde la imaginación y las memorias comenzaban a tomar forma.
LA NOCHE DEL INCENDIO……
Aparcó el
coche en la parte trasera de la casa y observó detenidamente como las luces de
las ventanas aún estaban prendidas con ese cálido color amarillento. El
pelinegro sonrió para sí mismo y tomó una pistola de calibre 45 con silenciador
que mantenía guardada en la guantera del coche. Se cercioró de que estaba
cargada y en perfectas condiciones, y bajó del coche encaminándose hasta la
puerta de la casa.
Cuando tocó
el timbre, sonó con una melodía demasiado suave y armoniosa para ser
considerada un timbre, y a los escasos segundos, una bella mujer de largos
cabellos rubios y ojos castaños, le abrió la puerta manteniendo una agraciada
sonrisa.
– Buenas
noches, señora. Buscaba al señor Joseph Snyder. ¿Se encuentra en casa en estos
momentos?
– Oh vaya,
¿busca a mi marido? – Tal vez estaba más
sorprendida por encontrarse con ese pintoresco personaje que por el hecho de
las altas horas de la noche.-
– Verá,
vengo a hablar con él de negocios, y su secretaria me dijo que se encontraría
aquí.
– ¿Puedo
saber quién le busca?
– Oh,
perdone mis modales. Me llamo Eric Lowell. Encantado~
Con cuidado
de no asustarla, el joven de cabellos obscuros, tomó la mano contraria más
cercana y tras elevarla, alcanzó a besar el dorso de la misma de forma sutil. Ella
inconscientemente se sorprendió de responder con un ligero sonrojo adornando
sus mejillas. Tal vez era porque no estaba acostumbrada a ese trato, pero le
resultaba temeroso saber que no le desagradaba.
– Yo… me
llamo Helen. Mi marido se encuentra en la oficina en estos momentos, pero… no
tardará en llegar.
– Bueno si
soy una molestia, tal vez debería venir más tarde si le parece bien.
– No, no es
necesario. No tardará demasiado en llegar, no se preocupe. Por favor, pase.
– En ese
caso, se lo agradezco. – el nuevo
invitado le sonrió a la señora de la casa con una arrebatadora sonrisa,
bastante impropia en él, pero que había estado puliendo con los años para esa
clase de trabajos de cara al público.-
Nada más le
permitió entrar, dejó que le guiase por el largo pasillo en dirección al salón
justo al fondo de la casa. Todo el ambiente estaba embadurnado por el
embriagador olor a la cena, y aunque no sabía describir lo que era, resultaba
más que apetitoso.
Mientras
caminaba tras ella, observaba con cierto detenimiento el color rubio de las
largas ondas de la mujer que caían grácilmente casi hasta la cintura, por algún
motivo que desconocía, esa tonalidad siempre le había resultado cautivadora
hasta tal punto de abrumarle. A pesar de ello, tomó asiento en uno de los
sillones disponibles del amplio salón y con algo de esfuerzo, logró centrar su
atención en lo que debía hacer.
– ¿Ese olor
tan delicioso es la cena?
– ¿Eh? claro
que sí. ¿Le gustaría quedarse a cenar?
– No es
necesario, esperaré a su marido y me iré pronto.
– Oh vaya,
es una pena.
– Diciéndolo
así es como si desease que me quedase más tiempo
El joven
sonrió levemente sin apartar sus intensos ojos grises de la señora Helen, quien
se sonrojó levemente por la sorpresa de sus palabras. Incluso ella misma se
había dado cuenta que estaba reaccionando de una forma extraña e inesperada en
su persona.
– ¿Puedo
saber de qué conoce a mi marido?
– Bueno,
sólo son negocios. Hemos tenido algún que otro contacto, pero no directo.
– ¿Sólo eso?
Me extrañaba que fuesen amigos…
– ¿Porque
parezco demasiado joven para estar en la misma onda?
Ella no
respondió a la pregunta, sino que se quedó manteniendo un incómodo silencio. El
pelinegro se levantó del sillón y caminó por el salón en dirección a una mesita
al fondo del salón. Sobre ella habían varios objetos, entre ellos jarrones y
fotografías con sus respectivos marcos. Una de ellas captó la atención del
invitado, logrando que sostuviese una de las fotografías entre las manos. Se
trataba de una imagen campal donde aparecían tres miembros, uno de ellos era la
reconocida Helen. El hombre a su derecha era desde luego su marido, el señor
Joseph Snyder, y entre ambos, se encontraba un niño rubio de ojos esmeralda de
unos 8 años.
– Digame, ¿tiene
acaso un hijo, señora Helen?
– Vaya, veo
que se ha interesado por las viejas fotografías. Sí, ese es mi hijo Darian. ¿No
estaba adorable a esa edad?
– Es cierto.
Ha salido a su madre, debo reconocer.
– Bueno, ha
sacado los ojos de su padre, eso no puedo negarlo.
Ella sonrió
ante tal alago pero enseguida colocó el rostro entre sus manos, como si se
sintiese avergonzada más que alagada por aquellas palabras.
Qué grata
sorpresa el nuevo descubrimiento. El señor y señora Snyder al parecer, contaban
con un hijo. Ese detalle al parecer fue censurado en la documentación o tal vez
no era necesario involucrarlo. Aun así debía cerciorarse de no dejarse cabos
sueltos. Ya le diría a Jason sobre ese pequeño detalle que se le escapó, era
una perfecta oportunidad para hacer brillar su incompetencia.
– Y por
casual, ¿se encuentra en casa?
– ¿Mi hijo?
Está en casa de un amigo pero dijo que vendría para la cena.
– Bueno,
esta juventud… ¿Qué edad tiene ahora?
– Está en la
universidad, ya no es un niño.
Al momento
empezó a sonar el teléfono fijo de casa. La señora Helen caminó en dirección a
la mesita situada al lado del sofá y descolgó el teléfono. Sin siquiera
preguntarlo, sabía de sobra que se trataba de su marido. Eso resultaba muy
conveniente.
– ¿Sí? Ah,
hola querido
– ……
– oh,
¿entonces vendrás pronto a cenar?
– .....
– Ah por
cierto, tienes una visita
– ……
– Algo de tus negocios, al parecer tu
secretaria le dijo que estarías aquí
– ……
– ¿No te
dijo nada?
– .....
Los ojos
grisáceos del chico se fijaron en la figura de la mujer, quien permanecía con
la oreja pegada al auricular del teléfono. Dejó con cuidado el marco de la
fotografía y caminó atravesando el salón hasta colocarse justo detrás de ella.
En el momento en que ella se giró para echar un vistazo al invitado, éste había
colocado el dedo índice de su mano izquierda sobre los labios a modo de que
guardase silencio. En ese preciso instante, había aprovechado para sacar la
pistola que mantenía guardada entre el cinturón del pantalón y justo cuando
ella estuvo a punto de gritar, le dio un fuerte golpe en la nuca con la culata
de la pistola. El golpe logró hacer que se desmayase al segundo, dejando caer
el teléfono. Una voz masculina bastante grave y enaltecida se escuchaba por el
artilugio llamando a la chica que acababa de desplomarse a sus pies.
– ¡Helen!
¡¿Me escuchas?! ¿Estás bien? ¡Helen!
Con cuidado
el único que quedaba en la sala, tomó el auricular y tras cerciorarse de que
ella permanecía sumida en la inconsciencia, tomó asiento en el sofá para
después contestar al teléfono.
– Buenas
noches. Su mujer se encuentra indispuesta en este momento.
– ¿Qué?
¿Quién eres?
– ¿Quién
soy? Solo soy un hombre de negocios.
– ¿Negocios?
¿Estás bromeando?
– Su mujer
está inconsciente en el suelo, ¿y solo me pregunta si estoy bromeando?
– Ché… – se pudo escuchar perfectamente como
chasqueaba la lengua al otro lado del teléfono – ¿Qué es lo que quiere?
– Sólo hacer
negocios. Preséntese en quince minutos y lo hablaremos. No necesito decir que
cualquier cosa que haga puede dañar a su esposa, ¿verdad?
– ¡No la
toques!
– Eso
dependerá de usted.
Colgó el
teléfono dejando al tipo del otro lado con la palabra en la boca. No pudo
evitar empezar a reírse para sus adentros ante aquella situación. Todo estaba
yendo a su favor como era de esperarse.
Echó un
breve vistazo a la rubia aún tendida en el suelo antes de caer en la cuenta de
que era el momento ideal para preparar la sorpresa, al fin y al cabo, el nuevo
invitado estaba a punto de entrar en escena.
.-.-..-.-.-..-.-.-..-.-..-.-.-..-.-.-..-.-..-.-.-..-.-.-..-.-..-.-.-..-.-.-..-.-..-.-.-..-.-.-.
CAPITULO 5: ATAR CABOS SUELTA ALGUNOS NUEVOS.
Un poli tono
por defecto irrumpía el apacible silencio del hogar. Había despertado desde
hacía varias horas pero no por ello aquel sonido dejaba de fastidiarle. Tuvo
que dejar a medias la “faena” que estaba haciendo para poder contestar al
dichoso cacharro que no dejaba de mimbrear sobre la mesa del salón. Antes de
contestar a la llamada, observó el número que se reflejaba en la pantalla. Por
supuesto era privado para variar.
– ¿Sí?
– Buenos días. No me digas que te he
despertado.
Enseguida
supo a quién pertenecía esa indiscutible y exasperante voz. No había hecho más
que levantarse, encargarse del mocoso con el que había dormido la noche
anterior, y ahora debía enfrentarse a la prueba de fuego desde tan temprano.
Tal vez alguna fuerza sobrenatural estaba probando su paciencia.
– ¿Tú otra vez, Jason? Deja de llamarme,
pareces un acosador.
– Bueno si me lo pides de esa forma…
no me importaría serlo – bromeó dejando escapar una breve carcajada desde el otro lado del
teléfono.-
– Muy
gracioso. ¿Qué quieres? No llamas sólo para darme los buenos días.
– Muy cierto, Alex. ¿Has visto las
noticias últimamente?
– Sí, hace
un rato las vi por casualidad. – “Más
bien fue mi acompañante, pero eso no tiene importancia”.-
– Perfecto entonces, eso me ahorra
trabajo. Sé que no tengo decirte como tienes que hacer tu trabajo pero te
recuerdo que espero de ti mucho más.
– Lo sé. – éste tragó saliva de forma costosa. – me
ocuparé debidamente del resto.
– Oh, no sabes cómo me alegra oírte
escuchar eso.
– ¿Sólo has
llamado para decirme eso? – Estaba
deseando colgar el teléfono lo antes posible.-
– Por supuesto que no, soy un hombre
ocupado. No llamaría sólo por eso.
Lo supuso,
otro trabajo más. Cada vez que llamaba era sólo para exigirle que hiciese algún
que otro trabajo turbio para él. Era tan predecible que hasta producía pavor.
– Dime una cosa Alex. ¿Sientes acaso
lástima por mujeres o niños? ¿Tal vez te has vuelto blando con los años?
– ¿Blando?
No creo haberlo sido nunca.
Repentinamente
se escuchó un fuerte golpe al otro lado del teléfono, como si algo hubiese sido
golpeado con fuerza, junto al sonido de alguna que otra pieza de cerámica hecha
añicos por la caída.
– ¡No me jodas, Alex! ¿Acaso creíste
que no me enteraría? ¡¿Tanto te cuesta entender lo que significa atar cabos
sueltos?! – el pelirrojo había
entrado en cólera. Siempre había tenido ese mal humor.-
– Dije que
acabaría el trabajo. ¿No te es suficiente?
– ¡No me basta con que lo digas, sólo
hazlo de una puñetera vez!
Ambos se mantuvieron
guardando un incómodo silencio. Ninguno se atrevió a seguir hablando durante un
escaso periodo de tiempo hasta que nuevamente la voz del pelirrojo se volvió a
escuchar, pero esta vez más relajado.
– Tienes tres días para arreglar el
estropicio.
– Está bien.
– Volveré a llamar en tres días.
– De eso no
me cabe duda.
Finalmente
pudo despegar la oreja del teléfono para lograr colgar de una vez. Si había
algo que detestaba más que nada en el mundo, era escuchar las exigencias de ese
tipo. Para su desgracia, era el único al que desearía matar si pudiese.
Lo peor de
todo, es que le había dado un plazo de tiempo muy corto. Para entonces debía
encargarse de toda la cagada. Cuando se le ocurrió la idea de recubrir la casa
con gasolina y prenderle fuego, no pensó en la posibilidad de que la mujer
fuese a ser rescatada por el cuerpo de bomberos. Un error de principiantes.
Lanzó el teléfono al sofá del salón aún un poco mosqueado por la conversación,
y volvió sobre sus pasos en dirección al dormitorio del piso de arriba, donde
le esperaba impacientemente su invitado.
Nada más
entró en la sala, se encontró con un precioso sendero color carmesí que le
dirigía tentativamente en dirección a la cama, donde el delicado cuerpo del
chico rubio de la anterior noche, le aguardaba expectante. Las sábanas blancas
habían sido bañadas del mismo color del suelo, el fastuoso color de la sangre.
El pecho
desnudo del escueto muchacho, se agitaba sobre el colchón respirando con
dificultad, como si sintiese que el oxígeno que tomaban sus pulmones,
desaparecía entre los innumerables cortes y puñaladas que había recibido por
las zonas del abdomen, brazos y piernas. No había sido dañado en ninguna zona
vital, pero eso no evitaba que la mirada del chico permaneciese perdida debido
al desfallecimiento producido por la falta de sangre. Su boca había sido
sellada con una mordaza debido a que sus innumerables gritos de angustia le
resultaban más molestos que placenteros. Las muñecas del menor se mostraban
enrojecidas y magulladas por las
esposas, al menos de cuando aún se molestaba en tirar desesperadamente por
liberarse. Sin embargo, desde hacía varias horas, esa fastuosa energía resultó
suprimida y transformada en un simple anhelo por acabar lo antes posible con su
calvario.
– Perdón por
haberte hecho esperar. ¿Me has echado de menos?
El chico
trató de centrar su atención en el mayor, quien se acercaba a paso lento hasta
lograr sentarse en el borde de la cama. Entre los dedos de su mano derecha
sostenía una navaja con el filo brillante y refinado, como hubiese sido afilada
hace poco. Sus ojos dorados, habían perdido su brillo, al igual que su piel se
había vuelto incluso más pálida. Éstos observaban fijamente cada gesto que el
contrario realizaba con el contundente objeto. El pobre muchacho gemía o al
menos hacía un vano intento por comunicarse. Simplemente le retiró la mordaza
para permitirle desmenuzar su último deseo.
– Por favor…
No quiero morir… – las palabras quebradas del chico, intentaban suplicar sin lograr efecto
alguno.-
– Shh,
tranquilo. – Con cuidado los largos y
delgados dedos del pelinegro se hundieron entre los cabellos rubios del chico.
– ¿Por dónde nos habíamos quedado?
– ¿Por
qué….? – la frase no pudo ser acabada,
pues el contrario le cortó antes de acabar.-
– ¿Por qué
lo hago? ¿Por qué tuviste que ser tú? ¿Por qué tiene que ser así? Son preguntas
innecesarias con una única respuesta en común. – Le dejó un breve margen de tiempo para que asimilase la información.
Mientras tanto, había tomado el rostro del chico, obligándole a mirarle
directamente a los ojos. – Sólo has tenido mala suerte. Eso es todo.
“Eso es. En un mundo como este donde cada uno vela por su
individualismo, no puedes esperar un héroe. Todo depende de la suerte que
tengas de no toparte con los villanos”
El mayor se
inclinó hacia el rostro del chico, logrando deslizar la humedad de su lengua
por los agrietados labios del contrario. Tenían un desagradable sabor metálico,
pero a pesar del gesto, el muchacho no reaccionó. Parecía estar en las últimas
con la anemia. Durante varias horas desde que se decidió dejarse llevar por la
corriente que marcaba, lo había mantenido maniatado a la cama. Había acariciado
su carne con el filo de la navaja, acallado sus gemidos con sus propios labios,
y ante todo, le había arrebatado hasta el dominio de su cuerpo por luchar.
A esas
alturas, no parecía importarle lo que sucediese con él. Era la perfecta imagen
que más le gustaba. Los perfectos cabellos dorados del muchacho habían tomado
un grácil color marrón al mezclarse con la sangre, y sus ojos habían adquirido
el tono gris que tanto le excitaba. La noche anterior se había conformado con
un simple polvo, pero en esta ocasión, lo guiaría al lugar sin retorno.
El cuerpo
del pelinegro se posicionó cuidadosamente sobre el frágil cuerpo ensangrentado,
sintiendo que si seguía con todo aquello, se acabaría rompiendo y despedazando
tarde o temprano. Utilizó las yemas de sus dedos para acariciar el torso del
chico, con la misma delicadeza que el cristal.
Lentamente
fue acariciando cada curvatura de su menudo cuerpo, cada hendidura que quedaba
entre el cuello o entre las costillas, continuando el camino con el roce de sus
labios. El filo del cuchillo rozó cortante la fina y blanquecina piel bajo el
brazo, permitiendo que de la pequeña brecha emanase un hilillo de sangre que se
deslizaba goteante hasta las sábanas. El chico emitió un agudo gruñido ante el
corte, pero enseguida fue apaciguado cuando la húmeda lengua del contrario se
deslizó lamiendo la misma herida que acababa de provocar.
Los ásperos dedos
de su captor poco a poco fueron guiados por sus caderas, hasta que se ocuparon
de abrir sus delgadas piernas para permitirle el acceso a sus zonas más
íntimas.
– No… – la quebradiza voz del chico irrumpió
nuevamente.-
– Esta
mañana me pediste que siguiésemos lo de ayer. Ahora no tienes excusa. – Su voz susurraba con fiereza contra el oído
del menor.-
Acelerado
por la sensación de notar su parte baja apretada entre la ropa, tiró de sus
pantalones hasta que logró que su endurecido miembro se descubriese entre la
tela del bóxer. Lo presionó contra la hendidura que quedaba entre las nalgas
del rubio, mientras se mordía el labio inferior entre que buscaba conseguir una
vivificante fricción. Justo cuando los acuosos ojos de un extinto tono dorado
lo observaron atemorizados, empujó su cuerpo contra el frágil del chico tendido
casi sin fuerzas, penetrando su entrada bruscamente de una estocada.
La espalda
del rubio se arqueó ante el asombroso tacto, y antes de que su mente quedase en
blanco, emitió un sonoro gemido que irradiaba dolor y a la vez un inmenso
placer.
Sintió como
se zarandeó bajo su atenta mirada, entremezclando el sonido de los gemidos que
salían de su boca con el ritmo de las embestidas que producía profundamente y
sin derecho a tregua contra su trasero. Notó como poco a poco el chico iba
desfalleciendo, viéndose a punto de perder la conciencia de un momento a otro.
Antes de que
aquel esperado momento llegase, agarró el frágil cuello del muchacho,
obligándolo a elevar la vista hacia él para poder tomar profundamente sus
labios con un desesperado y abrasador beso, que a duras penas pudo corresponder de la misma
forma. Entre tanto, buscaba a ciegas la navaja que había dejado a un lado de la
mesita de noche, y con una certeza magistral, hundió la punta lentamente entre
el hueco que quedaba tras la oreja. Esa zona era lo bastante blanda como para
lograr que la navaja se hundiese varios centímetros. Apreció que la herida
succionaba la navaja incitándole a hundirla unos centímetros más, y a los pocos
segundos, el cuerpo del muchacho finalmente dejaba de responder. Al fin, su invitado había logrado la muerte
dulce que tanto había deseado.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Los dos chicos se adentraron en el interior de la habitación 224, cerrando
la puerta a su paso. Helen permanecía en el mismo sitio donde la dejaron la
noche anterior, tumbada sobre la incómoda cama de hospital. Ambos tomaron
asiento, cada uno en una silla disponible diferente. Darian se posicionó más
cerca de su madre para poder alcanzar su mano. Enseguida notó como su hijo
temblaba temeroso incluso más que ella. Era la clase de sensación que sólo una
madre podría notar.
– Tranquilo cariño. No necesitas venir todos los días.
– ¿Eh? Pero quiero hacerlo
Ella alcanzó los suaves cabellos de su hijo para comenzar a
acariciarlos. Los dedos de su madre acariciando su nuca resultaban
tranquilizadores después de todo lo sucedido. Costaba imaginar que aquella
cálida mano demostrase que ella por alguna clase de milagro o ente divina,
seguía viva. Enseguida el menor agachó la cabeza y observó a su madre con
cierta tristeza.
– Los médicos han dicho que tendrán que operarte….
– ¿Y eso te preocupa? – El rubio negó con la cabeza.-
– Más bien me asusta.
– Oh cariño, ven aquí anda.
Helen extendió los brazos para que su hijo se acercase a abrazarla.
Automáticamente el menor se levantó apresurado de la silla para sentarse en el
borde de la cama y abrazar fuertemente a su madre.
– Tranquilo, no es peligroso. Confías en mí, ¿verdad? – el chico sólo
se limitó a seguir abrazándola.-
– Darian, los médicos dijeron que la operación no será un problema.- Caleb
entró en escena tratando de tranquilizar también al chico.-
– Cariño, mírame. – ella apartó un poco al chico para poder mirarle
directamente a los ojos. – No voy a dejarte solo, ¿de acuerdo?
– No quiero que lo hagas… – algunas lágrimas comenzaron a brotar de
sus ojos, escurriendo lentamente por sus mejillas.-
– Prométeme que serás fuerte. Que no volverás a llorar. – Acarició las
mejillas de su niño con el dedo pulgar, secando las lágrimas a su paso.-
– No me hagas prometer eso…
– Por favor… Sólo prométeme eso, ¿está bien?
El chico permaneció mirando a su madre directamente a los ojos. Ella le
sonreía con una mirada triste, como si realmente hubiese algo que sabía pero no
se atrevía a decir. Sin embargo, cuando le mostraba ese rostro, le resultaba
imposible negarse.
– Está bien mamá. Te lo prometo.
– Gracias cariño. – Besó la frente ajena con un superficial roce de
sus labios.-
Una vez el menor se sintió más relajado, cayó en la cuenta de que en
comisaría le habían devuelto algunos de los objetos que habían logrado salvar
del incendio de la casa. No eran demasiadas cosas, pero tal y como había
sucedido todo, debían dar las gracias de las pocas que habían quedado más o
menos intactas.
– Por cierto mamá, olvide darte esto. – enseguida el chico echó mano a una bolsa de plástico que había
permanecido al lado de la silla donde había estado sentado. Probablemente la
trajo con él desde antes de entrar al hospital.-
– ¿Qué es eso?
– Son algunas de las cosas que recuperaron de nuestra casa…
Del interior de la bolsa, sacó algunas cartas y, unas cuantas carpetas
totalmente intactas, según dijeron, se encontraban en el interior de una caja
fuerte, y por último, un pequeño retrato, el mismo retrato que su madre
mantenía con tanto cuidado en el salón. Ahora ese pequeño retrato, se había
convertido en el único recuerdo donde podían verse los tres juntos con una
sonrisa dibujada en sus rostros. Habían otros objetos más, pero no eran
relevantes, al menos no para ella.
La madre, enseguida tomó el retrato para echarle un vistazo. A pesar de
que sus lágrimas quemaban las heridas que aún estaban por cicatrizar en su
rostro, le fue imposible retenerlas.
Después su atención cambió de dirección observando las cartas y las
carpetas. Lo último no lo conocía por lo que lo dejó para el final.
Una de las cartas captó su atención, ya que estaba explícitamente
dedicada a ella, su nombre había sido garabateado a mano en el reverso. Cuando
abrió el sobre, se encontró con que el resto de la carta también había sido
escrita a plumilla. Cuidadosamente comenzó a leerla, como si aquellas palabras
fuesen la última voluntad de su marido, y tal vez, podrían haberlo sido, Darian
no se molestó en abrirla antes que ella.
Sus ojos dorados miraron perplejos el contenido de la misma y justo
cuando acabó, apretó el débil papel entre sus manos, arrugándolo contra su
pecho.
– Mamá… ¿Te encuentras bien?
– Sí… estoy bien cielo. – la mirada de Helen se desvió con disimulo en dirección a las carpetas.
–
El menor se mantuvo en todo momento mirando fijamente a su madre, como
si no quisiera perderse detalle de sus expresiones. Aunque ella no quisiera
decirle nada, él podía darse cuenta de que a su madre le preocupaba algo, pero
no vio oportuno preguntarle de qué se trataba, más aún cuando Caleb aún estaba
presente.
– Oye cielo, tengo un poco de sed. ¿Puedes ir a comprarme una botella de
agua?
Ante aquella pregunta, el chico asintió enérgicamente. Se levantó de la
cama y se pasó la manga de la camiseta por los ojos, para así terminar de
secarse las lágrimas antes de salir de la habitación.
La mujer de mediana edad, depositó la mirada en esta ocasión sobre el chico
de cabellos castaños que aguardaba esperando a que su compañero de clases,
volviese con el agua.
– Darian y tú os conocéis desde hace mucho tiempo, ¿verdad? – el
aludido apartó la vista de la puerta para dirigirla en hacia ella.-
– Sí. Nos conocemos desde que empezamos el primer año de universidad. Es
mi… mejor amigo. – Le costó decir esas últimas palabras.-
– Sé que pido mucho pero, me gustaría pedirte un favor. – el chico
frunció el ceño extrañado.-
– ¿Un favor? Si puedo cumplirlo no hay ningún problema.
– Tranquilo. Es algo que puedes hacer. Lo has estado haciendo bien hasta
ahora.
El castaño mantuvo la misma mirada que antes, pero en esta ocasión,
estaba cargada de confusión. Para empezar, ¿por qué esperar hasta estar ellos dos
solos para comentar aquello? ¿Acaso era algo que debía ser ajeno a Darian? Sin
embargo se limitó a asentir con la cabeza a modo de afirmación.
– Quiere que le cuide. ¿No es así? – Ella sonrió ante la tremenda
perspicacia del muchacho.-
– Eso es. Eres el único al que puedo pedirle algo así. Mi… Darian puede
ser bastante impetuoso, rebelde... muy cabezota sobretodo. Pero sé que tú le
cuidarás bien. Después de todo… – hizo una pausa ante la mirada expectante
del contrario – Eres la persona que más le quiere. ¿No es cierto?
El chico la observó atónito y con la cara ligeramente enrojecida.
Parecía un mapa. ¿Acaso ella ya se había dado cuenta pero se había hecho la
tonta durante ese tiempo? Enserio que resultaba absurdo que su madre se diese
cuenta antes que él, después de haberle mandado tantas indirectas… No, no eran
señales, directamente se había confesado y aun así no se había dado cuenta. ¿De
quién había podido sacar esa estupidez suya?
– ¿Usted lo sabía? – Su rostro
permanecía como un tomate, ya ni siquiera se atrevía a mirarla a la cara.-
– Bueno, una madre sabe de esas cosas. – Ella suspiró de forma
relajada.-
– Y… ¿qué piensa de eso?
– No te preocupes, no me molesta en absoluto y…
Al momento se volvió a escuchar la puerta. Darian había regresado con la
botella prometida entre las manos. Rápidamente se acercó hasta donde estaba su
madre para dársela en mano.
– Ohh qué rápido. Gracias cariño. – Nada más tomó la botella, la
desabrochó para darle un largo trago.-
– No fue nada mamá. – el rubio
observó a su compañero de clases por el rabillo del ojo. Enseguida se dio
cuenta que su rostro estaba ligeramente enrojecido.-
– Oye Caleb, ¿te sientes bien? Pareces acalorado. – Ante la preocupación del rubio, éste no pudo evitar desviar la mirada a
un punto negro de la habitación.-
– ¿Eh? Estoy bien, no te preocupes – se
apresuró el chico a responder para
despreocupar a Darian.-
– ¿Seguro? No tienes buena cara… – enseguida
el rostro contrario estaba tan cercano al suyo propio que podía ver con todo
lujo de detalles los intensos ojos color esmeralda observándole con
preocupación.-
– ¡Seguro! ¡No te preocupes! – a
duras penas trató de apartar al menor para mantener algo de distancia. De
normal no le molestaba, pero después de la conversación con su madre, le
comenzaba a resultar incómoda la cercanía.-
La madre se mantuvo mirando a ambos jóvenes por unos escasos segundos
hasta que al fin comienza a reírse de forma despreocupada. Aquella acción logró
captar la atención de su hijo, que por primera vez en días, podía ver a su
madre con una sonrisa en el rostro, y aquello, le hacía muy feliz.
– Tranquilo Darian, no le ocurre nada. Debe ser un resfriado, ¿no es
así? – Ella observó de reojo al muchacho
que permanecía avergonzado.-
Rápidamente el pequeño rubio fue a colocar una mano sobre la frente de
su compañero, para que de esa forma, pudiese comprobar su temperatura. Pero por
supuesto, no tenía fiebre, porque realmente lo único que lograba que su cuerpo
ardiese, era el hecho de mantenerse cerca de la única persona que amaba.
Aprovechando que su hijo se mantenía distraído, Helen se inclinó hacia
Caleb, como si de esa forma sólo pudiesen escucharlo entre ellos dos.
– Y tranquilo, no le diré nada – le
guiñó un ojo al muchacho de cabellos castaños, quien enseguida recordó de lo
que habían estado hablando. Aquello le hizo enrojecerse hasta las orejas.-
– ¿Quéee? Mamá, ¿de que no me
tengo que enterar? – Observó primero a su
madre pero al ver que no le respondía, volvió la mirada hacia su amigo –
Caleb, andaaa, dimelooo.
– No lo diré. Te… te lo diré cuando seas mayor – de esa forma pudo salir del paso.-
– ¿Qué? Eso no es justo….
Durante esas breves horas, sólo fueron bromas y risas, un ambiente
tranquilo y agradable que no podía durar eternamente, al menos, ella sabía que
aquello sería solo temporal.
Los dorados ojos de su madre, observaban tímidamente con ese aire
entrañable y cargado de ternura, como si desease que todos esos buenos momentos
quedasen grabados a fuego en sus retinas. El tiempo se movía de forma fugaz, tallando
con sutileza las últimas horas de su existencia.
Por otro lado, Caleb inconscientemente, podía predecir por aquella
extraña petición, de que algo lóbrego se había interpuesto entre sus vidas. Sus
sentimientos y el extraño deseo que sentía por proteger lo que más amaba, se unificaron
y le hicieron profesar internamente un papel único, donde cuidaría por siempre
de Darian. Al fin y al cabo, sus vidas estaban ligadas con el lazo rojo del
destino, o al menos, así lo creía él.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Al llegar la noche, Darian y su compañero de universidad, regresaron en
dirección a casa dejando a Helen sola en el hospital como las dos noches
anteriores. A pesar de que el menor se había esforzado en convencer a su madre
para quedarse a hacerle compañía, nunca logró su cometido. Ella mintió diciendo
que se encontraría bien, sólo lo dijo porque no deseaba que su pequeño perdiese
más horas de sueño. Para ella, sus estudios y su futuro eran lo primero.
Las horas habían pasado inexpugnables hasta largas horas de la mañana, y
a pesar de lo tarde que era, no tenía sueño. El hospital se había vuelto
taciturno, tan sólo un par de enfermeras de guardia se encargaban de dar
vueltas por los pasillos cada X tiempo.
La mirada de la solitaria mujer buscaba algo en lo que distraerse hasta
que le entrase el sueño. Sin darse cuenta acabó fijándose en el retrato que su
hijo le había traído. Lo había dejado colocado sobre la mesita de noche al lado
de la cama. El marco estaba ligeramente quemado y el cristal que lo protegía
estaba peligrosamente hecho trizas.
Inconscientemente su mente vagó buscando vanos recuerdos sobre aquellos
días felices donde ellos tres disfrutaban con la única compañía de un
televisor, o de un tradicional juego de mesa. ¡Ah que buenos recuerdos de esos
días que ahora resultaban estar tan lejanos! Ese mismo retrato, aquella noche
ese tipo lo tuvo entre sus manos. Aunque las enfermeras dijesen que se trataba
de un producto de su imaginación, ella sabía que eso no era cierto. La
aparición de aquel joven no fue fruto de sus disparatadas ilusiones. Era tan
real como lo podía ser ella misma.
Buscó entre el cajón de la mesita hasta que halló en el interior, una de
las cuidadas carpetas que su hijo le había traído con tanto empeño como último
recuerdo de su difunto marido. Pronto sería el entierro, pero se decidió a que
esperarían a que primero saliese del hospital para poder ir a velar por él como
era debido.
Con cuidado comenzó a ojear el interior de la carpeta, leyendo
atentamente cada una de las letras impresas en cada folio. Su rostro no podía
estar más sorprendido al darse cuenta de que el contenido de aquellas carpetas
era en realidad….
– Toc Toc, señorita
Snyder.
Una voz masculina, acompañada del suave toque de la madera de la puerta,
llamó la atención del único huésped de la sala. La fémina de cabellos dorados se
giró para ver de quien se trataba, pero fue un pavoroso estupor lo que su
rostro alcanzó a expresar sin articular lograr palabra.
– Buenas noches. Buscaba a alguien en especial, quizás pueda ayudarme. –
Sus labios dibujaban una sensual y
perfeccionada sonrisa.-
– ¿Quién es usted? – la mirada
confundida de ella, trataba de acordarse del rostro del chico quien le parecía
familiar de haberlo visto antes.-
Efectivamente como había supuesto, le costaría acordarse completamente
de su rostro después del duro golpe. Alexander hizo una mueca mientras cerraba
la puerta a su paso y atravesar lentamente el cuarto en dirección a la posición
donde se encontraba la inquilina.
–Lamento todo lo ocurrido con su marido y su hogar, ha sido un
acontecimiento devastador. – Demostró
unas fingidas condolencias.-
– ¿Cómo sabe sobre mi marido? – Sus
dorados ojos trataron de buscar más detalles en el chico.-
– Soy… investigador privado y
estoy estudiando un caso de contrabando. – Mintió
para ganarse la confianza de la enferma.-
– ¿Cómo dice? – Todo aquel
espectáculo no tuvo otro efecto, que confundirla más de lo que ya estaba.-
A simple vista, el caballero frente a ella vestía de una forma demasiado
cuidada y refinada como para tratarse de un simple policía o investigador. Se
había puesto un pulcro traje hecho a medida de color gris oscuro, con una fantástica
camisa de vestir color negro. No llevaba corbata, pero eso no le quitaba ese
extraño sex-appeal que emitía.
– Abrimos una investigación hace años y su marido era sospechoso de
contrabando de armas. – tal vez eso era
lo único cierto que había salido de su boca en días.-
– ¿Cómo puede ser eso posible? Mi marido era un buen hombre.
– No lo dudo señora. Pero eso no
quita que sea un criminal. – Resultaba
tan graciosa esa escena, que le costaba contener la risa.-
– No creo que lo fuese…
– Puede que ese también sea el
motivo de que alguien quisiera matar a su marido. Todo aquello no fue un
accidente ni una mera casualidad de la vida. – en esos instantes, agradeció que la mujer no se acordase de lo ocurrido
la pasada noche. Al menos no de los detalles de antes de dejarla inconsciente.-
–La policía cree que fui yo quien lo hizo. Pero… yo jamás mataría a mi
marido. Yo le amaba.
– No se preocupe. Lo comprendo.
Al momento sus astrosas manos recubiertas por vendajes, tomaron una de
las carpetas que su hijo le había llevado y se la ofreció al tipo que permanecía en pie.
Éste observó la carpeta con un deje de curiosidad hasta que se atrevió a
tomarla con cierta desconfianza para echar un vistazo en su interior.
– ¿Qué es todo esto? – Comenzó a
ojear con detenimiento el interior de la carpeta.-
– Estaba en la caja fuerte de mi marido. No sé exactamente todo sobre
sus “negocios” pero ahí vienen plasmados datos de todo tipo, puede que
encuentre algo que le sea útil. Sin embargo si ahí no encuentra nada… me temo
que no podré serle de más ayuda.
Efectivamente todo lo que dijo era cierto. Lo más curioso de todo es que
en cada uno de los informes, venían varias firmas con diferentes fechas, y una
de esas firmas, le resultaba conocida. Los grisáceos ojos del joven se fijaron
curiosamente en el rostro de la fémina, como si quisiera ver a través de ella.
Pero enseguida supo, que ella ya no guardaba más información útil que
pudiese ayudarle en su búsqueda. Recorrió con la mirada el resto de la habitación,
cayendo en la cuenta de que el mismo retrato que encontró la otra noche sobre
la mesita. Se acercó hasta allí para tomar el retrato y volver a observarlo con
detenimiento. Aquella acción, logró que ella abriese los ojos un poco
sorprendida, por algún motivo, esa escena le resultaba familiar.
– Disculpe, ¿nos conocemos de antes? – Su femenina voz se escuchaba un tanto quebradiza.-
– Bueno, ya me presenté la otra vez, pero puedo refrescarle la memoria.
– Dejó el retrato nuevamente en su sitio
a la par que se giraba para observar a su acompañante. – Me presenté la
otra noche como Eric Lowell si no recuerdo mal.
– ¿Eric? – hizo un afán por tratar
de acordarse. Enseguida cayó en la cuenta que se trataba del mismo hombre que
apareció la otra noche en su casa. ¿Cómo no pudo reconocerle a simple vista?
Su cabeza empezó a dar vueltas, empezando a recordar cosas sueltas.
Aquel atractivo hombre, entró en su casa diciendo que necesitaba hacer unos
negocios con su marido. Estuvieron hablando de su hijo y de la cena hasta… que
sonó el teléfono fijo de casa.
– Mi… mi marido no le conocía… Su secretaria no le dijo nada….
– Eso es cierto. Hasta esa misma noche, nunca nos habíamos visto cara a
cara.
No mentía. Todo aquello era cierto. Sintió un fuerte pinchazo en la zona
de su nuca al intentar recordar el resto de detalles. Recordó haber hablado
horas antes con su marido por el teléfono. Pero después de eso, no recordaba
nada más, todo se volvió negro. Sólo se acordaba de haber despertado en medio
del incendio, con aquel intenso aroma a gasolina inundando sus pulmones, creyendo
que se ahogaba por el humo. Pero esa enrarecida sensación, no se podía comparar
al dolor que irradiaba el fuego desbocado quemando su piel, su cabello, sus
carnes… todo se convirtió en una lenta agonía. Intentó acordarse de la laguna
hallada entre la llamada y el incendio, pero no pudo encontrarla.
– ¿Qué…..que pasó después de eso? – temía
tener que preguntarlo pero necesitaba saberlo.-
Por el contrario, el pelinegro se acercó hasta la chica que permanecía
tumbada sobre la cama, y con cierta cautela, rozó una de sus mejillas que por
fortuna se había librado de haber sido abrasada como el resto de su rostro.
– ¿Quiere saberlo? Lo que ocurrió antes del incendio.
Ella asintió suavemente con la cabeza, no demasiado convencida de su
respuesta. Enseguida cayó en la cuenta que los labios del contrario esbozaban
una irónica sonrisa mientras tomaba asiento en uno de los bordes de la cama. Un
intrascendente susurro sobre su oído le permitió escuchar ante su sorpresa, el
resto de la historia. El inesperado final de lo que fue su feliz vida. Unas
gruesas lágrimas emanaron de sus ojos, mojando sus anteriormente rosados
pómulos. En verdad, le costaba creer que todo fuese a acabar así.
– Lo siento mucho, Helen.
La fémina no pudo escuchar en esos momentos las palabras del contrario.
Había entrado en shock. Tan sólo, pudo notar como la dureza del frío acero
rozaba sutilmente la zona que quedaba entre su nuca y su cuello, enredándose
entre sus delicados cabellos que mostraban las puntas destrozadas.
– ¿Lo sientes? qué irónico. – permaneció
quieta con la mirada perdida en la nada. Por mucho que lo deseaba, no lograba
que sus lágrimas dejasen de brotar.-
– Bueno… ya sabes. Sólo son negocios.
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El estridente sonido de las campanas sobre la portentosa iglesia aclamó
demandante la invitación para dar su última despedida a dos ataúdes que
permanecían esperando pacientemente bajo la intensa lluvia de aquel jueves
veinticinco. Fecha que quedaría remarcada en las memorias del chico para
siempre.
El día estaba nuboso y una gran cantidad de gente desconocida, fue
llegando vestida en su mayoría de negro y acompañados con algún que otro
paraguas. En fila india y de uno en uno, le daban el pésame al lloroso muchacho
quien no podía mantener la cabeza alta, tan sólo luchaba por contener las
lágrimas que amenazaban por brotar de nuevo para humedecer sus rosadas
mejillas. Tenía los ojos hinchados y con ojeras, demostrando que llevaba
algunos días de seguidos sin dormir. Su
bonito rostro se vio afectado en tan corto periodo de tiempo.
“¿Quién se habría imaginado,
que acabaría asistiendo al entierro de sus dos amados padres el mismo día?”
Probablemente nadie lo habría adivinado nunca. Todos los que pasaban por
su lado, soltaban entre susurros algún “pobrecito,
tan joven y ahora quedarse solo”, “¿Qué será de ese pobre muchacho ahora?”,
“Dijeron que ella intentó asesinar a su marido y decidió suicidarse tras
aquello. Es una suerte que el chico esté ileso”, “Tenían problemas en casa,
esto se veía venir”.
Todas aquellas frases circulaban como si se creyesen que no las
escucharía o no se daría cuenta de que lo trataban con lástima. Pobres idiotas.
Trató de evadirse, haciendo caso omiso a todas las palabras que llegaban a sus oídos, de esa forma, evitaría tener que montar un espectáculo imprevisto.
Lo único que le alentaba para seguir allí y no derrumbarse, era la grata compañía de su mejor amigo Caleb. Desde siempre había sido la única persona que se había mantenido a su lado, a las buenas y a las malas.
Trató de evadirse, haciendo caso omiso a todas las palabras que llegaban a sus oídos, de esa forma, evitaría tener que montar un espectáculo imprevisto.
Lo único que le alentaba para seguir allí y no derrumbarse, era la grata compañía de su mejor amigo Caleb. Desde siempre había sido la única persona que se había mantenido a su lado, a las buenas y a las malas.
El castaño rodeaba el cuerpo del frágil muchacho con su abrazo,
pegándolo contra su cuerpo. El contrario por su parte, no se mostró incómodo en
ningún momento, más bien agradecía todas aquellas atenciones que le ofrecía.
Las lúgubres palabras del sacerdote encargado de dar el último pésame a
las dos “víctimas” eran las únicas que irrumpían en el momento de silencio que
guardaron todos los demás presentes.
Finalmente, ya había llegado la hora de decirles adiós. El menor se
acercó con dos claveles blancos hasta quedar frente a los dos ataúdes negros. Cuidadosamente
y entre lágrimas, dejó las dos flores, uno en cada ataúd, antes de rozar la
brillante cobertura de madera con las yemas de los dedos. Tras aquello, poco a
poco comenzaron a bajar ambos cuerpos en la fosa mientras la gente comenzaba a
marcharse en pequeños grupos de aquel lugar. Sin embargo, ambos chicos se
mantuvieron ahí de pie hasta que fueron enterrados por completo.
– ¿Por qué todo ha tenido que acabar así? Prometiste que no me
abandonarías….
– Tranquilo. Puedes contar conmigo, lo sabes ¿verdad? – El rubio asintió levemente con la cabeza.-
– Gracias, Caleb. Eres un gran amigo.
– ¿Sabes dónde te vas a quedar a partir de ahora? – El contrario negó en respuesta a la pregunta.-
– Comprendo. Puedes quedarte en nuestra casa todo el tiempo que gustes.
– No quiero ser una molestia…
– No lo eres, Darian. Eres mi mejor amigo, y yo no te abandonaré.
El menor abrazó repentinamente a su compañero, aferrándose a él como
nunca antes lo había hecho. Se sentía protegido y seguro a su lado, pero era
algo que no quería que supiese. Por el contrario, el castaño correspondió a
aquel abrazo, un poco sorprendido por aquel repentino cambio de actitud, aunque
le agradaba verlo así no podía evitar sentirse culpable al saber que todo se
debía a que estaba totalmente hundido por la pérdida de sus padres.
Por fin, todos los presentes en el entierro, habían desaparecido y ya
sólo quedaban ellos dos. Aunque de improviso, notaron como sus ropas se
humedecieron debido a la lluvia, y el pequeño cuerpo de Darian tembló
inconscientemente contra el abrazo del contrario.
– Vamos a casa. ¿De acuerdo?
El pequeño asintió ante la propuesta del mayor y simplemente se pegó un
poco más a su cuerpo para que la umbrella les cubriese perfectamente a ambos.
Justo en el momento que se dirigían en dirección a la casa del castaño, se
vieron parados en seco cuando una imponente figura se paró frente a ellos.
Era la figura de un hombre joven, de cabellos negros y ojos grisáceos.
El pequeño rubio no pudo evitar observar a aquel chico tan atractivo a sus
ojos, como si se tratase de un personaje sacado de una pintura. Vestía de negro
con unos vaqueros oscuros y una chaqueta blazer negra, con camisa de color gris
oscuro, y venía acompañado con una sombrilla de color negro que le cubría de la
imponente lluvia.
– Buenos días. Lamento mucho lo de tus padres. – Por supuesto se estaba dirigiendo al menor de los dos jóvenes.-
– Gracias… supongo.
– Perdona, sé que este no es el mejor sitio pero… conocía a tus padres.
Los verdosos ojos del chico, observaron nuevamente el rostro de aquella
persona. Sin embargo tras unos escasos segundos, volvía a apartar la mirada al
no poder pasarse demasiado tiempo mirándolo fijamente. Le resultaría extraño o
incómodo al mayor que le mirase con esos ojos cargados de curiosidad, o al
menos así lo pensaba el pobre chico.
– ¿Usted conocía a mis padres? ¿De que los conoció?
– Digamos que hasta hace poco nos considerábamos una familia. Pero con
los años se pierde el contacto.
– ¿Familia? ¿Es uno de mis familiares? – el chico se quedó confundido.-
– La relación entre tu padre y yo superaba los simples lazos de sangre.
Era un gran amigo que me cuidó como si fuese un hijo más.
– Eso parece muy típico de mi padre. – El angelical rostro del menor
mostró una leve sonrisa.-
El más alto observó por el rabillo del ojo al moreno que permanecía al
lado del chico menudo. Aquel muchacho, le miraba con el ceño fruncido como si
en el fondo supiese algo indebido y le resultase una persona de lo más
sospechosa. Ese gesto logró hacerle esbozar una sarcástica sonrisa que trató de
ocultar.
– Si no te importa, me gustaría que hablásemos… solos – dejó caer la última palabra unos segundos
después para que los dos amigos se hablasen con las miradas.-
– Darian, voy un momento a buscar algo. Te espero en la salida. – Antes de que el moreno se alejase de ellos,
le ofreció un último vistazo al mayor de los dos.-
Cuando el rubio se cercioró de que su amigo Caleb estaba lo bastante
lejos y que se encontraban solos, notó que estar a solas frente a su imponente
acompañante, podía resultar bastante incómodo.
– Bueno… ¿De qué querías hablar? – Comenzó
cuando vio que ninguno de los dos se atrevía a abrir la boca.-
– Tu padre… me habló mucho de ti. –
se movió alrededor del chico para colocarse con la espalda apoyada en un árbol
de morera cercano a ellos.-
– ¿Es eso cierto? Mi padre no era demasiado hablador. Pero me quería. – el chico bajó la vista al suelo para evitar
contacto visual directo con él. – ¿Puedo hacerle una pregunta?
– Adelante.
– Usted conocía a mi familia, pero yo a usted no le conozco. Así que…
Enseguida el oji-gris se incorporó para poder acercarse hacia el chico.
Antes de que se diese cuenta, ya le había tendido su mano derecha a modo de
saludo. El muchacho tardó unos escasos segundos en decidirse a tomarla.
– Perdona mis modales. Llámame Alex.
– Alex entonces. Yo soy Darian. Pero eso ya lo sabías. – Dejó escapar una leve risita como si
quisiera hacer una pequeña broma.-
– Darian entonces. Si te soy honesto, no estoy aquí solo para darte el
pésame por la muerte de tus padres. También he venido por otro motivo.
El chico por primera vez en ese rato, dirigió sus bellos ojos esmeralda
hacia los grises del contrario. Era la primera vez en su vida que tenía la
sensación de que se podría hundir en los ojos de una persona ajena. Intentó
soltar la mano que aún le sostenía la propia, pero en ese momento le agarró con
más fuerza, haciéndole bajar de las nubes por ese breve instante de tiempo.
– Tu padre, antes de que todo esto ocurriese, habló conmigo una noche.
Él sabía que esto tarde o temprano pasaría…
– ¿Qué? ¿Mi padre sabía de esto? – Aquello
era justo lo que necesitaba para terminar de rematar el día.-
– Sabía, que alguien quería atentar contra su vida. Por eso… Me pidió
que si llegaba a pasarle algo, que me ocupase de cuidar al resto de su familia.
– era mentira, pero daba igual. –
Pero me temo… que sólo quedas tú.
El chico permaneció cabizbajo, como si tratase de analizar la nueva
situación en la que se encontraba. ¿Debía creerse toda esa sarta de alusiones
que le decía un desconocido?
Sin embargo, no necesitaba que alguien le dijese todo aquello, porque en el fondo sabía que era cierto. No había sido normal que se produjeran todos aquellos sucesos uno tras otro. El extraño incendio, la repentina muerte de su madre… todo apuntaba a que estaba premeditado desde el principio.
Sin embargo, no necesitaba que alguien le dijese todo aquello, porque en el fondo sabía que era cierto. No había sido normal que se produjeran todos aquellos sucesos uno tras otro. El extraño incendio, la repentina muerte de su madre… todo apuntaba a que estaba premeditado desde el principio.
– Cree… cree que corro peligro al igual que mis padres, ¿no es así?
– Podría ser cierto. – de hecho
así lo era. Él mismo había sido el principal causante de todas sus desgracias.-
– ¿Qué puedo hacer?.... No puedo quedarme con Caleb. ¿Y si acaba
muriendo por mi culpa? – En esos
momentos, ya se había echado las manos a la cabeza sin encontrar ninguna
solución a todo ese turbio asunto.-
– Entonces… ¿Qué te parece si te quedas conmigo en mi casa? Yo podré
protegerte, y tu amigo no saldrá dañado. ¿Qué opinas?
El menor miró nuevamente en dirección al pelinegro, quedándose pasmado y
pensativo. ¿Realmente lo había escuchado bien? ¿Un extraño se había ofrecido a
darle cobijo y protección a cambio de nada? ¿Qué era lo que estaba mal en todo
eso?
Todo estaba mal, pero dadas las circunstancias, sus opciones se habían vuelto limitadas y no le quedaba otra opción si quería vivir sin dañar a las únicas personas importantes que restaban en su vida. Visto lo visto, no existía de otra, más que aceptar la oferta que le cedía en bandeja de plata.
Todo estaba mal, pero dadas las circunstancias, sus opciones se habían vuelto limitadas y no le quedaba otra opción si quería vivir sin dañar a las únicas personas importantes que restaban en su vida. Visto lo visto, no existía de otra, más que aceptar la oferta que le cedía en bandeja de plata.
– Está bien. Acepto tu oferta, Alex.
Continuará-----
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